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Conversación con Cintio Vitier (II)

Conversación con Cintio Vitier (II)

Por Ciro Bianchi Ross

 

Acaba de publicar Nupcias, un volumen que recoge todos sus poemarios desde La fecha al pie (1981) y que inicia –o cierra- el tercer ciclo de su poesía, y Prosas leves, una selección de ensayos y artículos de circunstancia. Otro título suyo, Cuentos soñados, publicado en 1993, mereció uno de los premios de la crítica cubana correspondiente a ese lapso… Con setenta y tres años de edad, Cintio Vitier –poeta, narrador, crítico, ensayista- es la gran figura viva de las letras cubanas.

            Son tantos los títulos que ha dado a conocer desde que en 1938, con solo diecisiete años, publicara su poemario inicial –con prólogo de Juan Ramón Jiménez- que enumerarlos todos aquí resultaría casi imposible. Trabajador infatigable, dueño de una prosa que es pura delicia y fiesta de aciertos, renovador de la novelística nacional y sutil y lúcido explorador de sensibilidades, mereció, en 1988, por el conjunto de su obra, el Premio Nacional de Literatura.

            Conversar con Vitier es siempre una agradable provocación. Esta vez, durante tres horas, la plática fue de un tema a otro sin orden ni concierto, aunque en algún momento intentara centrarse en el cincuentenario de la revista Orígenes, próximo a conmemorarse. Lo que sigue es una versión aproximada de la entrevista que sostuvimos una tarde en su casa del Vedado.

ENTRE LA ESPADA Y LA PARED

-Lo cubano en la poesía es tal vez su obra cumbre. Se dice que ese libro es un testimonio vehemente de fe poética donde no se hace historia ni crítica, sino que en sus páginas la poesía se asume como experiencia personal. Revela la amarga confrontación del escepticismo ante la historia y la fe en la poesía. Si lo reescribiera ahora, ¿lo asumiría de la misma manera?

            -Lo dejaría tal como está, sin añadirle ni quitarle una sola coma. Es un libro que tiene su fecha y es así un testimonio de una época, y mi panorama personal –no una historia- de las esencias cubanas en la poesía. Lo escribí en 1957 y se publicó al año siguiente. Era la etapa más siniestra de la dictadura de Batista, yo no veía la luz al final del túnel, y, replegado al lado de la poesía, miraba con desconfianza hacia la historia, pero sumido ya en la búsqueda de una historia que tuviera sentido porque sabía que lo que da sentido a la historia es la poesía.

            -Los estudiosos advierten varios momentos importantes en la evolución de su pensamiento: Uno, en el que la poesía es para usted el reverso de la historia y otro, en que la historia es la sustancia de la poesía.

            -Esa forma de ver las cosas y la crítica situación que vive hoy nuestro país, explica el sentido de algunos de mis textos y la decisión de dar mi aporte, así sea modesto, a la vida política cubana, siempre en el campo de la cultura, por esa vocación origenista de incidir en la historia desde la poesía.

            “La poesía es un elemento estructural de este país, no superestructural, y se reafirma en los momentos durísimos que vivimos cuando lo que está en juego es la propia existencia de la nación”.

            -Tras la caída del muro de Berlín, Cuba perdió a sus socios comerciales tradicionales y Washington estrechó el bloqueo económico, comercial y financiero en torno a la Isla. Eso ha traído, como consecuencia principal, la aplicación de lo que aquí ha dado en llamarse periodo especial… La población sufre carencias de todo tipo, muchas de ellas traumáticas. Cierto es que no se advierten síntomas de descomposición social, o no son significativos, pero ¿cree usted que esta situación, de persistir, lleve al país a la desintegración?

            -El país sufre, pero no está desintegrándose. No ha perdido su orgullo ni su dignidad y mantiene, aun con grandes sacrificios, las conquistas sociales que logró.

