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Perfil de Harold Gramatges

Perfil de Harold Gramatges

Ciro Bianchi Ross

 

El Premio Iberoamericano de Música  Tomás Luis de Victoria le reconoció una entrega excepcional al arte y una obra de máximas calidades, pero el éxito apenas lo rozó. Harold Gramatges, ese compositor sencillamente clásico, es el mismo de siempre. Cálido, abierto, fraterno.

            De la herencia universal, dice la crítica, retoma el sentido del equilibrio y el rigor en el tratamiento de las formas. Pero hay en la obra de Gramatges una cumplida dialéctica entre lo universal y lo criollo. Es un compositor, recalcan los especialistas, que en lo visible y en lo invisible piensa en cubano y se expresa como tal. Y esa cubanía se le reconoció al otorgársele en la primera convocatoria del premio Victoria, en 1996:  “su capacidad de expresar con maestría… la síntesis sonora de la cultura de su país”.

“Yo me creo un compositor que se alimenta de fuentes populares”, asevera el maestro. En su obra es siempre posible advertir la esencia nacional. Lo cubano está presente en sus composiciones de manera bastante directa, pese a la elaboración a la que Gramatges la somete. “Toda mi obra es acendradamente cubana y eso no lo alteran los cambios en el lenguaje musical”, precisa.

Es un compositor sin saltos espectaculares. Su gran preocupación ha sido siempre la arquitectura de la música. Hoy hay en el mundo una música que técnicamente tiene  perfecta razón de ser y que suena muy bien en festivales, pero está ausente de las salas de concierto, ya que el vasto campo que en la música abrió la electrónica, llegó a su saturación y existe un divorcio entre el oyente y el compositor. Por eso se evidencia ahora un regreso a la música realizadas con instrumentos armónicos, al mundo tímbrico más natural y real de la música, a una música más diáfana.

-No compongo para que me escuchen únicamente los especialistas, sino para que me oiga el público y me comprenda. Siempre he tenido presente la función social de la música… Es curioso, ya en los años 70 yo pensaba que la música tendría, en algún sentido, un camino de regreso. Lo que no pude imaginar es que me tocara a mí ser testigo de ese proceso.

SIN MÉTODOS NI ESCUELAS

Gramatges asume su obra –más de cien títulos- desde el comienzo y no entiende a aquellos compositores que eliminan piezas de su catálogo. Su obra, puntualiza, empezó a ser adulta con la Sonata para piano, que en la década del 40 le valió una beca para estudiar con el norteamericano Araaon Copland. Hoy se reconoce en aquella sonata, en lo que tiene de elementos de diseño, de procesos armónicos, de momentos interválicos que, visto a la distancia, les son un poco misteriosos; no los puede explicar.

            -Porque también sucede esto. A veces comparto con jóvenes estudiosos que quieren saber por qué este giro, por qué este timbre en algunas de mis obras, y desconocen que yo mismo no tengo explicaciones para ello.

            ¿Cómo compone entonces?  Lo hace a partir de elementos muy diversos. Tiene la convicción de que hay como un impulso primero que encamina al compositor y le pide el medio composicional  que utilizará. No está sujeto a métodos ni escuelas. Los acepta todos porque todos son válidos y porque sabe que lo que importa es el resultado, más allá de la opinión de la crítica. Lo que cuenta, a su juicio, es la presencia de la obra y lo que la obra representó en el instante en que se hizo. El tiempo y la historia se encargarán de poner cada cosa en su lugar, incluso los criterios del crítico.

ROLDÁN LO DESLUMBRA

Harold Gramatges hizo estudios de piano en Santiago de Cuba, donde nació en 1918. En 1936 está en La Habana; busca a un profesor ya que quiere preparar su ingreso en el Conservatorio Real de Bélgica. Es aquí, en la capital, donde conoce a Amadeo Roldán que es, junto a Alejandro García Caturla, el gran compositor cubano “culto” del momento y dirige el Conservatorio Municipal donde acaba de crear la cátedra de Composición.

            Roldán lo deslumbra. Decididamente, no iría a Bélgica. Matricula en el Conservatorio Municipal y allí, junto a Roldán y José Ardévol, un catalán avecindado en La Habana, descubre toda la música anterior y posterior al romanticismo hasta llegar a Falla y Stravinsky.

            Son los años 40. Gramatges y otros compositores jóvenes fundan junto a Ardévol el Grupo de Renovación Musical. Ya Roldán y Caturla habían muerto, prematuramente, y el Grupo, con su labor, se propone continuarlos, pero no exactamente, sino sólo en parte, ya que tienen la influencia de Ardévol, que es un neoclásico, y están rodeados de otro mundo y sumidos en otras preocupaciones en cuanto a definiciones e integración.

            Renovación Musical pone al día a la música cubana, sitúa plenamente a Cuba en la órbita musical contemporánea. Hay en la obra de los compositores que lo conforman un tratamiento menos directo, menos típico de los elementos cubanos que privaban en Roldán y Caturla. En la obra de Gramatges, dice la crítica, se advierte entonces un nacionalismo muy elaborado y refinado.

DE CASTA LE VIENE

-Mi padre hizo muchas cosas en la vida. Era un buen músico, fue un buen jugador de fútbol rugby y un peluquero. Con lo que le reportaban esas ocupaciones se costeó sus tres carreras universitarias, pues además de ingeniero y arquitecto fue matemático. Cuando comprendió que mi vocación era la música, me apoyó hasta el final: no se veía bien en el Santiago de mi infancia que un varón estudiase piano. La primera vez que subí a un escenario, lo hice para acompañar a mi padre. Yo tenía ocho años de edad entonces.

