Blogia
wwwcirobianchi / BARRACA HABANERA

Cuando quisieron clausurar Tropicana

Cuando quisieron clausurar Tropicana

Ciro Bianchi Ross

No creo que sean muchos los que conozcan que en 1940 quisieron clausurar el cabaret Tropicana. Sacerdotes del colegio de Belén, que colindaba con el centro nocturno, y varios vecinos de la zona, encabezados por Francisco Xavier de Santa Cruz y Mallén, Conde de San Juan de Jaruco, solicitaron a Ortelio Alpízar, alcalde de Marianao, su cierre inmediato ya que, decían, resultaba una ofensa a la moral de la barriada y atentaba contra el descanso de los alumnos. Con su pedido ponían en tres y dos a la máxima autoridad municipal, pues él mismo había acreditado  la apertura del cabaret el 31 de diciembre de 1939.

EDEN CONCERT

Aunque con el correr de los años, Martín Fox, un apostador oriundo  de la ciudad central de Ciego de Ávila, que quiso hacer e hizo fortuna en La Habana, introduciría en Tropicana múltiples reformas y mejoras, ese después afamado centro nocturno es obra de Víctor de Correa, un ítalo-brasileño que se radicó en esta capital en 1931. Venía de Panamá, donde, como cajero del cabaret Overtop, se había adiestrado en el manejo de bares y night club, y ya aquí puso en práctica todo lo aprendido con la fundación del cabaret Eden Concert, que hizo época en sus días. Lo concibió al aire libre, entre las ruinas de lo que fuera la sede del Círculo del Partido Liberal –Zulueta entre Ánimas y Virtudes- destruido por un incendio el 20 de mayo de 1925, justo el día en que un presidente liberal, Gerardo Machado y Morales, tomaba posesión de su cargo.

            Se gestaron allí espectáculos fabulosos. Correa seleccionaba a sus artistas con verdadero acierto y muchos de ellos no tardaron en convertirse en grandes figuras internacionales. Tal fue el caso de Rita Conde, una vedette de 17 años de edad, a quien Correa lanzó a la fama y allanó el camino de Hollywood con un show que contó con la música de Alfredo Brito y coreografía de Sergio Orta.

VILLA MINA

En Marianao, a la altura de la calle 72, había una finca de recreo propiedad de Regino Du Rapaire Truffin. La bautizó Villa Mina en honor de su esposa, Nieves Altuzarra Pérez Chaumont. Eran personas de la alta sociedad. Truffin, nacido en Cuba de padre francés, fue cónsul de Rusia en La Habana y presidente de la Cuban Sugar Corporation y del Havana Yacht Club. Las hijas del matrimonio estaban casadas, una con Clemente Vázquez Bello, presidente del Senado de la República en tiempos de Machado y que sería víctima de un atentado en 1932, y la otra, con el millonario Tirso Mesa. Truffin murió alrededor de 1925 y,  años después Mina contrajo matrimonio otra vez, con un senador  norteamericano, pero volvió a enviudar enseguida: el hombre falleció durante la misma noche de bodas. Es entonces que decide arrendar la finca.

            Víctor de Correa quería salirse de La Habana y buscaba un lugar retirado para lanzarse de lleno a una aventura “diferente, novedosa y sensacional”. Visitó la finca y le gustó la gran mansión rodeada de un bosque tropical de maravilla;  el sitio ideal para convertirlo en un oasis del placer y del juego. No lo pensó dos veces y entró en arreglo con la propietaria. Alfredo Brito y Sergio Orta lo acompañarían en la nueva empresa.

            Dicen algunos que el cabaret, inaugurado en la noche de San Silvestre de 1939, se llamó en sus inicios Boite de Nuit, pero eso es poco probable ya que ese no es sino un nombre genérico. Una antigua empleada aseguraba haber visto en el Registro de la Patente Fiscal la inscripción del cabaret como Tropicana Night Club, pero ese documento no se ha localizado. El nombre de Tropicana, se afirma, es idea de Alfredo Brito que, a pedido de Correa, escribió una melodía con ese título para que sirviera de opening. Pero eso tampoco es seguro pues alguien muy cercano al músico afirmó  que Tropicana es el nombre de una producción que se montó en el Eden Concert –con música de Brito, por supuesto-  y que fue Orta, el coreógrafo, quien lo sugirió como nombre para el cabaret de Marianao.

BALLET RUSO

Por aquellos días andaba anclado en La Habana el prestigioso Ballet Ruso de Montecarlo, dirigido por el coronel Bazil. Lo había traído la Sociedad Pro-Arte Musical para presentarlo en el Teatro Auditorium (actual Teatro Amadeo Roldán) y si bien gozó de buena crítica y fue visto por no poco público, fue un fiasco económico por el alto costo de producción del espectáculo. Aquella compañía, en la que figuraban bailarinas que clasificaban entre las mejores del mundo, quedó varada en la Isla y sin posibilidades de regresar a Europa ya que no había sacado ni para el pasaje.

