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Raúl Corrales: De prisa por la vida

Raúl Corrales: De prisa por la vida Ciro Bianchi Ross

La crítica resalta en sus fotografías el tono poético, el poder de síntesis, la capacidad para mostrar los detalles y el tratamiento escultórico de la luz, sin que  pierdan por eso el sentido del mensaje directo, una manera de ver la vida y el tratamiento enaltecedor del ser humano. Elevó la foto noticiosa al rango de obra de arte, sin embargo fue siempre reacio a que se le calificara como un artista e insistió en definirse como un fotorreportero a secas. Ahora, al morir a los 81 años de edad, Raúl Corrales deja un archivo de miles de negativos sin imprimir y una obra publicada que le valió en 1996 el Premio Nacional de Artes Plásticas. Una de sus fotos, “El sueño”, está considerada entre las cien mejores imágenes de toda la historia de la fotografía.

            -Se ha escrito por ahí que a mí me hubiera gustado ser escultor o pintor –me dijo una vez. A mí, en realidad, me hubiese gustado estudiar música, aunque si volviera a nacer, sería fotógrafo de nuevo. He andado de prisa por la vida y, así, elegí lo más rápido: captar imágenes.

            Pero antes de su inicio en la fotografía, se vio obligado a acometer las ocupaciones más modestas. Fue vendedor de periódicos y de frutas, limpiabotas y mozo de limpieza y valet de Jorge Negrete durante las presentaciones del mexicano en La Habana... Pudo reunir lo suficiente para adquirir una camarita de 127 ml y tomaba con ella sus imágenes. No todas las imprimía. Se contentaba con mirar los negativos delante de una lámpara. Fue entonces que consiguió empleo en la Cuba Sono Film, una empresa del Partido Socialista Popular (Comunista) que daba servicios de fotografía y filmación en actos políticos y sociales.  Corría el año de 1944 y allí, de pura casualidad, se  hizo fotógrafo profesional. ¿Cómo?

           Le regocijaba contar esa anécdota. Un día, llamaron a la Cuba Sono Filme, donde trabajaba como limpia pisos, para un pedido y no se hallaba el fotógrafo de guardia. Corrales dijo al administrador: -Yo voy. Y recorrió a pie media Habana llevando a cuestas una enorme cámara Speed Graphis 4 x 5 y un maletín lleno de chasis, placas y bombillos, lo que lo identificaba como fotógrafo a los ojos de todos y lo hacía sentirse el hombre más realizado de la tierra. Llegó a su destino, tomó una sola imagen, la que le pidieron,  y emprendió el camino de regreso. Al rato se hizo ver por el administrador. –Ya está la foto, le dijo. –Bueno, esperemos por Fulano para que la revele –respondió. –Ya está revelada –dijo entonces Corrales. Contestó el administrador: -Que Zutano la imprima. –No, ya está impresa –aseveró el fotógrafo.

TRAYECTORIA

De la Cuba Sono Film pasó al periódico Hoy, y cuando ese diario fue clausurado en 1953  colaboró con la revista Bohemia. Como fotorreportero del semanario Carteles, Corrales, junto con  futuro historiador y economista Oscar Pino Santos, como redactor, llegó a los lugares más inimaginables de la geografía cubana para develar como vivían y morían los campesinos de las montañas y los carboneros de las ciénagas, los cortadores de caña y los mineros. Eran verdaderas denuncias aquellos reportajes. Tanto insistió en ellos que su amigo Alberto Korda, otro de los grandes de la fotografía cubana, le dijo un día: -Cuando se acabe la miseria en Cuba, te vas a morir de hambre.

            En 1959 trabajó para el periódico Revolución y a comienzos del año siguiente estuvo  entre los fundadores de la revista Cuba,  que fue una de las más interesantes experiencias  del periodismo cubano y uno de sus logros más relevantes.

            Por aquellos días, como fotorreportero de Revolución, Corrales fue invitado a incorporarse a una comitiva del Gobierno Revolucionario que, con Fidel Castro al frente, visitaría la hacienda Cortina, en la provincia de Pinar del Río. El predio había sido intervenido por el Instituto Nacional de la Reforma Agraria (INRA). Fidel lo recorrió, admiró las colecciones de obras de arte que atesoraba allí su antiguo propietario y, al final, alguien decidió que el grupo se quedase a cenar. Se montó una mesa fastuosa. Fidel tomó asiento y  quedó pensativo. Dijo de pronto: -Vámonos. Y la jornada terminó en medio de la noche, debajo de los árboles y comiendo  enlatados.