            “Lo que hay que evitar a toda costa es el triunfo del anexionismo. José Martí, que dio entrada en su Partido Revolucionario Cubano a todos los hombres de buena voluntad que querían la independencia de Cuba, cerró el paso a los anexionistas. El anexionismo es fuerte en Cuba, no porque tenga muchos adeptos, sino porque lo respalda la potencia más poderosa del mundo. Si triunfa, sería la humillación total de este país. Por eso llegó la hora de estrechar filas en torno a la independencia. Luego se verá qué se hace, qué hacemos nosotros aquí, los cubanos”.

            -Quisiera retomar el hilo de lo que conversábamos antes. Hablamos de los momentos de su pensamiento. El tránsito entre uno y otro, ¿fue abrupto o paulatino? Pregunto esto porque si se mira hacia atrás en la trayectoria de Orígenes se advierten signos, síntomas, señales de que ese tránsito era inevitable. Quisiera que me relatara ese proceso.

            -Yo miraba con desconfianza hacia la historia y no podía hacerlo de otro modo. Todavía Lezama pudo participar en una verdadera manifestación estudiantil, la del 30 de septiembre de 1930, que marcó un hito en el devenir cubano. Cuando yo ingresé en la Universidad, encontré un gran descreimiento, y hechos como aquella histórica tángana no eran nada más que recuerdos.

            “Bueno, Machado había sido derrocado, pero la revolución del 30 fue un fracaso, y Batista, como jefe del Ejército, primero, y como Presidente constitucional, después, sembraba el terror y la muerte. En 1944 sobreviene algo peor: el triunfo electoral de Grau San Martín y todas las frustraciones que genera su actitud posterior. Se desarticulaba el movimiento revolucionario y progresista. Después, ya usted sabe, un hombre tan chabacano como Carlos Prío en la presidencia, y en 1952 de nuevo Batista en  el poder.

            “Eso en el orden interno. En la arena internacional, la república española, en la que pusimos tantas esperanzas, pierde la guerra contra el franquismo; se desencadena la Segunda Guerra Mundial, finaliza la contienda y surgen dos bloques que se oponen. Debo decir, con absoluta honradez, que nunca vi con simpatía ni claridad al bloque comunista. Sabíamos que la revolución de octubre buscó la justicia social en Rusia y que propició cierto esplendor cultural, pero el estalinismo, por un lado y la burocracia por otro acabaron con todo”.

            -¿Entonces?

            -Nos dimos al rescate de las esencias nacionales a partir de la poesía. Esa intención no fue exclusiva de Orígenes. Si volvemos sobre la etapa veremos que en las décadas del 40 y el 50 hay en Cuba un auge cultural indudable. Es la época de Orígenes, y son también los mejores años de Nicolás Guillén. Fernando Ortiz aporta algunos títulos esenciales a la cultura cubana. Florecen los estudios etnológicos, la pintura, la música, las investigaciones históricas, los acercamientos al pensamiento y a la figura de José Martí, que es especialmente atendido. Son los años de El monte, de Lydia Cabrera, de Historia y estilo, de Jorge Mañach; mi padre escribe un libro como Las ideas en Cuba. Parece que las energías mejores del país se replegaron en la cultura, más que en la política, que estaba muy desacreditada, y Orígenes está en esa línea, una línea de resistencia, de repudio a la frustración, a la ausencia de finalidad que se hacía visible en el país.

LA CUBA SECRETA

-Cuando yo hablaba de las señales, recordaba la serie de notas sobre la realidad cubana que con ese título publicó Lezama en Orígenes, y también aquel editorial que encabezó el número inicial de la revista, un documento diáfano en su defensa de las raíces cubanas.

            -Se ha dicho que Orígenes fue una publicación de torre de marfil y yo pienso que ninguna otra revista literaria cubana tuvo manifestaciones de tipo político tan constantes y claras.

