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Duelistas

Duelistas

Ciro Bianchi Ross
El duelo es en Cuba desde hace bastante tiempo una institución anacrónica. Todavía en los años 40 del siglo pasado bastaba con que alguien se sintiera ofendido para que planteara la llamada cuestión de honor. Designaba entonces a sus representantes, que visitaban al ofensor, y este a su vez designaba los suyos. Los padrinos de una y otra parte se reunían para pactar las condiciones del lance: lugar y fecha del encuentro, el arma con que se dirimiría el asunto y la forma en que transcurriría el enfrentamiento.El arma escogida podía ser la espada o la espada francesa, el sable con punta o sin ella, o con filo, contrafilo y punta… Una vez decidida el arma establecían los padrinos a cuántas reprisses sería el combate, lo que duraría cada una de ellas y el tiempo de descanso entre una y otra. Si seleccionaban la pistola, el revólver estaba terminantemente prohibido, se fijaba cuántos disparos harían los contendientes y a cuántos pasos y si dispararían a discreción o a una voz de mando. La cosa se ponía fea cuando se acordaba que el duelo fuera con todas las consecuencias o a todo juego, como se decía, pero aun así los duelistas debían obedecer las órdenes del juez de campo y  acatar sin chistar su determinación de dar por finalizado el lance.Se suponía que tras el duelo, cualquiera que fuera el vencedor, la ofensa quedaba lavada y los rivales debían reconciliarse. No sucedió así en el caso de los villareños Judas  Martínez Moles y Joaquín Meruelo. Se batieron en La Habana por discrepancias políticas y el enfrentamiento no bastó para limar el malestar. Un día en que coincidieron en una calle espirituana, esgrimieron sus revólveres y se acometieron a tiros. Ambos se desplomaron, pero Moles llevó la peor parte, pues falleció a causa de las heridas.IMPUNIDADMientras que el pueblo resolvía las cuestiones de honor a puñetazo limpio y los más sensatos acudían a los tribunales en busca de apoyo, a espada, sable o pistola se batían los políticos de la hora, médicos y abogados eminentes y funcionarios de relieve, y lo hacían con total impunidad, pues si bien el duelo no era en sí una figura delictiva, sí eran punibles su concertación y consecuencias, como las de cualquier riña callejera. Los periodistas eran de los más retados a duelo y figuraban entre los que más se batían. Había excepciones. Pepín Rivero, director del Diario de la Marina, aunque se batió dos veces tuvo el valor reflexivo de no aceptar numerosos retos que se le hicieron. Y Miguel Ángel Quevedo, director de Bohemia, rehusó batirse cuando Grau San Martín, ya Presidente electo, lo retó por una información aparecida en la sección En Cuba.Duelistas famosos fueron en el sector de la prensa Wifredo Fernández, que se suicidaría en la prisión de la Cabaña tras la caída de Machado; Santiago Claret, director y propietario del periódico Información; y Desiderio Ferreira, director que fue de El Heraldo y que murió baleado ante la puerta de su casa en el apacible reparto San Miguel. También lo fueron José M. Muzaurrieta, de El Imparcial, y Antonio Iraizoz, director de los cotidianos La Noche y Alerta y que ocupó importantes cargos públicos y diplomáticos. Por nuestra cuenta Fernández y Ferreira se batieron cinco veces cada uno. Claret, 8; Muzaurrieta, 9; e Iraizoz, 16. De todos los duelistas cubanos es Iraizoz el que más lances tuvo en su haber y salió vencedor en más de la mitad de ellos.Otro duelista connotado fue el veterano de la independencia Manuel Secades Japón, que se vio envuelto en un ruidoso proceso por la muerte de su esposa. Participó en ocho lances y venció en siete de ellos. Entre los políticos parece que Eduardo Chibás se lleva la palma. Se batió nueve veces.Aunque se batía mucha gente sin honor, y muchos lances, con sus balas de cera y armas sin filo, no pasaban de ser mera comedia, hubo en Cuba duelos memorables. El más fuerte e interesante, a juicio del esgrimista Ramón Fonts, fue el que sostuvieron a sable el doctor Susini de Armas, hermano del periodista Justo de Lara, y el maestro de esgrima