            No se considera, sin embargo, un niño prodigio; sí, piensa, resultó prodigioso lo que pasó con él en relación con aquel ambiente provinciano donde, salvo por los bailes populares, nadie se entraba de lo que sucedía en el mundo de los sonidos.

            Gramatges desciende de una familia catalana, de Sitges, que se dispersó cuando las guerras napoleónicas. Una parte de fue a Venezuela. Su abuelo paterno viaja desde ese país sudamericano y se instala en Santiago. Era joyero y relojero y deja su huella en la ciudad: es suyo el reloj de la fachada de la catedral santiaguera. El abuelo materno es todo un general de las guerras cubanas por la independencia, Francisco Leyte Vidal. Un hombre muy buen mozo, precisa el compositor, que viudo y ya con 45 años de edad se enamora de la hija de un francés asentado en Santiago y se casa otra vez.

TALENTO QUE SE DESPERDICIA

Afirma que la música de los compositores “cultos” cubanos no se escucha en Cuba lo suficiente. Hay quienes piensan que la televisión debe darle una difusión mayor y hay quienes piensan que no debe hacerlo.

            -Yo soy feliz con los éxitos de la música “popular” cubana, con los triunfos de la cancionística y de la música de entretenimiento. ¿Por qué tienen tan buena acogida? ¿Por qué su calidad? Son preguntas que vale la pena formularse.

            El propio compositor las responde. Tiene la calidad que tiene porque la hacen músicos con formación académica, con dominio de la técnica y cultura musical. Muchos de ellos pasaron por sus manos en el Instituto Superior de Arte. Hay un talento enorme que se desperdicia, jóvenes que egresan del Instituto y toman el camino más conveniente, de más salida, que es el de organizar o sumarse a un conjunto de música “popular”: tendrán  éxito económico, oportunidad de viajar y trabajo seguro, y aun cuando no lo consiguieran aquí, la posibilidad de ser contratados en el exterior.

CAPAZ DE SORPRENDERME

Ha caminado mucho mundo, pero aún se le advierte en el habla el “deje” santiaguero.

            -Tengo siempre la casa llena de gente; la invaden incluso los que no debían venir, y es que soy demasiado condescendiente. No he aprendido a decir “no” a esta altura de la vida.

            Y es que le resulta muy difícil negarse al reclamo de un joven que quiere que lo escuche. Si el joven en cuestión anda en víspera de un recital, Gramatges es capaz entonces de organizarle en su casa una audición privada –con invitados y todo- para que oficie como una suerte de ensayo general.

            -No he perdido el entusiasmo, el optimismo, las ganas de vivir y aún soy capaz de sorprenderme y emocionarme ante el talento joven.

            De ahí sus largos vínculos con la docencia, como profesor de la cátedra de Composición en el Instituto Superior de Arte. La enseñanza es otra vocación y tan importante que nunca le importó que le restara tiempo a su trabajo creativo. Es otra forma de creación, puntualiza, tiempo ganado más que tiempo invertido.

            -Estoy comprometido con el mundo de la música de mi país. ¿Qué no he hecho dentro de la música?

SEÑOR EMBAJADOR

 

Siempre su vida ha sido más o menos igual, con la misma vocación de servicio. En 1944, a su regreso de Estados Unidos, fundó la Orquesta de Cámara del Conservatorio Musical de La Habana –de donde era profesor- integrada por estudiantes de ese centro.

            En los años 50 presidió la sociedad cultural Nuestro Tiempo, que aglutinó a la vanguardia intelectual de entonces y postuló una estética tan infinita como el hombre mismo, síntesis de lo vigente y lo permanente en América.

            A comienzos de la década de los 60 se le designó embajador en Francia. El gobierno francés valoró altamente el gesto de Cuba de situar a un creador de la talla de Gramatges al frente de su representación diplomática, y el embajador llegó a gozar del aprecio personal del presidente De Gaulle. A su regreso a la Isla, ocupó la dirección del Departamento de Música de la Casa de las Américas y, con posterioridad, hasta hoy, la presidencia de la Asociación de Músicos de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

            Para el Premio  Tomás Luis de Victoria, auspiciado por el Consejo Iberoamericano de Música, el Instituto de Cooperación Iberoamericana y la Sociedad General de Autores y Editores de España, y que celebraba esa vez su primera convocatoria, se hallaban nominados unos 50 creadores de una veintena de países. Entre ellos, figuras como Joaquín Rodrigo, Cristóbal Halester y otro cubano, Leo Brouwer.

            Harold Gramatges se enteró de que había resultado ganador de un premio como ese, que corona una vida, en la cátedra, junto a sus discípulos, y su primera reacción fue de incredulidad. Comentó: No lo creo; con tantos talentos nominados que me haya tocado a mí, es un honor tan inmenso que me deja sin palabras. Diría después: Es una apertura grande para la música “culta” y, en especial, significativa para Cuba…

            El Premio Tomás Luis de Victoria lo llenaba de orgullo, pero no lo envanecía. Así es de modesto este compositor sencillamente clásico, este santiaguero irreductible, este cubano definitivo, cálido, abierto, fraterno.

           

           

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