            Orígenes comenzó a aparecer en 1944, pero hay señales anteriores, algunas tan remotas como la de enero de 1939. Yo había invitado a Lezama a participar en la lectura de poesía que tendría lugar en la Universidad y él, al aceptar mi invitación, me decía en una carta: “… Estas cosas parecen dejar tan  solo una  estela cremosa, y después resultan la mismísima voz central que a todos nutre y que de todos es apetecida. Ya va siendo hora en que todos nos empeñemos en una Economía Astronómica, en una Meteorología Habanera para uso de descarriados y poetas, en una Teleología Insular, en algo de veras grande y nutridor. Por todo eso y por su convite gentil…”

            -¿Valoró usted esas palabras en todo su sentido en ese momento o fue después que les concedió importancia?

            -Las valoré entonces y empecé a pensar en eso cada vez con más constancia y coherencia. Y fíjese, en 1954,  yo escribo a Lezama para agradecerle que nos hubiera dedicado a Fina y a mí su texto “Oppiano Licario”, que supusimos un cuento y que resultó ser un fragmento de Paradiso.

            “Le decía en aquella carta: “… Hace tiempo que estoy sintiendo en usted, en el impulso que posee a su persona, la más grande manifestación de entrega al destino que ha habido entre nosotros, después de Martí… vuelvo siempre a la idea de destino, que aparece cuando Historia y Poesía quieren confluir en un solo punto inapresable, integrar un solo cuerpo doloroso… confluencia y cuerpo que nos están mirando desde el centro de su palabra”.

            -Recordaba ahora un comentario de Lezama cuando usted publicó Extrañeza de estar. Dice que la historia daría constancia de los frutos de Orígenes porque la poesía tenía que encarnar en la historia.

            -¿Y dónde dejamos su “Secularidad de José Martí”? Lo escribió en ocasión del centenario del Apóstol y resulta profético al afirmar que Martí tomará carne cuando llegue el día de la desesperación y la justa pobreza, y cuando habla de la viviente fertilidad de su fuerza como impulsión histórica capaz de avizorarnos las cúpulas de los nuevos actos nacientes.

            “Sobre Martí, hay también un ensayo de Fina, de 1951, publicado en la revista Lyceum. Ella no ha querido incluirlo en ninguno de nuestros dos volúmenes de Temas martianos, pero los jóvenes lo descubrieron y el investigador Jorge Luis Arcos llamó la atención sobre ese texto por lo que tiene de una visión otra de Martí, una mirada desde la poesía, que lo vincula al destino más profundo y a la futuridad de Cuba. Es uno de los síntomas de la conciencia histórica y política que ya teníamos en vísperas del centenario martiano”.

            -¿Y aquellas páginas de María Zambrano?

            -Ahí tiene usted. Cuando publiqué la antología Diez poetas cubanos –Lezama, Ángel Gaztelu, Virgilio Piñera, Justo Rodríguez Santos, Gastón Baquero, Eliseo Diego, Octavio Smith, Lorenzo García Vega, Fina García Marruz y yo, esto es, los poetas de Orígenes- María, en su comentario “La Cuba secreta”, sobre ese libro, dice que los creadores que incluye ponen de relieve el testimonio de un país que todavía no ha despertado, pero que está a punto de despertar a la Historia, con mayúscula. Ve a diez poetas disímiles que anuncian el despertar de la historia dormida de la Isla. Y esto nos pone ya en la pista de una vocación profunda de Orígenes, que se manifiesta de manera espléndida en la ensayística de Lezama y se resume cuando en su artículo “El 26 de julio: imagen y posibilidad”, afirma: “La imagen es la causa secreta de la historia”.

            -Cintio, se dice que el tercer momento de su pensamiento está signado por la aceptación de la Teología de la Liberación y el triunfo de la revolución nicaragüense. ¿Por qué Nicaragua?

