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Conversación con Cintio Vitier (I)

Conversación con Cintio Vitier (I)

Ciro Bianchi Ross

 

 

Todas las mañanas, antes de las ocho, un hombre maduro, de regular estatura, pulcramente vestido, desciende en una de las paradas de la Plaza de la Revolución del ómnibus que abordó una media hora antes. Se dirige al edificio que ocupa la Biblioteca Nacional y se introduce en el elevador. Su “celda de trabajo –llamada así a su cubículo- lo espera para comenzar la labor del día.

            Es Cintio Vitier, una de las personalidades más brillantes y atrayentes de la actualidad cultural cubana. Poeta de obra rica e intensa que ha recogido íntegramente en dos gruesos volúmenes –Vísperas, 1953, y Testimonios, 1968-; crítico y ensayista medular e imprescindible –La voz de Gabriela Mistral, 1957, Lo cubano en la poesía, 1958, Temas martianos, 1958; Crítica sucesiva, 1971-; antólogo –Diez poetas cubanos, 1948, Cincuenta años de poesía cubana, 1952, La crítica literaria y estética en el siglo XIX cubano, 1968-1974-; traductor –Las iluminaciones, 1954-; investigador literario –edición facsímil y crítica de Espejo de paciencia, 1962-: editor –Obra poética, de Emilio Ballagas, 1955, Epistolario, de Juana Borrero, 1966-1967) –esta lista no es sino una pálida muestra de su ser y laborioso quehacer. Habría que consignar también sus actividades como profesor, conferencista y director de publicaciones y también muchos títulos más.

            Esta es la cuarta vez que voy a entrevistarlo. Nuestras entrevistas anteriores tuvieron como temas a José Martí y a Juan Ramón Jiménez. Al enterarse de que esta versaría sobre su vida y su obra, la modestia se pone en marcha. “Mi vida no me interesa tanto como para hacerla tema de una entrevista”, dice. La modestia rinde su pendón luego de unos cuantos días de asedio y el poeta, al parecer, se olvida de ella en el transcurso de la conversación, pero al final me dice: “Examiné mi vida y mi obra y me di cuenta de que no he hecho casi nada”.

 

“POETA Y MÚSICO, VOCATIVO…”

-¿Por qué nació usted en Cayo Hueso?

            -Nací en cayo Hueso porque mis padres estaban de viaje en ese islote cuando me llegó la hora. Me complazco pensando que Martí llamó al “Cayo querido”, donde se aprobaron las bases del Partido Revolucionario Cubano, “la yema de la República”. En agosto de 1958 estuve allí con mi mujer, visitando conmovido los lugares sacros de la emigración. Entonces escribí “La luz del Cayo”: “Una luz arrasada de ciclón,/ aquella misma luz que vi de niño/ en las mañanas nupciales del miedo…”, refiriéndome a los ciclones que asustaron mi niñez matancera. Porque lo curioso es que me identifiqué con aquel paisaje de arenal y pinos, vacío y en cierto modo intocable como una absoluta lejanía, y además tan pobre en su intemperie, como si fuera mi paisaje prenatal. Los temas de la aridez y de la lejanía están siempre ligados en mis versos a ese fondo salvaje de un lugar donde nunca viví.

            -Política, literaria, filosóficamente ¿cómo influyó su padre, el ensayista medardo Vitier, en usted? ¿Aceptó siempre su influencia?

            -La influencia, si puede llamarse así, de mi padre en mí, fue sustancial e inmedible, y seguirá siéndolo siempre, pero yo no diría que fue política, literaria ni filosófica. Si tuviera que especificarla, diría que fue esencialmente ética. Mi padre fue el mejor hombre que me conocido, y lo consideré siempre, de niño y de adulto, un modelo vital que me asiste sin tregua. Su eticidad laica, de raíces cristianas y estoicas, estaba entrañablemente unida a la tradición cubana de Varela, Luz, Varona, Martí, que es la herencia espiritual y patriótica en que tuve la fortuna de criarme y formarme (enlazada a la tradición mambisa de mi madre, hija de Chema Bolaños, general de la Guerra del 95). Frente a ese legado que él me trasmitía cotidianamente con pureza, emoción y sonrisa, la natural diversidad de criterios que podía surgir en otros planos, carecía de importancia.

            -¿Nunca sintió la necesidad de rebelarse contra la influencia de su padre?

            -No. Nunca sentí “la necesidad de rebelarme” contra el mundo de mis padres, cosa que ha sido tan común en generaciones posteriores y que siempre me ha parecido un síntoma de inseguridad. La condición de auténtico librepensador de mi padre me ayudó  a serlo yo también y a escoger libremente caminos diversos y propios que no necesitaban fundarse en ninguna rebelión. Era, sencillamente, otro crecimiento desde la raíz.

            -Sabemos que realizó estudios musicales. ¿Avanzó mucho en ellos?

            -Comencé a estudiar violín a los siete años, en Matanzas, con Miguelito Failde, sobrino del inventor del danzón. En unos versos nostálgicos titulados “El coche oscuro”, en que mezclo sensaciones de Matanzas y la finca de mi abuela materna, lo aludo como el “difunto mulato y violinista fino/ que me saluda suave como la estatua de su hastío”. Di clases con Gustavo Lamothe, que me llevaba a tocar en las misas dominicales de la iglesia de los Carmelitas, bajo la dirección del maestro Ojaguren, pedaleando y cantando en el órgano. Recuerdo también a Aniceto Díaz, flautista, autor del danzonete, en cuya casa de música compraba mis estudios, y a Periquito Diez en el contrabajo. Mi hermano Augusto, siete años mayor que yo, era barítono en el coro.

