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Gobernadores (final)

Gobernadores (final)

Ciro Bianchi Ross

 

Cuando Diego Velásquez murió, pálido de envidia por los éxitos de su ex subordinado Hernán Cortés en México, ya la Corono española había decidido residenciarlo, es decir, someterlo a un proceso para que rindiera cuentas de sus actos como gobernador de la Isla de Cuba.

            Su fallecimiento, en 1524, lo libró de esa humillación y de su posible destitución, pero Juanes de Dávila, que tomó posesión de su cargo de gobernador veinte años después, sí fue destituido  cuando quiso hacer cumplir las Ordenanzas de Indias que suprimían las encomiendas. Tal supresión lesionaba los intereses de los colonos pues ponía fin ala esclavitud de los indios –existía ya la esclavitud de los negros—y los perjudicados apelaron a la metrópoli para que lo sustituyera, al igual que en 1555 el Ayuntamiento y los vecinos de La Habana pedirían relevo y castigo para Gonzalo Pérez de Angulo, incapaz de organizar a derechas las defensas de la Isla.

            Con algunos gobernadores podían las “clases vivas” criollas y con otros, no. Y con los que no pudieron estuvo Juan Francisco Güemes de Horcaditas, primer Conde de Revillagigedo.

            La aristocracia habanera lo llamaba el tirano e hizo cuanto estuvo a su alcance avaro y rapaz como ninguno de sus antecesores y más ladrón que todos ellos, pero a para que Madrid lo sacara del cargo. Güemes, que asumió el gobierno en 1734, era esas características unía otra peor: no dejaba robar a los demás. Eso sí, enviaba al Rey lo que era del Rey y las rentas que de aquí remitía a España no habían alcanzado antes auge mayor. Eso, y la segura defensa que garantizaba de la Isla, hacían que cayeran en el vacío todas las quejas que en su contra elevaba a Madrid el patriciado criollo, que para salir del intruso no vislumbraba ya más solución que un rayo lo partiera.

            Y casi fue así pues un buen día el gobernador cayó fulminado por un ataque de apoplejía que lo puso a las puertas de la muerte. Cantaron victoria aristócratas y burgueses. Pero el hombre se fue a Santa María del Rosario, disfrutó de los beneficios de sus aguas medicinales, y treinta días después volvió a La Habana como nuevo, gordo y colorado como nunca antes, y dispuesto a seguir haciendo rabiar a los que pedían su relevo, hasta 1745 cuando cesó en la Isla para asumir como virrey de México.

HASTA LOS CLAVOS

La cosa se ponía fea cuando el relevado se negaba a irse e insistía en permanecer en La Habana durante semanas o meses después de su sustitución.

            Cuando Federico Roncali, Conde de Alcoy, se hizo cargo del gobierno (1848) para suceder a Leopoldo O’Donnell, el Conde de Lucena le jugó una mala pasada ya que el relevo le llegó antes de lo previsto y sin causa que lo justificara.

            O’Donnell no solo recibió a Roncali con evidente desprecio y no cambió con él más de media docena de palabras durante la ceremonia del traspaso de mando, sino que le dejó vacío el Palacio de los Capitanes Generales. Salvo el Salón del Trono y las dos piezas principales, que lucían en todo su esplendor, en el resto de las habitaciones faltaba no solo aquello que representa la comodidad y el lujo, sino los objetos más indispensables;  como si la mansión acabara de sufrir los efectos de una mudada.

            Algo de eso había porque O’Donnell, a quien apodaban el leopardo de Lucena, antes de cesar en el gobierno se había establecido, junto a su familia, en la Quinta de los Molinos y se empeñó en convertirla en una casa de vivienda digna para el primer funcionario de la Colonia. Para ello invirtió allí 20 000 pesos y se había llevado del Palacio hasta los clavos. Ya sustituido siguió viviendo en ella, sin prisa alguna por retornar a España.