            -Mucho me entusiasmó –también a Fina- el proceso sandinista, sobre todo por la forma en que se vincularon allí catolicismo y revolución. Ernesto Cardenal fue, durante años, un activista clandestino de la revolución nicaragüense. Lo conocimos en México, en 1961, y en 1970, cuando estuvo en La Habana, conversamos mucho sobre la realidad cubana y la realidad de Nicaragua. Cuando en 1979 triunfa el sandinismo pudimos advertir que allí se superaban contradicciones que subsistían en Cuba. En Nicaragua, ser sacerdote no era obstáculo para ser ministro, digamos; eran sacerdotes y ministros Ernesto y su hermano Fernando y Miguel D’Escoto. Se entendía que un católico podía ser revolucionario y nadie sospechaba del católico que decía serlo. Además, nos provocaba honda satisfacción la forma en que el sandinismo asumió a Rubén Darío, como el gran poeta latinoamericano y universal que es, como lo había visto Martí, por encima de los errores políticos coyunturales que el autor de Azul cometiera como diplomático y como poeta. No había allí sectarismo cultural, como aquí, donde los funcionarios veían mal a Casal, a Heredia, a Lezama… Todos éramos mal vistos porque no hacíamos una poesía de consigna que ellos entendían como poesía social.

            -¿Se superaron en Cuba realmente situaciones como esas?

            -Sí, ser religioso no es obstáculo para militar incluso en el Partido Comunista de Cuba, y en lo que respecta a la cultura, Cuba vive hoy su mejor momento. Hay una apertura como no la hubo nunca antes y se enjuician con honradez y sinceridad etapas muy sombrías de nuestro pasado reciente, lo que pasó en el teatro cubano en los años 70, en la literatura, en la plástica.

            -Hace poco Miguel Barnet me decía que había quienes aludían a esa etapa con benevolencia llamándola  “quinquenio gris”, pero que para él fue un “decenio negro”. Fina y usted, y Lezama y otros, pasaron años sin poder publicar una línea. ¿Cómo juzga ese periodo?

            -Como algo muy injusto, pero Fina ni yo ni Lezama variamos por eso nuestra actitud hacia la Revolución. Lezama, que muere en 1976, no hizo nada por irse del país y no hay una sola declaración pública suya  en contra del Gobierno y sus dirigentes de primera fila.

            -Lezama definía su crítica a la realidad nacional como “casera y doméstica”.

            -La llamaba también “crítica de avituallamiento”. Imagínese, con las carencias actuales, qué diría si viviera ahora…

            -¿Recuerda esa etapa sin amargura?

            -Con mucha amargura, porque recibimos un castigo que no merecíamos. Lo he dicho otras veces, para mí todo estaba muy claro: al cabo de varios años de lucha interior y solitaria (Fina formaba parte de mi soledad, yo de la suya) comprendí, con la ayuda providencial del padre Camilo Torres, que ser revolucionario para mí no podía significar otra cosa que ser cristiano. Lo que parecía mi mayor conflicto era mi única solución. Si no todos entendían, era un precio pequeño el que pagaba. Ciertamente había llegado tarde, quizás no estaba ni invitado, pero mi conversión militante a la causa de “los pobres de la tierra” –preparada en secreto, más o menos oscuramente, por toda mi experiencia anterior- era irreversible.

            “Claro, los funcionarios no podían entenderlo. Sin embargo, en ningún momento nosotros confundimos su actitud mezquina y torpe con la corriente fundamental de la Revolución. Eran dos cosas bien diferentes. Y nuestros principios estuvieron por encima de todo, incluso de las ofensas personales, por muy desgarradoras que fueran”.

            -¿Melló el fracaso de la revolución sandinista su visión del mundo?

            -El sandinismo no ha muerto. No desaparece un movimiento que tiene en su raíz a figuras como Sandino y Fonseca Amador. Yo confío en las fuerzas morales y poéticas de los nicaragüenses que en tiempos de su revolución no decían “Viva Sandino” sino “Sandino vive”.

            “Aunque pudo haber habido algo de corrupción en algunos dirigentes sandinistas, no hay duda de que el hostigamiento norteamericano fue superior a la resistencia nicaragüense. Los llevó al hambre y a la guerra, y el pueblo, en las elecciones, votó contra esos flagelos. ¿Qué obtuvo? Migajas. Washington le prometió mucho y le dio muy poco, con cuentagotas.