            Y ahí fue donde a Correa se le encendió la chispa y quiso y logró que ese elenco de estrellas bailara en Tropicana al compás de los tambores de Chano Pozo, el tamborero más grande del mundo. A cambio de garantizar al Ballet los boletos de retorno, Correa haría realidad su más cara ambición: lanzar la revista musical Conga Pantera, algo no visto antes en Cuba.

            Encargó la música al genial  Gilberto Valdés,  el compositor de Tambó. La coreografía a Sergio Lifar y David Lichini. La orquesta sería conducida por Alfredo Brito, y Chano Pozo estaría al mando de los tambores batá.  En el escenario, junto a un centenar de bailarinas y bailarines cubanos, Ivón Lebrand, Nina Verchinina y Ana Leontieva, entre otras integrantes del Ballet Ruso, se moverían al ritmo de una música alucinante y lujuriosa.

LA PROTESTA

Dicen que fueron los tambores de Chano los que sacaron de quicio a los jesuitas de Belén y al Conde de San Juan de Jaruco, pues en los meses precedentes nadie objetó la existencia del cabaret. El alcalde de Marianao, a quien acudieron los demandantes, no halló razones de peso en sus alegatos para determinar la clausura de Tropicana. Pero como se ejercían presiones y se movían influencias, tomó la decisión salomónica de recomendarles que hicieran la denuncia en el juzgado correccional correspondiente. Como los fallos de esa instancia judicial eran inapelables, si el juez se pronunciaba a favor de la demanda, se le revocaría el permiso al centro nocturno.

            El día de la vista, el juez Rigoberto Cabrera, joven, de pelo negro y aspecto cordial, se situó en su estrado. A su derecha se ubicaron la representación del colegio de Belén y el Conde San Juan de Jaruco a nombre de los vecinos. A la izquierda, Víctor de Correa, asistido por su abogado, el doctor Carlos M. Palma. En la audiencia se agolpaban familiares de los estudiantes y no pocos de los trabajadores de Tropicana.

            El secretario del juzgado dio lectura al acta de denuncia. Hablaron los sacerdotes y el Conde. Palma, a su turno, reconoció que los demandantes podían haberse opuesto no solo a la apertura del cabaret, sino a su continuidad, que tenían el tiempo y el derecho que les concedía la ley para haberlo hecho, pero como no lo hicieron en el momento justo ya ese tiempo y ese derecho estaban caducados. No veía motivo, añadió, para que por un ruidito de más durante las noches se privara a La Habana de lo que iba siendo ya una de sus grandes atracciones. El cierre de Tropicana llevaría a sus trabajadores al desempleo y al hambre, adujo, y como el Conde de San Juan de Jaruco había dicho en su deposición que la música del cabaret no lo dejaba dormir de noche, le recomendó que durmiera de día.

            Al final, el juez Cabrera, en atención a los argumentos incontrovertibles de Palma, dictó fallo absolutorio. Tropicana mantendría abiertas sus puertas y a nadie más se le ocurriría solicitar su clausura.

             

1 comentario

Ricardo -

CABARETS, IMANES Y CURAS

Si los curas protestaron por el Tropicana no creo que fuera por la música, sino mas bien, por las imágenes que esa música podía traer a la imaginación de sus muchachos. Sensuales señoritas contoneándose con movimientos lascivos y pecaminosos.

Había que evitar que esos movimientos se trasladaran a las manos de los muchachos. Todo sea por la virtud. No sabemos si por aquellos años estaba por allí de estudiante Fidel.

¡la Concupiscencia1 ¡la Lujuria! ¡la Fornicación! Palabras mayores donde las haya. Hay que ver la obsesión que tienen los curas con estas cositas. Los curas de acá: los católicos y los curas de allá: los imanes. Todos ellos cortados con el mismo patrón. ¡Pero que manía tienen estos tíos con el sexo!

Es curioso, en Europa actualmente nos reímos de las mojigaterías católicas, protestantes, mormones, etc, las criticamos, hacemos chistes. En cambio decimos que debemos respetar no ya las mismas estupideces, sino otras aún mayores, del Islam que convive en Europa. No debemos herir sus “sentimientos religiosos”.

Nos ha costado mucha Inquisición, siglos de sangre, torturas, y persecución, desembarazarnos de una opresión religiosa para caer de nuevo en el siglo XXI en otra aún peor. Creo que estamos haciendo el imbécil.