            “Guardo un recuerdo encantador de aquellas mañanas en los Carmelitas, completamente ajeno al misterio de la misa, compartiendo allá arriba, en la penumbra, el alegre y despreocupado mundo de los músicos, que por suerte ha venido a ser el de mis hijos.

            “Finalmente, viviendo todavía en Matanzas, y ya después radicado en La Habana, seguí mis estudios de violín –en realidad, tuve que recomenzarlos por problemas de técnica- con el profesor Juan Torroella, quien me presentó en la sala Espadero tocando el Concierto en la menor, de Vivaldi. Por aquel tiempo estuvo en La Habana Ángel Reyes, Premio del Concurso Internacional de Bruselas, el mejor discípulo de Torroella, quien había sido maestro también de Virgilio Diago, concertino de la Sinfónica y padre del pintor que ilustraría De mi provincia, y Divertimentos, de Eliseo Diego. Tuve entonces el honor de tocar con ellos y con un grupo de alumnos de Torroella, como homenaje al maestro, en el Auditorium, la Cavatiwa, de Raft.

            “De la época que venía de Matanzas a La Habana a dar mi clase semanal proceden las imágenes de “Calle mojada y paraíso”. Por último, al morir Torroella (sobre el que publiqué una nota necrológica en la Revista Cubana)  prácticamente abandoné los estudios de violín, aunque intenté reanudarlos con el maestro Molina. Durante años seguí tocando en familia, acompañado por mi suegra Josefina Badía, pianista cariñosa y solar, algunos conciertos de Bach y Mozart, algunas sonatas de Beethoven, Brahms y César Franck. Ella me llamaba, jovialmente, “su Paganini”.

            -A su juicio, ¿en qué momento el poeta comenzó a eclipsar al músico?

            -Nunca llegué a ser, en rigor, músico, aunque así me llamara Juan Ramón Jiménez en su prólogo autógrafo a mis versos de los diecisiete años (“poeta y músico, vocativo…”) porque siempre me veía con mi estuche o quizás queriéndole dar a esa palabra un sentido más amplio. Ojalá lo hubiera sido, y nada más, ahorrándome así las amarguras de la llamada vida literaria. No hubo, pues, tal eclipse.

            -¿Cómo se revela la música en su poesía?

 

            -La poesía es, ante todo, música. Como ella, nace y se nutre del silencio. Cada poema se nos aparece siempre, de entrada, como la insinuación de una melodía, de una tonalidad, de un ritmo interior. Por otra parte, cuando yo estudiaba durante muchas horas el violín, incluso haciendo escalas o ejercicios mecánicos de digitación y arco, pensaba mucho en la vida, soñaba cosas y hacía poemas que nunca escribí, pero sin los cuales probablemente nunca hubiera escrito los otros. El estudio disciplinado de un instrumento musical constituye, además, una ascética del cuerpo y del alma equivalente a los ejercicios espirituales: fortalece a la vez la voluntad y la humildad, nos enseña a sonar y a consonar íntegramente, a participar en la matemática del universo, y nos afina el oído del corazón, que es el de la poesía.

JUAN RAMÓN EN CUBA

-¿Qué significó para usted la estancia en Cuba de Juan Ramón Jiménez?

            -Significó, literalmente, el deslumbramiento de la poesía encarnada en una presencia humana, como si hubiera conocido a Apolo o a Orfeo. Yo acababa de pasarme varios meses leyendo y releyendo el primer libro de poesía verdadera que había caído en mis manos: Segunda antolojía poética, de Juan Ramón Jiménez, librito encuadernado en pasta azul que había encontrado en la biblioteca de mi padre, talismán que guardo contra todo mal. Tenía entonces quince años, escribía mis primeros versos, estudiaba violín. Me parece que oigo todavía la voz de Camila Henríquez Ureña (“No podrán quitarle como a Garcilaso el dolorido sentir…”) presentando a Juan Ramón en su conferencia sobre “El trabajo gustoso”, patrocinada por la inolvidable Institución Hispanocubana de Cultura que dirigía don Fernando Ortiz (de esta espléndida obra suya se habla poco) en el Teatro Principal de la Comedia, arriba, con mi reciente y misterioso amigo Eliseo; y desde la penumbra alta del Campoamor presencié también el acto en que leyeran cosas magníficas algunos de los poetas más importantes de La poesía cubana en 1936, presentados esquisitamente por Juan Ramón, en ámbitos de maravillas y tensiones.

 “El dolor de la república española parió grandes júbilos para mi generación en La Habana. El tránsito de los republicanos, la compañía de Margarita Xirgu, la presencia de Juan Ramón, todo aquello fue de algún modo, aunque no lo sabíamos, como una devolución de la dolorosa visita de Martí desterrado a España. Había en todo aquello algo más que lo que se veía. La noche de Fernando de los Ríos habló de Martí en el Aula Magna de la Universidad de La Habana conocí a Lezama. Yo tenía fiebre, recuerdo que Lezama dijo: “Quien no haya leído la Historia de las ideas estéticas en España absténgase hablar de literatura… y quién presenta al profesor Lavín” –pero estos eran signos exteriores, estaba sucediendo otra cosa.