            “Ahora nos toca evitar que la agresividad norteamericana sea superior a nuestra resistencia. Hay quienes se asombran de que Cuba pueda resistir una ofensiva tan brutal como la de ahora. Desconocen que en la raíz de este pueblo están Félix Varela, Luz y Caballero, Céspedes, Agramonte, Maceo, Martí… y que la Revolución responde al ideario de nuestros padres fundadores. No hay otra explicación.

CONFLUENCIA POÉTICA

-Estamos en vísperas del cincuentenario de Orígenes. ¿Cómo ve desde hoy esa revista?

            -Orígenes significa la presencia aislada y firme, durante doce años, de un reducto de creación poética del que iban a salir nombres y obras perdurables. Significa también un rechazo a la desintegración circundante, y un rescate de esencias cubanas profundas frente a la invasora penetración cultural norteamericana. Significa, en fin, la apertura de modos de expresión que, alimentados con fuentes universales, enriquecieron las posibilidades creadoras de varias generaciones de poetas, incluso hasta nuestros días.

            -Octavio Paz dijo que Orígenes era la mejor revista literaria del idioma. Asombra la forma en que confluyen en sus páginas poetas, pintores, músicos… y sorprende también que fuera un grupo tan disímil en su forma de hacer la poesía.

            -Nos agrupamos en torno a la revista, formamos un grupo, pero la poesía de cada uno de nosotros no se parece a la del otro ni ninguno de nuestros poemas se parece a los de Lezama.

            Orígenes fue una conjunción de gente muy diversa quizás por eso que Lezama llamaba el azar concurrente. Allí convergíamos la promoción de Lezama –Gaztelu, Baquero, Piñera y Rodríguez Santos, que nacieron alrededor de 1910- y la nuestra –Fina, Eliseo, Smith, García Vega, que nacimos después de 1920. En la década del 50 afluyen poetas más jóvenes: Fernández Retamar, Pablo Armando Fernández. Pedro de Oráa, Fayad Jamís.

            “Esa conjunción da idea de un criterio muy arraigado en Lezama: superar la teoría de las generaciones, no fomentar la polémica generacional e ir a lo histórico protoplasmático, marchar unidos a través del protoplasma histórico. Siempre dijo –usted recordará que era muy reiterativo- que todos debíamos a aspirar a pertenecer a una sola generación, la de José Martí”.

            -¿Cómo se hacía Orígenes? ¿Obedecía a la decisión única de Lezama o el resto del grupo intervenía de alguna manera en su elaboración, planes, etc.

            -No nos reuníamos. Lezama nos pedía determinada colaboración y luego recibíamos la revista impresa. Él se ocupaba de todo, de estructurar los números, de seleccionar los textos, de llevar los materiales a la imprenta, de repartir los ejemplares por dos o tres librerías y ponerlos en correos. Lezama jamás ganó un centavo con la revista ni a nosotros se nos retribuyó nunca una colaboración. Sí había entre él y José Rodríguez Feo, que era el codirector, un intercambio, casi siempre epistolar, sobre los textos que se incluirían en cada número.

            -Cuando Lezama y Rodríguez Feo se separan, se forma un consejo de colaboración en que figuran usted, Fina, García Vega, Julián Orbón, Eliseo, Gaztelu y Smith.

            -Sí, fue un consejo que nunca funcionó porque Lezama, ya como director único de Orígenes, jamás lo llamó a funcionar. Cuando sobreviene la ruptura, Lezama queda muy solo y yo me uní más a él en el trabajo de la revista. Yo, que siempre había publicado mucho en Orígenes, puse énfasis entonces en mi quehacer de traductor a fin de suplir las traducciones habituales de Rodríguez Feo. Es la época en que traduje Las iluminaciones, de Rimbaud, y El canje, de Claudel, entre otros textos.

            -Se tiende ver a Rodríguez Feo como el mecenas de Orígenes. ¿Fue ese exclusivamente su papel?