            Corrales y Antonio Núñez Jiménez, director del INRA, presentaron a la revista Bohemia, dirigida todavía por su propietario, el reportaje de aquella visita. Pasaron dos, tres, cuatro semanas  y la revista no lo publicaba. Llamó Fidel entonces a Núñez Jiménez, a Corrales y a dos o tres personas más: -Vamos a publicar el material, y como Bohemia no lo publica, lo haremos en nuestra propia revista  –dijo. -Tienen 15 días para hacer una revista como esta –añadió y entregó a Núñez Jiménez un ejemplar de Life. Ese fue el origen de la revista Cuba, que apareció en sus inicios con el nombre de INRA.

            Tanto para el periódico Revolución como para la revista Cuba, Corrales testimonió y documentó gráficamente el proceso político y social que se abrió en la isla en 1959  no hubo acontecimiento trascendente que no capturara en sus imágenes. Sin embargo,  en 1964 abandona la fotografía de prensa. Cierto es que otras tareas o reclamaron, pero no deja de ser significativo su alejamiento. Casual o no, coincide con el inicio de la decadencia de la fotografía en la prensa cubana. Si hasta ese momento la fotografía fue en Cuba la imagen misma de la Revolución y su vehículo más eficaz de difusión,  con fotos desplegadas a grandes espacios y fotorreportajes de autor, comienza a replegarse ante las fotos de “actividades” con su consabida trinidad de tribuna-orador-público, mientras que la desaparición publicaciones, la reducción de páginas en ellas, la mala calidad del papel y la escasez de materiales fotográficos hacían el resto.

            -Sé que soy un fotorreportero destacado, pero eso se lo debo a un accidente de la vida;  la Revolución que me dio la oportunidad de ser testigo de sucesos que hoy son historia –me dijo una mañana ya remota mientras conversábamos en su casa del poblado de Cojímar, al este de La Habana.

            Nuevas perspectivas se abrían  para él. Figuró, como jefe del departamento de fotografía,  en el núcleo fundador de la Academia de Ciencias de Cuba y laboró luego en la Oficina de Asuntos Históricos de la Presidencia de la República  (hoy, del Consejo de Estado).  Cuando lo llamaron para confiarle la tarea de preservar los documentos y la iconografía de la Revolución, le dijeron que se trataba de un trabajo que podía acometerse en 15 días. Permaneció 25 años haciéndolo. “Veinte y cinco años,  fotocopiando ‘papelitos’ que eran los grandes papeles de la historia reciente de este país, pues por mis manos pasaron los documentos de las figuras más importantes de la Revolución”, rememoraba Corrales.  Acogió esa labor con entusiasmo y total responsabilidad, pero no se desvinculó del todo de la fotografía que le gustaba hacer. Es esa la etapa de una serie  como La escuela al campo, muy bella, con imágenes muy plásticas, y de su viaje a Nicaragua donde, en un trabajo de equipo, testimonió los días iniciales de la Revolución sandinista: un ensayo fotográfico que valió al grupo el premio en la convocatoria inaugural del certamen de fotografía latinoamericana de la Casa de las Américas.

SU ESTÉTICA

¿Visualizaba Raúl Corrales las fotos antes de tomarlas o sencillamente apretaba el obturador de su cámara con la esperanza de lograr una buena imagen?

            Las imágenes están ahí, decía. El asunto no es mirarlas, que todo el mundo las mira, sino verlas. Así, nunca tuvo la esperanza de conseguir una buena imagen; sabía cuando la lograría. Las veía y solo entonces apretaba el obturador. Por eso nunca entendió a esos fotógrafos que hacen diez, quince, veinte tomas de una misma imagen. A su juicio procedían así porque no estaban seguros de lo que veían. Corrales jamás buscó una buena fotografía. Vio, antes de hacerla, la buena fotografía, y en muchas ocasiones más que el todo, encontró el detalle.

            Sucedió así en una de sus fotos más emblemáticas y trascendentes, “Las botas del mayoral”, de 1953. Se hallaba el fotorreportero en un lugar del interior del país y vio a dos hombres recostados al mostrador de un establecimiento comercial. Uno estaba descalzo, mal vestido, con los pantalones enrollados a nivel de los tobillos. El otro, a su lado, llevaba  machete al cinto y botas altas. Era  el mayoral, el mandamás de la finca. Y captó la imagen de esos dos hombres que daban la espalda a la cámara, y la tomó de la cintura para abajo a fin de marcar la diferencia. Otra foto suya es igualmente memorable. A diferencia de  la anterior, encontró en esta el todo y no el detalle.  La captó en 1960, en la Plaza de la Revolución.  El pueblo se había  congregado para escuchar la lectura de la Primera Declaración de La Habana, y aprobarla, y logró meter en una sola imagen a Fidel, que hablaba desde la tribuna, y al millón de cubanos que lo aclamaba.

            Sus fotos equivalieron siempre a la imagen que visualizó antes de tomarla. Si no resultaba así, no las imprimía. Tenía la habilidad de ver en el negativo aquellas fotos con posibilidades.