            “Algún tiempo después, o no, más bien antes, gracias al generoso entusiasmo de José María Chacón y Calvo, aquel príncipe absoluto de la poesía quiso llanamente recibirme en el comedor alto del hotel Vedado (hoy Victoria) para leer mis pobres versos que de su voz salían azorados, y calificarme los mejores con un 1, los regulares con un 2, los otros, ay, con nada, y ponerles con su lápiz de dios el título justo: Luz ya sueño. Su bondad no era paternal, no era crítica, no era generosa. Era sencillamente. Su justicia, era, quiero decir, es. Con su rostro a la vez pacífico y feroz de esencias, con su mirada de ascua negra, sus labios de ascua roja, su barba arábigo andaluza, sus dientes de esplendor lunar, su frente señalada por, para, donde él estaba, estaban la ley, el sí y el no, la precisión, la autoridad. El número vivo de la flor en suma. El examen fue satisfactorio. Salí con mi nota de sobresaliente en el corazón  a los pinos radiantes del hotel Nacional. La alegría, indecible. Y después una noche me invitó a oír música en casa de Antonio Quevedo y María Muñoz: Kreisler tocando a Beethoven, Casals a Granados (y el cuento que él hacía de la muerte alucinada de Granados, que se tiró al mar por una falsa alarma y los otros cuentos de Benavente y Antonio Machado, que eran todos delirantes, más allá de la mentira y la verdad) y el trío de Debussy para arpa, flauta y piano, que era oír, girando en el disco negro maniáticamente vigilado por Quevedo, toda una época de Juan Ramón, increíblemente allí al lado, tan sobrio al opinar; y luego, una tarde, me invitó a su memorable lectura por radio, “Ciego ante ciegos”, en que dijo rayos puros de la hermosura total; y una mañana, en que volví a nacer, recibí de Nueva York su autógrafo bautismal para mi primer libro; y las cartas de Washington, de Coral Gables, de Río Piedras.

“Y haberme enterado después de su muerte, que en sus papeles estaba mi nombre para hacer una semblanza en otra edición de Españoles de tres mundos. ¿Orgullo? Sí, desde luego. Y sobre todo porque a Fina y a Bella las conocí, primero desde lejos en la penumbra de aquellos teatros mágicos de la adolescencia, después de súbito, personalmente, en los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad  Encantado!, en efecto, para siempre) a través y a favor y en la poesía para nosotros fundadora y nupcial de Juan Ramón Jiménez”.

            -¿Qué influencia ejerció Juan Ramón sobre los poetas cubanos que lo conocieron?

            -Si por influencia entendemos algo que se refleja visiblemente en la escritura, creo que un solo poeta cubano recibió la impronta juanramoniana de ese modo. Me refiero a Eugenio Florit, cuyo granado Doble acento apareció con un prólogo fijador, traspasador de Juan Ramón.   

            “Florit fue cogido por el hechizo de la lucidez juanramoniana (no era para menos, es fácil hablar cuando no se ha recibido ese prólogo irresistible) de tal modo, que su escritura posterior cambió en homenaje al prologuista, escogiendo, de las dos líneas señaladas en su poesía, la “neta” frente a la “barroca” cuando en verdad Juan Ramón prefería la fusión de ambas líneas en un solo estilo igual o encadenado, el rico contrapunto del “Martirio de San Sebastián” y las “Estrofas a una estatua”. Bien, de una u otra forma, Juan Ramón estaba en su destino y Florit se juanramonizó hacia lo que prefería de sí mismo.

“En otros poetas, el influjo fue menos verificable, más misterioso. Lezama, por ejemplo, entró en lo juanramoniano haciéndolo a su vez entrar en lo lezamiano, convirtiéndolo en tensión de fuerzas, en juego de resistencias, en desafío de esencias: de ahí el memorable Coloquio, que parece un torneo donde la cortesanía no oculta la batalla diseñada por la imaginación del cubano, alimentada por la sorpresa del andaluz. Sorpresa ante una cultura poética inesperada, que le hacía las preguntas de la resaca marina. El andaluz se defendió con realeza, remontándose en  lo reminiscente a las fuerzas de Tarsis. El tema central fue la isla, la insularidad, el mito de la lontananza. Solo un viajero tal, enviado de la zona más americana y profética de España, merecía provocar tales cuestiones, y la ocasión fue aprovechada por el poeta de “Noche insular” en un diálogo soñado, submarino, de inteligencias fosforescentes.

“Para los más jóvenes, Juan Ramón fue un prodigioso estimulador. Su influencia en mí, después  del vuelco vallejiano que pareció situarme en las antípodas, se siguió ejerciendo más profundamente a través de su poesía americana, desde Animal de fondo hasta Espacio, con un hambre de realidad que a la postre se sumó en mí a la del peruano, hambre cifrada en este verso clave para mi deseo: “El más, el más, camino único de la sabiduría”.

            -¿Qué importancia concede a La poesía cubana en 1936?

            -La poesía cubana en 1936, el granero, tuvo y tiene un valor histórico indudable, como corte geológico de la tierra poética cubana de los años 30. Si se hubieran seguido publicando colecciones análogas en los años sucesivos, según el deseo de Juan Ramón, probablemente se hubiera oscurecido el valor ejemplar de una colección que se sitúa, como muestra o cala, entre las antologías de Lizaso y Fernández de Castro (1925) y la mía de 1952.