Eduardo Alesson y que casi termina en una riña tumultuaria. También el de los médicos Ricardo Núñez Portuondo y Pedro Palma en una clínica de Jesús del Monte y ante la curiosidad morbosa de unos 200 espectadores y que concluyó con la herida de 15 centímetros de largo que Núñez Portuondo con su sable propinó a su rival y que le tajó desde la frente hasta el pecho.Otro duelo sonado, el más sangriento, fue el de Iraizoz con el reportero Gustavo Rey, en 1917, en un corredor interior del teatro Alhambra. Dejó cinco heridos en total. Iraizoz quedó herido en el pecho y Rey con una herida grave desde el hombro hasta la mano. También resultó herido grave el juez de campo al interponerse entre los contendientes y un espectador cuando el sable de Iraizoz salió disparado hacia el público. Antes de comenzar el encuentro se había herido el médico que debía de asistir a los duelistas. Se llevó la yema de un dedo al revisar las armas que cortaban como navajas.TAMBIÉN LOS LIBERTADORESNo escapa de esta relación el lance entre el general Enrique Loynaz del Castillo y el coronel Orestes Ferrara. Loynaz recibió una herida grande en la cabeza y enardecido, lleno de ira y sangrando abundantemente, no obstante haberse dado por terminado el combate, corrió veloz, arma en ristre, hacia Ferrara en tanto gritaba a voz en cuello: Lo que no me hicieron los españoles en la manigua me lo hizo este maldito italiano. La agresión, no sin esfuerzos, fue frustrada gracias a la intervención de varios espectadores.Porque los libertadores también se retaban y batían. En 1893 y en una casa de Guanabacoa, Juan Gualberto Gómez, en un duelo a espada, puso fuera de combate al periodista Ignacio Sola, que lo ofendió en un artículo. Agramonte, siendo estudiante de Derecho en La Habana, se batió al menos en dos ocasiones con oficiales españoles, y una vez más en Camagüey. Maceo, en Jamaica, retó a duelo por ofensas a Flor Crombet. El Titán exigió un duelo a muerte. Se batirían a pistola, a 25 pasos y dispararían al mando. Pero los padrinos de ambos acordaron que el lance se pospusiera hasta que ambos cumplieran su misión en la independencia de Cuba. Lo mismo sucedió cuando Agramonte, en plena Guerra de los Diez Años, retó a duelo a Céspedes. Más sereno, menos impetuoso, el Padre de la Patria dijo a los padrinos del Bayardo que esperaría a que terminara la lucha para reclamar a Agramonte la reparación de sus insultos.Martí implícitamente retó a duelo a Enrique Collazo cuando este en una carta pública lo acusó de rehuir el peligro y de haber servido a España. Decía Collazo: “Si de nuevo llegase la hora del sacrificio, tal vez no podríamos estrechar la mano de Ud. en la manigua de Cuba…”  Respondió Martí: “Si mi vida me defiende, nada puedo alegar que me ampare más que ella… Pero no habrá que esperar a la manigua, Sr. Collazo, para darnos las manos, sino que tendré vivo placer en recibir de Ud. una visita inmediata, en el plazo y país que le parezcan convenientes”.PÓNGALE PESO Y MEDIONo todos los duelistas se comportaban con hidalguía en el campo del honor y no eran pocos los que con pretextos ridículos rehuían el enfrentamiento. Al periodista González Beaudiville, de tan asustado que estaba cuando se batió con Desiderio Ferreira, se le escapó un tiro antes de tiempo y se agachó cuando su oponente hizo el primer disparo. Cuando al fin se incorporó, Ferreira le coló una bala en el pecho, a un centímetro del corazón, y no pudieron sacársela en Cuba ni en Europa. Vivió con ella dentro desde entonces y murió de otra cosa.Cosas cómicas también sucedían en torno a los duelos. Wifredo Fernández debía batirse con Loynaz del Castillo y como sería un lance con todas las consecuencias llevó a afilar su sable viejo y mohoso. El servicio le cuesta dos pesos con 50 centavos, le dijo solícito el amolador. Fernández no los tenía, pero no se amoscó por ello, y sin vacilar repuso: Mire, amigo, póngale peso y medio de filo, que es lo que tengo.(Fuente: Octavio Garcerán Laredo: El duelo. La Habana, ed. Lex, 1947. Con documentación de Gonzalo Sala)

           

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