            Su incursión en el mundo de la publicidad, le dio disciplina y le agregó técnica, pero lo obligaba  a mentirle a sus propios sentimientos al verse obligado a dar como  agradables cosas que eran muy feas para él. Tampoco le agradó el desnudo fotográfico, no por aquello de que hay pocos cuerpos verdaderamente atractivos luego de haber sido fotografiados desnudos, de lo que habló a Play Boy el gran fotógrafo  norteamericano Ansel Adams, sino porque nunca creyó tener el don para hacerlo. No pensaba por eso que el desnudo fotográfico entrañara un tratamiento poco enaltecedor para el ser humano ni que se rebajaba la dignidad de un modelo –hombre o mujer- por mostrarlo desnudo. Aseveraba que la dignidad de una persona se disminuye  cuando pierde la moral y sus valores y que  muchos de los que criticaban a muchacha por acceder a que la fotografiasen o filmasen sin ropas o en traje de baño, lo hacían sobre todo  porque no podían imitarla sin exponerse a un ridículo total.

            De esa moralina, de aquellos  “pintores sastres” compulsados a cubrir los castos desnudos de Miguel Ángel en la capilla Sixtina, no se libró “El sueño”, la foto más recordada de Corrales. Lo captó en ocasión del  viaje de Fidel a Venezuela, en 1959, y se ve en ella a un soldado cubano  que duerme junto a su fusil en una habitación donde de una de las paredes cuelga la pintura de una mujer con el torso desnudo. Pronto las aguas encontraron  su cauce. Cuando la tomó, no cupo en ninguno de los reportajes que se publicaron sobre la estancia del jefe de la Revolución  en el país sudamericano. Pero “El sueño” siguió su curso hasta convertirse en una fotografía de culto.

            Compiló fotos suyas en cuatro  libros: Playa Girón, con dos ediciones en Cuba y otra en Italia; Cuba, que apareció en México con el sello del Fondo de Cultura Económica, y La emoción de la historia y Cojímar: el vechio e el mare, publicados ambos en Italia. Recreó en ese último el ambiente de la célebre novela de Ernest Hemingway y los personajes que deambulan o se presienten en sus páginas. En el primero, recogió las  instantáneas que captó durante los combates contra la invasión  mercenaria de Bahía de Cochinos, en abril de 196l.  “Las que salvaron”, precisaba, porque en Girón el fotógrafo cayó al agua con todo su equipo desde un tanque de guerra y se le echaron a perder siete rollos. Decía:   “¡Aún los tengo guardados. Quién sabe si mañana, con los adelantos de la técnica, se recuperarán para la historia”.

            Sentenció hace ya casi diez años, mientras conversábamos en su casa de Cojímar:

            -Amo esta profesión. Me ha deparado momentos inolvidables como el día en que se proclamó el carácter socialista de la Revolución cubana. Yo estaba allí y la posibilidad de capturarlo con mi cámara tiene para mí tanto valor con haber venido con Colón y haber podido testimoniar gráficamente la hazaña del Descubrimiento.

            “El sueño”, “Las botas del mayoral”… Corrales rehusó siempre concretar cuáles, a su juicio, podrían ser sus mejores fotos; selección que, repetía, correspondía hacer a otros. Un día me dijo que, si se viese precisado a hacerlo, además de esas dos  salvaría “La caballería”, que muestra a un grupo de jinetes en el momento de penetrar en los predios de un gran latifundio norteamericano recién intervenido en virtud de la ley de la Reforma Agraria, y las de la serie “La banda del nuevo ritmo”. Transcurría la crisis de los cohetes, de octubre de 1962,  fue hacer un reportaje a las trincheras y se encontró con los integrantes de una orquesta que fueron movilizados. Eran milicianos y todos estaban, por supuesto,  con sus fusiles, pero cada uno llevaba asimismo su instrumento musical.

            Añadió en aquella ocasión:

            -Le diré algo que no he dicho nunca: la mejor de mis fotos es, para mí, la que tomé a mi hijo mayor cuando tenía tres o cuatro años de edad. Está sentado en el suelo, juega y una oruga le sube por el brazo. Es una foto que nadie, fuera de la familia, ha visto”.

            Lo mismo ocurre con otras muchas fotos de Raúl Corrales: nadie las ha visto porque el fotógrafo nunca las imprimió. Mantenía miles de negativos sin imprimir y a veces, de cuando en cuando, imprimía alguno y advertía que les sucedía como a los buenos vinos: el tiempo los había mejorado, los había hecho más interesantes.

            Con su muerte, quizás muchos de esos negativos empiecen a conocerse. Tal vez un nuevo Raúl Corrales espere por nosotros.

           

           

           

             

           

             

           

           

           

1 comentario

Luis Sexto -

Bueno, al fin estamos en el aire. Esto inicia una nueva fase en nuestra cazrrera. Un abrazo, Luis Sexto