“Cuando digo ejemplar no quiero decir inobjetable (cosa que además no pretendía) pues aún como “granero de la cosecha mejor o buena de los poetas cubanos en 1936” tuvo a mi juicio una falta grave: la de no incluir “Muerte de Narciso”, de Lezama, que era lo más original de aquel momento.  Pero sabemos que lo más original, en su manifestación primera, es siempre lo más desconocido. Un granero, después de todo, resulta lo contrario de un vaticinio, y Juan Ramón se equivocó en casi todos los jóvenes que,  en la Nota final del libro,  señaló como promesas.   Fijó en cambio magistralmente “las tres líneas mejores” (Guillén, Ballagas, Florit) de lo ya logrado dentro de la actualidad de aquellos años, planteó bien los problemas de nuestra “independencia poética” a partir de Martí y Casal: “uno por el camino del espíritu y otro por el que él entendía del arte”, y señaló la necesidad, precisamente por ser Cuba una isla, de “ir al centro siempre, no ponerse en la orilla a aullar a otra vida mejor o peor de nuestro mismo mundo, peoría o mejoría que puede ser la muerte”. Válido consejo, de tan martiano sabor, en todo tiempo. Y más cercano aún al nuestro, su discrimen sobre la poesía “revolucionaria”, que dijeron que no figuraba en su colección (igual que iban a decirlo de mi antología del 52) a lo que respondió seguro con palabras de perennidad sencilla: “Es cierto que se dijo que cierta escritura rimada, retórica social de mitin, altisonante, eterna y vacía, no es propia de este libro, y “eso” ha quedado fuera; pero en muchas de las pájinas vibra una poesía dolorosa, directa, honda de verdadero sentimiento social. A esta poesía le damos el mismo trato que a la otra, la de amor, por ejemplo. Es poesía cuando es profunda; cuando no, no”.

“Y en el prólogo, “Estado poético cubano”, (que lo mejor que tiene es la intención del título, emparentado con la idea antigeneracional de Lezama en Orígenes: un estado de concurrencia poética, jugando ambos con el doble sentido de la palabra “estado”, dijo como de pasada: “Va también a lo largo del libro, una hermosa corriente de poesía “revolucionaria” que considero y deseo accidental, pues traerá la verdad de todos…” Suele olvidarse que Juan Ramón fue también un soñador muy lógico de utopías sociales, y que en su conferencia escrita para Cuba, “El trabajo gustoso”, habló ampliamente de su “comunismo poético”, al que había dedicado ya en España otras páginas de ingenuidad profunda.

 “Esa verdad de todos que traería esa corriente revolucionaria, haciendo ya innecesaria la poesía “revolucionaria” o “social” entre comillas, mucho tiene que ver con la utopía juanramoniana expresada en estas palabras: “El propósito de fusión es la norma suprema de la relación humana, fundirnos todos en todo lo que podamos, con amor o convencimiento si no es posible el amor, que todos tenemos distintos lados buenos para la fundición de carne y alma. Y aquí está ya mi unidad libre poética, mi comunismo. El comunismo ideal, el “comunismo poético”, que es el que yo pienso y sueño, sería aquel en que todos iguales en principio trabajásemos en nuestra vida, con nuestra vida y por nuestra vida por deber consciente cada uno en su vocación, en lo que le gustara y, entiéndase bien, con el ritmo conveniente y necesario a este gusto. La vida y el trabajo no pueden tener otro ritmo que el suyo, no pueden ser hostigados ni desviados de su órbita. En este en lo que le gustara a cada uno, está el fuego alimentador de la calidad poética que debe acompañar siempre al trabajo, que le da al trabajo utilidad y encanto. Trabajar a gusto es armonía física y moral, es poesía libre, es paz ambiente. Fusión, armonía, unidad, poesía: resumen de la paz. La vida debe ser común y lo común altificado por el trabajo poético. El gusto por el trabajo propio trae el respeto, gustoso también, por el gustoso trabajo ajeno”.

“Y más adelante, tocando el radioso fondo de las más profundas esperanzas poético sociales: “Todos hemos nacido del pueblo, de la naturaleza, y todos llevamos dentro esa gran poesía original, paradisíaca, que es natural unión, nuestro comunismo”.

“De ese comunismo, comunidad poética y comunión total humana, de fondo natural paradisíaco, fueron reflejo las actividades propiciadas por Juan Ramón en La Habana, y a esa luz suya La poesía cubana en 1936 fue un acto de precursora moralidad que hay que entender como un envío de la mejor república española, en trance de agonía, a la corriente revolucionaria cubana, por entonces sumergida en la impotencia y la fábula”.

EXTRAÑEZA DE ESTAR

-¿Podría trazarnos la trayectoria de su vida desde la caída del dictador Gerardo  Machado (1933) hasta la ascensión al poder de Ramón Grau San Martín (1944)?

            -A la caída de Machado yo no había cumplido los doce años. Vivía con mis padres en Matanzas y allí cursaba la enseñanza primaria. Poco después ingresé en la Preparatoria, y, como no tenía edad para iniciar el Bachillerato, me pasé todo un año jugando al tenis en el court del Instituto. Fue también la época de mi gran amistad con Mario Argenter, espejo de fineza matancera, y con los alegres hermanos Melero, todos músicos, en cuya casa de Pueblo Nuevos nos reuníamos a tocar canciones y operetas. Mario y yo veníamos a La Habana, para asistir a los conciertos dominicales de Lecuona, de los que se salvaron, como artistas perdurables, Bola de Nieve y Esther Borja.

            “En 1934 mi padre fue secretario (ministro) de Educación unos meses: esto hizo que viviéramos provisionalmente en casa de un tío materno, en la Víbora, hasta que nos mudamos definitivamente a la capital, en ese mismo barrio, lo que fue para mí un desgarramiento, al extremo de que todos los domingos me iba para Matanzas con mi violín. Por esos años iba mucho al teatro Martí, o al Principal de la Comedia, mientras se apoderaba de mí, oscuramente, la tragedia política del país, que me perseguía como una angustia intermitente desde el machadato, cuando mi padre fue cesanteado de la Escuela Normal y se vio en peligro varias veces por sus discursos, hasta que tuvo que esconderse en la finca de mi abuela. Recuerdo el pantalón de saco de azúcar, la harina mañana y tarde, el trabajo tenaz de mis padres y de mi tío Helio en el Colegio que era mi propia casa, el uniforme militar y después el sombrero de pajilla que impuso Machado a los estudiantes, los disturbios en el Instituto, los soldados desde inmensos caballos dando “plan de machete”, los cuentos atroces. Recuerdo la gritería infinita, que a mí me sonó funesta, de aquella extraña tarde (véase “La caída”).