            -Rodríguez Feo pagaba la revista, ciertamente, y fue también un activo colaborador de Orígenes, la enriquecía con sus ensayos y traducciones. Él hizo más de noventa traducciones de autores anglosajones muy importantes. Recuerdo que varias notas críticas que publiqué en la revista, me las pidió Rodríguez Feo. Tenía muy buenas relaciones, viajaba mucho y eso posibilitó a la revista, que tenía una tirada muy limitada -250,  300 ejemplares- una difusión excelente. Gracias a él entró en Orígenes lo anglosajón, representado por grandes escritores como Eliot, Wallace Stevens, George Santayana… quienes autorizaron especialmente las traducciones de su obra que aparecieron en la revista.

            “El caso de Rodríguez Feo no es el del muchacho que va a Harvard y regresa deslumbrado por la cultura norteamericana. Rodríguez Feo asimiló esa cultura y en Estados Unidos se relacionó con escritores muy críticos, algunos de ellos verdaderos disidentes de la cultura norteamericana. Por eso en Orígenes no hay un rechazo programático a lo norteamericano ni tampoco el mimetismo que se evidencia en generaciones posteriores a la nuestra”.

            -Orígenes no se plegó a los ismos. Dio cabida en sus páginas a grandes escritores latinoamericanos –Paz, Carlos Fuentes, Gabriela Mistral…- a escritores cubanos de generaciones precedentes, como Carpentier,  Eugenio Florit, Mariano Brull y Dulce María Loynaz: a poetas y ensayistas de la España “peregrina”, como Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, Jorge Guillén, Pedro Salinas, y fue también una galería espléndida de arte cubano.

            -Había cosas que no podían entrar en Orígenes, pese a ser un estado de concurrencia poética. Los escritores marxistas nos vieron con hostilidad; éramos católicos y esa diferencia no era fácil de superar en aquellos años. Sin embargo, un poeta como Nicolás Guillén aparece con todos los honores  en mi antología Cincuenta años de poesía cubana, y en Lo cubano en la poesía. Nosotros fuimos muy entusiastas con la obra de César Vallejo, más entusiastas que los mismos comunistas cubanos”.

            -Vallejo entra en Orígenes llevado de su mano.

            -Ese fue un gran aporte. Influye en mí, en Fina, en Eliseo incluso. En una conferencia de 1944, “Experiencia de la poesía”, reconocí el influjo que ejercían en mí tres poetas aparentemente irreconciliables: Juan Ramón, Lezama y Vallejo. Rimbaud se añadiría a ellos con el tiempo. No creo haber hecho una gran obra, pero vivo orgulloso de mi capacidad de integración.

            -Vallejo entró al grupo Orígenes por usted, pero en la revista no se publicó nada suyo.

            -No digo que se publicara, hablo de la influencia que ejerció en algunos de nosotros. En Orígenes sí aparece, por ejemplo, ese poema de Fina que es “Carta a César Vallejo”. Ahora que hablo sobre esto, yo nunca supe qué pensaba Lezama acerca de Vallejo.

            -Le pregunté una vez y me dijo, simplemente, que le parecía un poeta “rechupado”, lo que puede ser un denuesto o un elogio, todo está en dependencia de la intención con que se usó el adjetivo. Si lo empleó como sinónimo de enjuto, entonces está bien. Vallejo es un poeta enjuto; dice mucho con poco.

            -Nosotros fuimos y somos vallejianos… Y en cuanto a lo que usted recordaba acerca de los ismos, un pintor como Wifredo Lam, digamos, no aparece en Orígenes como un surrealista, sino como el gran creador que fue.

            -Se anuncia para fines de junio próximo la celebración del coloquio internacional sobre Orígenes. ¿Ha sido difícil la convocatoria?

            -Orígenes es una fábula. Uno se asombra de la cantidad de estudiosos y admiradores que tiene la revista en Cuba, en América Latina, en Estados Unidos, en Europa. Así, las respuestas y el interés por participar, son numerosos.

            -Cuando usted dice fábula, ¿quiere decir que es una leyenda?

            -También eso. Ahora, cuando me presentan por ahí, dicen: Cintio, miembro del legendario grupo Orígenes. Y yo, en vida, me veo metido en la leyenda.

EL DIPUTADO

 

-Usted es diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular. Todo parlamentario tiene un programa. Imagino que Cintio Vitier no sea la excepción.