            Cuando la Condesa de Alcoy, como dueña de casa, recorrió el Palacio de los Capitanes Generales advirtió que no dispondrían ella y su esposo siquiera de una cama donde reponerse de tan largo viaje. Para salir de aquel trance y evitar tener que pasar la noche acomodados en las butacas del Salón del Trono, el Conde y la Condesa se vieron obligados a recurrir a don Pancho Marty, un avispado catalán que llegó a Cuba pobre como una rata y se había enriquecido gracias a la trata negrera y al trabajo de los presos, que explotaba a su favor, y que ajeno al protocolo visitaba Palacio y veía al gobernador cuando le venía en ganas. Marty se pintaba solo para solucionar un asunto como ese, solución que redundaría en su influencia y valimiento

Cosas de don Leopoldo, señora, dijo a la Condesa. Todo se arreglará. Y se arregló en efecto

RICLA

A diferencia de O’Donnell, otros gobernadores salían pitando de La Habana en cuanto les llegaba el relevo, como lo hizo Ambrosio Funes de Villalpando, Conde de Ricla.

En verdad, quería irse desde antes y tanto insistió en su reemplazo que el 17 de enero de 1765 el Rey de España nombró al mariscal de campo Diego Antonio de Manrique para sustituirlo. Era este un hombre que gozaba de excelente concepto en la Corte y se había distinguido tanto en la guerra como en las labores administrativas. Sobre Cuba tenía conocimientos especiales pues había formado parte de la Junta de Generales que juzgó en España la causa que se instruyó con motivo de la toma de La Habana por los ingleses.

Manrique arribó a La Habana el 25 de junio y el 30 recibió el mando de manos de Ricla. En mala hora. Trece días después, víctima de la fiebre amarilla, era cadáver. Sus funerales tuvieron toda la pompa que exigía un Capitán General y lo enterraron en la iglesia de San Francisco. El Ayuntamiento de La Habana, en uso de sus prerrogativas, pidió entonces a Ricla, que permanecía en la Isla, que reasumiese el gobierno al menos con carácter interino, pero el Conde, loco por volverse a España, declinó el honor

CAIDO DEL CIELO

Cuando Salvador de Muro y Salazar, Marqués de Someruelos, se presentó en el Palacio de los Capitanes Generales para anunciar que era el nuevo gobernador de la Isla, el gobernador en propiedad, Juan Procopio de Bassecourt, Conde de Santa Clara, debió pensar que su sustituto había llegado por los aires porque hacía más de dos meses que no entraba barco alguno al puerto de La Habana.

Y es que Someruelos, perseguida de cerca por corsarios ingleses la nave en que viajaba –Inglaterra y España estaban en guerra—se vio obligado a desembarcar en Casilda y desde allí a caballo, seguidos por numerosos criados y sin un solo ayudante de campo, en penosa travesía, tomó rumbo a La Habana. Si en ese tiempo un buen jinete demoraba tres días en ir desde Nueva Bermeja (Colón) a la ciudad de Matanzas, ¿cuánto demoraría el viaje entre Trinidad y La Habana?  Para hacer más difícil la travesía, era infernal el clima y mojado por la lluvia y sucio de fango, llegó Someruelos al ingenio Holanda, próximo a Güines, donde su propietario le dio posada, con tanta generosidad y fineza que el recién llegado no tuvo otra alternativa que responder revelando su identidad..Venía con sus credenciales cosidas al forro de la ropa, a sustituir a un gobernador probo y capaz que cometió sin embargo el error de acoger en La Habana a los fugitivos príncipes de Orleáns, uno de los cuales, Luis Felipe, llegaría a ser rey de los franceses. Protestó por ello la Francia revolucionaria, entonces república y aliada de España y obtuvo el extrañamiento de los príncipes y el relevo de Bassecourt.

Entre los 128 gobernadores que rigieron los destinos de Cuba entre 1511 y 1899 hay hombres más familiares que otros, pero la mayoría de ellos nada dice al lector de hoy. Todos dejaron su huella en el horror de la Colonia. Con Antonio Chávez (1546) se fomentó en Cuba el primer ingenio azucarero, y con Manuel de Rojas, en los albores de la colonización, llegaron los primeros esclavos africanos. El Marqués de la Torre embelleció La Habana con el paseo de la Alameda de Paula y con Juan de Tejada La Habana tuvo título de ciudad. Con José Gutiérrez de la Concha se promulgó la más arbitraria de las medidas cuando quedó prohibido para los criollos el derecho de pedir. Dicen que el mejor de todos los gobernadores fue Luis de las Casas. Eso es, el mejor porque ninguno fue bueno.

   

 

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