            “En La Habana continué el Bachillerato en el colegio La Luz, regidos por maestros matanceros. Un ómnibus destartalado iba a buscarme primero al hotel Alcázar y después a mi casa de la Víbora. En las aulas de La Luz, en el Vedado, conocí a Eliseo Diego, sumergido ya en su hechizo, amigo destinado, con el cual hice una revistita titulada, naturalmente, Luz.

            “Terminé el Bachillerato  en el Instituto e ingresé en las escuelas de Derecho y Filosofía. Eran los tiempos de la guerra civil española, de las temporadas de Margarita Xirgu con Yerma y Bodas de sangre, del asesinato de García Lorca, al que llamábamos Federico. Todas las semanas iba con Eliseo al teatro Campoamor o al Principal a oír a algún ilustre exiliado español traído por la Institución Hispanocubana de Cultura, bajo la dirección de Fernando Ortiz, inalterable siempre, con su voz pastosa y socarrona. Entre ellos vino Juan Ramón, que propició una memorable lectura de poetas cubanos y prologó mi primer libro, Poemas, 1938, sobre el cual recibí una lluvia de cartas elogiosas que cada vez me explico menos.

            “Al año siguiente apareció la revista Espuela de plata, donde publiqué algunos versos, más bien desorientado. Como me había sucedido con el violín, tenía que empezar otra vez con la poesía. Fue lo que intenté con Sedienta cita (1943) y Extrañeza de estar (1944) publicado el mismo año de la fundación de Orígenes y de la elección multitudinaria de Grau, que iba a defraudar todas las esperanzas populares frustradas desde 1933”.

EL EVANGELIO ERA VERDAD

-Dice en El violín, la conferencia de carácter autobiográfico que dicto en la Biblioteca Nacional: “Las bodas, el hogar, el hijo comenzaron a curarme de la extrañeza. Si el país no tenía sentido, mi casa lo tenía”.  ¿Qué hizo cuando se percató que el país no tenía sentido?

-Seguir trabajando en la edificación de mi casa, que era también mi poesía (véase El hogar y el olvido, 1946-1949). No teniendo facultades ni vocación política, ¿qué otra cosa podía hacer? Entre bromas y veras yo hablaba entonces de construir “El cuerpo metafísico de la patria” –ya que el otro estaba en manos de los bandidos. Ese cuerpo intenta encarnar en algunos textos de Sustancia, como el “Cántico de la mirada” que me provocó el paisaje de Puerto Boniato en el 50, con resonancias martianas y ciegas fulguraciones del deseo: “¡Isla, sí, hasta las lágrimas, oculto me revelas y me nublas/ con la dicha grande y angustiosa, con una voz de huérfano y amante/ alumbrando tu abandono en un nocturno desembarco…!”

            -Palabras del hijo pródigo ¿marca una ruptura con su poesía anterior?

            -Sí y no. Sí en cuanto marca un nuevo comienzo espiritual de mi vida y mi obra; pero ese nuevo comienzo venía preparado por los quince años de “vísperas” que forman la primera unidad de mi experiencia poética,

            -Dice en El violín: “Cuando en agosto del 53 publiqué Vísperas, reunión de todos mis cuadernos desde el 38, fue como si hubiese estado haciendo escalas y tocando piezas delirantes en una sala vacía: Nadie había escuchado.”  ¿Qué lo hace llegar a tan trágico convencimiento?

            -El prólogo de Vísperas  comienza así: “Publicar poemas en nuestro país, se ha reducido a la categoría y majestad del acto puro”. Estas palabras explican las que usted cita de El violín, que expresan literalmente la sensación de vacío después de tantos libros lanzados al más absolutos y opacos de los silencios. A partir de Sedienta cita, fuera de mi mujer y de mis amigos más cercanos, casi nunca recibí respuestas válidas, quiero decir, verdaderamente “atentas”, sino de poetas y críticos extranjeros. Pero lo fundamental no era eso, ya que en definitiva aprendimos a dialogar con ese otro silencioso de que hablo en mi prólogo y que después resultó que en verdad existía con cara de amigo o de enemigo. Lo fundamental era la desconexión entre la vida visible del país y lo que nosotros hacíamos, desconexión que en mi caso a veces tocaba los límites de la asfixia.

            -Se sabe que usted es católico practicante… Tenemos entendido que no se bautizó hasta muy tarde. ¿Cuándo lo hizo? ¿Qué lo llevó a ello?

            -Me hice bautizar a los diecisiete años, pero no comulgué hasta los treinta y uno, el Sábado de Gloria de 1953. Esas dos determinaciones, separadas por tantos años, formaron parte de un proceso que fue el de toda mi juventud. Nunca recibí más instrucción religiosa que el Padre Nuestro que me enseñó mi madre. Mi educación fue totalmente laica. Sin embargo, o por eso mismo, desde la adolescencia me sentí atraído por el cristianismo más o menos heterodoxo de Unamuno y de Pascal. Me sensibilizaron también mucho en ese sentido San Juan de la Cruz y fray Luis de León, Vallejo, Dostoyevski, Rilke, Milosz, Bloy, Eliot… También el seminario de María Zambrano sobre San Agustín; Ortodoxia, de Chesterton, el estudio de Jacques Rivière sobre Rimbaud, y su epistolario con Claudel, la obra misma de Claudel en cuando consecuencia inesperada de Rimbaud, Santo Tomás, Notre Dame, Ávila, una noche pasada en la sala de niños del hospital Calixto García por accidente de mi hijo mayor y la gran misa católica de Bach.