            -Soy diputado por Bayamo, por una circunscripción que comprende el casco histórico de esa ciudad, que es Monumento Nacional, y los barrios rurales de Guasimilla, Los Mangos y Caurege, en la provincia Granma, en el oriente de la Isla.

            “Tengo una vieja relación amorosa con Bayamo. Comenzó en 1962 cuando publiqué la edición facsímil de Espejo de paciencia, el  monumento más antiguo de las letras cubanas que ha llegado a nosotros. Prosiguió con mi descubrimiento de Tristán de Jesús Medina, un poeta y orador sagrado nacido en Bayamo, y continuó con la publicación de mi libro Rescate de Zenea, también bayamés.

            “Yo no quería ser diputado. Cuando me hablaron de esa posibilidad, la rechacé por problemas de salud –había sufrido poco antes un paro cardiaco- y porque pensaba que como escritor católico en la Revolución podía ser más útil si me mantenía al margen de toda estructura política. No se me hizo caso; lanzaron mi candidatura y salí electo.

            “Como diputado he trabajado sobre dos cuestiones básicas como miembro de la comisión parlamentaria de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología. He estado muy cerca del Ministerio de Educación para colaborar en la recuperación de la tradición de la pedagogía cubana, que un poco se perdió cuando en el país se comenzó a copiar el modelo soviético, lo que hizo mucho daño, sobre todo en la enseñanza de la Historia. Parte de mi trabajo dentro de esa comisión se encamina a garantizar además la presencia de Martí en la educación cubana, desde el círculo infantil hasta la universidad. No es impartir a Martí como una asignatura, lo que no tendría ningún sentido, sino hacer de Martí una compañía para el estudiante.

            “Tengo asimismo otros proyectos concretos: el de la restauración de la plaza de Bayamo donde se cantó por primera vez el Himno Nacional, y de la iglesia parroquial de la ciudad, que se abre precisamente sobre esa plaza y que fue una de las pocas edificaciones bayamesas que no sucumbió al incendio a que los patriotas sometieron la villa antes de entregarla a los españoles, en los inicios de la Guerra Grande. Y el de fomentar bibliotecas martianas en la provincia de Granma. Además, presido el grupo parlamentario cubano-italiano de amistad, y eso genera también sus ocupaciones”.

            -Uno se asombra de su copiosa bibliografía. Prácticamente no pasa un año sin que aparezca un nuevo título de Cintio Vitier. Así ha sucedido durante largo tiempo. ¿Cómo se las arregla?

            -Mi secreto está en carecer de método de trabajo y planes preconcebidos. No soy de esos que dicen: yo escribo todos los días, de tal hora a tal hora, porque, en realidad, no tengo método de trabajo. Lezama se reía mucho de los que afirmaban que escribían de noche. Esos señores, repetía, no se percatan de que uno siempre escribe de noche, es decir, la raíz y la atmósfera de la creación es siempre la noche.

            “Yo trato de organizarme un poco y de aprovechar el tiempo y las circunstancias de la vida. El inconveniente es que ahora, ya jubilado, tengo más trabajo que antes. Cuando todavía laboraba en la Biblioteca Nacional o en el Centro de Estudios Martianos, de que aún soy asesor, la gente se compadecía de mí: Bueno, decían, el pobre Cintio, que es ya un señor mayor y sigue trabajando, ¿por qué cargarlo con esa tarea? Ahora sucede lo contrario. El pobre Cintio, dicen, que ya está jubilado, vamos a darle esta tarea para que no se aburra en su casa.

            “Cuando usted lea un libro como Prosas leves se dará cuenta de que es un monumento a la interrupción. Uno está trabajando en algo de cierto aliento y extensión y viene alguien y le pide que escriba un ensayo para tal cosa o un artículo para tal fecha, y esos textos de circunstancia son los que están en ese libro. Pero por suerte la poesía viene cuando ella quiere, sin pedir permiso,  y nos exige y toma de nosotros lo que necesita”.

 

1994

 

           

           

           

           

           

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