            “De pronto supe que siempre había sabido que el Evangelio era verdad, que Cristo era la verdad, y que estaba viviendo desde la niñez una vida clandestina, oculta, al margen de la ley. A partir de ese momento, entrar en la iglesia de los sacramentos era cuestión de honor. Ya no podía alegar ignorancia. Dar el paso de la penitencia, sin embargo, era duro y amargo. Fui ayudado y recompensado con la mayor claridad que hasta hoy he conocido”.

            -¿Cómo se sintió entonces en el seno del catolicismo?

            -En cuestión de comunión de fieles, me sentí muy bien, libre y pleno por primera vez. Nunca tuve contacto con la jerarquía ni con organizaciones católicas de la Iglesia ni tuve amistad con otro sacerdote que no fuera el padre Ángel Gaztelu, cuya plenitud vital me impresionó profundamente.

            -¿Cuál es su papel, como católico, en la Cuba revolucionaria?

            -No siento que tenga un papel determinado como católico en la Cuba revolucionaria, y menos si se entiende católico en el sentido institucional. Mis simpatías están con los católicos revolucionarios como Camilo Torres y Ernesto Cardenal. Creo que el cristiano sincero debe estar al lado de la Revolución porque es el único esfuerzo real que se ha hecho en nuestro país por cumplir el mandato de Yavé y de Cristo de hacerle justicia al pobre y rechazar la explotación y el lucro. Si esto no se hizo en nombre de Dios, culpa fue de los malos cristianos durante siglos. Cristo es también el hijo del Hombre, y todo lo que se haga por los desvalidos, se hace por él, como lo dijo explícitamente, San Mateo, 25.

            “Con mi adhesión a la obra social y a la postura internacional de la Revolución, quisiera contribuir, aunque fuese mínimamente, a la integración dialéctica, en el futuro latinoamericano, de marxismo y cristianismo”.

DE LA LETRA A LA VOZ

-Ha dicho que Canto llano es el paso de la letra a la voz. ¿Qué significa eso?

            -Para mí la letra es la palabra como signo, jeroglífico, señal del Oráculo, espacio estelar, ídolo de la literatura llevado por Mallarmé hasta las últimas consecuencias en “Un coup de dés” (que traduje para Orígenes). La voz es la palabra como encarnación, epifanía, tiempo del alma, todo, acento, “dejo”, canción y pasión por los hombres, que en América se manifiesta como poesía popular, Martí, Gabriela Mistral y el más hondo Vallejo. Cuando asumí el cristianismo, quise cantar, más que escribir: de ahí Canto llano. Después vino Escrito y cantado; cruz de las dos líneas.

            -En el poema XXX de Canto llano expresa usted: “pobre destino de escribir/ en sustitución del obrar” ¿No se había percatado de ello hasta ese momento? A partir de ahí, ¿ha sido siempre esa su impresión?

            -Tuve siempre la nostalgia del acto: no solo de la acción exterior, sino también, y sobre todo, del acto espiritual encarnado. En “Raíz diaria”, de La luz del imposible, escribí: “La bondad no se revela en el juicio, sino en el acto. Juzgar no es nada; la acción nos precipita en la seriedad, en el destino. Solo en la acción podemos vivir la belleza; podemos, en cierto modo, ser la belleza”. Esto lo sentí, más o menos oscuramente, siempre. Escribir cada vez me satisfacía menos, me hacía sentir culpable. El primer acto que realicé, o en que fui realizado, después de mi matrimonio, fue la comunión. El segundo, el trabajo productivo en el campo (cosecha de tabaco, corte de caña). La Revolución me ha aliviado esa sensación de culpa, náusea y amargura que tantas veces me produjo el escribir y, sobre todo, lo escrito, mío y ajeno, porque ahora todo lo que hacemos, incluso escribir y leer, se liga a la corriente colectiva y comunitaria del obrar.

            -¿Qué lo impulsa a adentrarse en nuestra poesía? ¿Qué lo impulsa hacia Martí?

            -El amor a mi patria.

            -¿Cómo ha evolucionado su estimativa martiana a través del tiempo?

            -Más que evolución, creo que ha habido ahondamiento.

            -¿Cómo ve desde ahora su polémica antología Cincuenta años de poesía cubana?

            -Fue un libro que provocó muchos ataques y resentimientos, algunos de los cuales duran hasta hoy. La mayoría de los ataques provenía de poetas omitidos o de amigos suyos. Se dio el caso de un supuesto crítico que me echaba en cara la exclusión de una serie de nombres, a quien le respondió un lector reprochándole otra lista de nombres no menos “imprescindibles”. Otros ataques pretendían fundarse en que era un libro “batistiano”, porque lo editó la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, pero pronto se supo que “el general” estaba disgustado porque no aparecían sus poetas preferidos y protegidos, como Andrés de Piedra Bueno y Arístides Sosa de Quesada, y hasta empezó a hablarse del proyecto de añadir un apéndice a mi antología. Otros, en fin, censuraban que el libro estuviese hecho desde la perspectiva de Orígenes –como si ellos estuviesen dispuestos a renunciar a la suya.

            “Hubo quien expresó que no se daba importancia a la poesía social, aunque su máximo cultivador entre nosotros, Nicolás Guillén, figura allí con todos los honores.

            “Nada contesté a tantos fiscales. En realidad el libro, más que una antología, era un panorama de la lírica republicana. Tal como lo veo ahora tiene el defecto de su exceso: sobran poetas. Contiene además algunos defectos factuales que no siempre fueron culpa mía, sino de las fuentes que utilicé. De todos modos, parece que ha sido muy consultada. Hace poco una editorial alemana me pidió autorización para publicarlo con propósitos didácticos”.

PÉRDIDA DE CIUDADANÍA

-¿Podría trazarnos la trayectoria de su vida desde 1944 hasta el 1 de enero de 1959?

            -Durante esos años trabajé en el Consejo Corporativo y después en la Escuela Normal para Maestros de La Habana. Publiqué Experiencia de la poesía, De mi provincia, Capricho y homenaje, Diez poetas cubanos, El hogar y el olvido, Sustancia, Conjeturas, Cincuenta años de poesía cubana, Vísperas, Obra poética, de Emilio Ballagas, Canto llano, La luz del imposible, La voz de Gabriela Mistral y Lo cubano en la poesía, fruto este último título de un ciclo de conferencias, muy emocionante para mí.

            “Nacieron mis  hijos Sergio y José María, en 1948 y 1954, respectivamente; viajé brevemente por Francia y por España en 1949, por México en el 57 y por Estados Unidos, en el 58.

            “Esta última vez, al solicitar la visa me comunicaron que mi nacimiento en cayo Hueso me confería la ciudadanía norteamericana, por lo que, al regresar, promoví un expediente oficial de renuncia de dicha ciudadanía en el Consulado, con juramento y todo ante la vicecónsul Eleanor A. Burnett, el 28 de agosto de 1958. El State Departament aprobó mi certificado de pérdida voluntaria de la ciudadanía norteamericana el 4 de noviembre del 58 y la Vicecónsul me lo comunicó el 29 de enero de 1959”.

MI ACTITUD COMO CRÍTICO ES POÉTICA

-¿Qué es la crítica para usted?

            -Varias cosas: caracterización reflexiva de un producto intuitivo, a partir de una captación inicial también intuitiva. Descubrimiento comunicante del sentido espiritual implícito y muchas veces oculto en la creación artística: poesía de la inteligencia.

            -Su condición de crítico, ¿ha entorpecido su condición de poeta?

            -No lo creo. Mi tema principal como crítico ha sido la relación de crítica y poesía, que me parece fundamental en la poesía contemporánea. Mi actitud como crítico es poética. Mi actitud como poeta suele ser crítica y sobre todo, autocrítica.

            -Lo cubano en la poesía fue escrito en tres meses. ¿Todos sus libros han sido escritos con igual celeridad? ¿Cuál es su método de trabajo?

            -Mis libros anteriores fueron también escritos con bastante rapidez, pero no tanto, sobre todo si se considera el volumen de Lo cubano en la poesía. El caso de este fue excepcional y prueba que la crítica puede hacerse con los mismos caracteres de inspiración y celeridad que la poesía. A partir de Escrito y cantado y Testimonios, mi tempo se fue haciendo más amplio, incluyendo además el silencio entre un poema y otro como ingrediente esencial de los poemas mismos. Por esta razón empecé a fechar cada poema, como signo también de mi entrada en lo que pudiéramos llamar la historia cotidiana, y por eso mi libro inédito se nombra La fecha al pie.

            “En cuanto a mi método de trabajo, para la poesía, es simplemente esperar: ella llega y pide lo que necesita. Para la crítica –ahora que lo pienso bien- en definitiva, es el mismo”.

            -¿Cuáles son sus autores y compositores preferidos?

            -Los libros y autores a los que por mi gusto vuelvo con mayor frecuencia son: la Biblia, Martí, Juan Ramón, Vallejo, Rimbaud. Mis discos –o mis músicos preferidos -: las Misas de Bach, los últimos cuartetos de Beethoven, César Franck, Debussy, Ravel, Falla, danzones cubanos, Benny Moré, Gardel, Al Jolson, Chevalier.

-“He pasado de la conciencia de la poesía/ a la poesía de la conciencia, porque estoy, a no dudarlo, / entre la espada y la pared”, escribió usted en “Cántico nuevo” (Testimonios) ¿Podría ampliarnos esto? ¿Cómo ha evolucionado el concepto de poesía en usted? ¿Qué lo ha hecho evolucionar?

            -La poesía me condujo pronto a los problemas de la Poética, y con ese nombre publiqué una colección de ensayos en 1961, entre los que pudieran incluirse otros anteriores y posteriores. Muchos de mis versos se ocupan de la poesía misma, incluso algunos que tal vez no lo parecen, como “Epitalamios” y “El nombre del arco”. Todo esto es lo que yo llamaba, en la línea citada, conciencia de la poesía, incluyendo desde luego la conciencia poética del país asumida en Lo cubano…

            “La Revolución, de golpe, nos despertó otra conciencia terrible, implacable, de hechos exteriores sociales, políticos, históricos, económicos, en nuestro país y en el mundo: una conciencias moral que estaba implícita, para mí, en la estética, pero ahora encarnaba totalmente y se apoderaba de nuestra existencia como cuestión de vida o muerte.

            “Ese “estar entre la espada y la pared” fue lo mío durante ocho años de conflictos ideológicos expresados también en otros poemas como “La balanza y la cruz”. Se imponía, en efecto, un cántico nuevo, más despojado y directo, volcado hacia el cruce de la experiencia colectiva con los problemas íntimos, donde la poesía fuera sobre todo una toma de conciencia de la realidad revolucionaria tal como yo puedo vivirla”.

            -¿Cuáles considera los momentos trascendentales de su existencia?

            -El paso nocturno del tren central Habana-Santiago frente a la casa de mi abuela en Empalme: los danzones nocturnos en el parque de Matanzas; las dos tardes que pasé con Juan Ramón Jiménez en el comedor alto del hotel Vedado (hoy Victoria) leyendo y calificando él con su lápiz mis primeros versos; la mañana en que conocí a Fina en el patio interior de la Escuela de Filosofía y Letras; mi conversión al catolicismo, el mes de enero de 1959; la muerte de mi padre, el trabajo en el campo.

EL PROFESOR

-¿Podría trazarnos la trayectoria de su vida desde el primero de enero de 1959 hasta la fecha?

            -En enero del 59 redacté el documento de adhesión de los intelectuales y artistas cubanos a la Revolución, y empecé a dirigir la Nueva Revista Cubana, de la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación. Durante el curso 59-60 trabajé como profesor de Literatura Cubana e Hispanoamericana y director del Departamento de Estudios Hispánicos, fundado por don Federico de Onís, en la Universidad Central de Las Villas. El 18 de marzo del 60 falleció mi padre. En estos años recibí muchos ataques desde las páginas de Lunes de Revolución, semanario dirigido por Guillermo Cabrera Infante. En el 61, después de Playa Girón, viajé a México donde se preparaba una edición de Obras completas, de Martí, en que Fina y yo colaboramos y que no llegó a realizarse. Estaba entonces bajo el impacto de la entrada de Cuba en el socialismo. En México conocí a Ernesto Cardenal y recibí una invitación de la Universidad de Columbia para trabajar en ella como profesor (antes había rechazado otras dos: del Agregado Cultural de la embajada de Estados Unidos en Cuba, a principios del 59, para profesar en Puerto Rico y de la Universidad de Los Ángeles). Vuelto a Cuba, trabajé en el Instituto Superior de Educación confeccionando los programas de Literatura Cubana del Bachillerato e impartiendo clases a los profesores de español de toda la Isla.

            “En el 62 publiqué la edición crítica y facsimilar de Espejo de paciencia y pasé como investigador al Departamento de Colección Cubana de la Biblioteca Nacional. En enero del 68 me hice cargo con Fina de la Sala Martí y del Anuario Martiano.

            “En enero del 65 asistí, sin ninguna representación oficial, al congreso auspiciado por Columbianum,  en Génova, sobre el tema Terzo Mondo e Comunitá Mondiale; en abril del 70 fui invitado en las mismas condiciones, por la Universidad de Florencia a impartir un cursillo sobre Martí; en mayo del 72 participé oficialmente con Fina, Marinello, Portuondo Carpentier y Amado Blanco en el Coloquio Internacional sobre José Martí celebrado en el Instituto de Estudios Iberoamericanos de la Universidad de Burdeos, pronunciando después en el Instituto de Altos Estudios de la Universidad de París una conferencia titulada “En torno a la poética de los Versos libres”.

            “En abril del 69 participé en la recogida de tabaco cerca de Alquízar y en noviembre del mismo año, en el corte de caña para el central Habana Libre… desgraciadamente no he podido reiterar esa dura y hermosa experiencia revolucionaria por problemas de salud.

            “Durante estos años he publicado también: Escrito y cantado, Las mejores poesías cubanas, Los poetas románticos cubanos, Iluminaciones, de Rimbaud; Poética, Mozart ensayando su réquiem, de Tristán de Jesús Medina; Estudios críticos (con Fina) Los versos de Martí, Testimonios, Temas martianos (con Fina) la segunda edición de Lo cubano en la poesía y Crítica sucesiva.

LECCIONES PROFUNDAS

-¿De qué manera ha influido la Revolución en usted, en su poesía?

            -La Revolución ha influido en mí como un replanteo radical de todos los problemas vitales y metafísicos, acendrando mi cristianismo en el sentido de participación comunitaria y afincándome en la posición antiimperialista (que tuve siempre) y socialista (que no tuve antes). La muerte del Che me sacudió hasta las raíces de la vida. El proceso que he vivido en estos años está patente en la poesía que llevo escrita desde 1959 (y aún antes, desde “Agonía”, la noche que mataron a Machaco Ameijeiras cerca de mi casa, en noviembre del 58). En cierto modo creo que todos hemos vuelto a nacer con la Revolución a un mundo que no conocíamos: el de la absoluta responsabilidad histórica. Por otra parte, la escasez, los sacrificios, las dificultades materiales, nos han dado lecciones profundas.

            “Queda a la crítica ajena determinar las constantes de mi poesía antes y después de la Revolución y los temas y actitudes nuevos que hayan surgido en ella. Por el momento, sin dudas, hay cosas mucho más importantes que hacer.

 

1973. Las preguntas y las respuestas que conforman el acápite “Juan Ramón en Cuba” corresponden a una entrevista de 1969.

 

 

 

 

           

1 comentario

Dayron Chang Arranz -

Hola profe...le habla un estudiante del 5to año de la carrera de Periodismo que se mantiene al tanto constantemente de sus trabajos...resumiendo tantos adjetivos que pudieran calificar su obra...soy un admirador de su espiritu cronista...esta es la única via que tengo para pedirle un favor...estoy en la Universidad de oriente haciendo mi tesis sobre los periodistas en las redes sociales cubanas..y quisiera hacerle algunas preguntas...me seria de mucha ayuda...por favor atiendame..es de suma importancia su criterio..mi correo es dayronchang@libero it...si puede le estaré esperando...gracias..