Muerte de Vinent
Ciro Bianchi Ross
El 17 de octubre de 1947 la opinión pública era sacudida por un escándalo mayúsculo –uno más en aquella administración escandalosa que fue la de Ramón Grau San Martín- cuando el senador Luis Caíñas Milanés fulminó de un balazo al representante a la Cámara Arturo Vinent Juliá en sus oficinas de la calle Hartman esquina a Aguilera, en Santiago de Cuba.
Militaban ambos en el Partido Auténtico y mediante un pacto, que involucró a otras figuras del autenticismo en Oriente, se habían comprometido a otorgar todos los votos orientales de la asamblea nacional de esa organización al doctor Carlos Prío Socarrás a fin de apoyarlo en su aspiración presidencial. Pero bien pronto Vinent, que ejercía la jefatura del partido en la antigua provincia, se percató de que Caíñas desconocía su autoridad y maniobraba para perforar sus huestes, en lo que era alentado desde La Habana por José Manuel Alemán, ministro de Educación y favorito de Palacio, que lo había “calzado”, a espaldas de Vinent, con 154 puestos de esa dependencia para que los distribuyera a su antojo. Vinent entonces anunció su determinación de abandonar la política y retirarse a la vida privada, y su amenaza preocupó tanto a Grau como a Prío pues su salida del partido podía significar la pérdida de unas 50 000 afiliaciones con vistas a los comicios generales de 1948.
Enseguida Grau aseguró a Vinent que todo se solucionaría y Vinent pidió al Presidente 36 puestos, de los que Alemán soltó solo 24, que parecieron calmar las furias del parlamentario descontento, en tanto que Prío lo “enamoraba” con una nota perentoria en la que le decía: “Mi querido Arturo: has bombardeado con artillería gruesa a todo el mundo. Confío en que eso te habrá servido para serenarte. Si no fuese así, recuerda que estamos en el camino que conduce al 48. Piensa en mis sacrificios y recuerda que cuanto hagas te lo sabré agradecer. Tengo fe en ti y estoy seguro de tu cooperación hasta el final. Un abrazo, Carlos”.
Prío había desembolsado 102 000 pesos por aquellos votos; de ahí su “sacrificio”, y con Vinent ausente no las tendría todas consigo en la asamblea nacional del partido pues se rumoraba que Caíñas, pese a haberse beneficiado con la parte correspondiente de ese dinero, trabajaría en el cónclave para poner a favor de Alemán al mayor número de delegados posibles.
DOS BIOGRAFÍAS
El manzanillero Luis F. Caíñas Milanés (47 años) era un cambia casacas. Machadista en tiempos de Machado, fue sucesivamente liberal, nacionalista y auténtico. Su relación con Batista lo exaltó al Senado en 1936 y en ese cuerpo propició la destitución del presidente Miguel Mariano Gómez, de quien se fingía amigo y con quien hacía pareja en los juegos de dominó que se organizaban en Palacio. En 1940, militando en Unión Nacionalista, sufrió, a manos del candidato auténtico, una sonada derrota en su intento de alcanzar la alcaldía de Bayamo. Dos años después, conducido por Rubén de León, se pasó al autenticismo y retornó al Senado en 1944. No solo se había convertido ya en uno de los grandes alabarderos de Grau, sino que en las elecciones de ese año acusó de fraude a su propio hermano, que dirigía en Bayamo el Partido Demócrata, y ordenó el asalto de sus oficinas. A partir de ahí su influencia fue enorme en los círculos grausistas y fungió como “amigable componedor” entre el Presidente y elementos del Congreso que no eran afines al mandatario.
Arturo Vinent Juliá (5l años) era, en cambio, un auténtico de cuna. En 1942 lo eligieron representante a la Cámara por ese partido y dos años más tarde, contribuyó decisivamente al triunfo presidencial de Grau. Lo reeligieron entonces a la Cámara y ocupó la primera vicepresidencia del autenticismo en Oriente. Cuando el senador Emilio (“Millo”) Ochoa, que desempeñaba la presidencia de esa organización en la provincia, pasó a militar en el recién fundado Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) Vinent ocupó su lugar.
MI MUERTE ES SU MUERTE
“No creo que Vinent ni nadie hubiera tomado en serio su jefatura, por lo menos que Vinent fuera jefe mío. Eso de la jefatura está bien para halagar la vanidad de Vinent, pero no para que Vinent piense que él es mi jefe. Nunca mi actividad política ha sido andar a la caza de puestos públicos porque en distintas ocasiones le he dado a Vinent, y a algunos otros que no son Vinent, los puestos que me pidieron…” declaró Caíñas Milanés a la prensa santiaguera y la respuesta de su adversario por la misma vía no se hizo esperar: “Caíñas, afiliado a nuestro partido por mero accidente, no fue ni será capaz de ser auténtico… Llegó a nuestras filas para probar fortuna… y de veras le ha ido muy bien. Todos los legisladores auténticos responsables hemos defendido al Gobierno en el Congreso, en la tribuna y en la calle. Pero no conozco a ningún otro que haya cobrado por su defensa un precio tan alto, tan inmediato y tan ‘al contado’ como el senador Caíñas Milanés”.
En su finca El Chungo, en las afueras de Bayamo, Caíñas escuchó por teléfono la lectura de las acusaciones de Vinent que desde Santiago le hacía un amigo. Eran palabras demoledoras sobre todo en un momento en que tenía noticias de que Vinent y otros legisladores auténticos suscribirían un nuevo pacto que lo excluiría de la combinación senatorial. Decidió no esperar más y en compañía de su secretario, “Cundy” Silva, su guardaespaldas Llorente y Mario Tamayo, jefe de los inspectores de Comercio en Bayamo, se trasladó de inmediato a Santiago.
Poco después, en la bella capital oriental, Arturo Vinent era informado por un correligionario de la brusca salida de su rival luego de conocer las declaraciones, pero Vinent restó importancia al asunto. “No tengas cuidado. Caíñas no hará nada violento. Mi muerte es su muerte política”, respondió y salió a la calle. Luego de algunas gestiones culminó su recorrido en el bufete de su hermano, en Hartman y Aguilera, que utilizaba como oficina política. Estaba ya enterado de la opinión de Grau acerca de las pugnas del autenticismo en Oriente y la melosa nota de Carlos Prío, que acababa de entregarle su concuño, hizo que el ánimo se le subiera al límite. A las 12:30 dijo a sus allegados que iría a almorzar a su casa, pero, conversador incansable como era, se mantuvo en el bufete más tiempo del previsto. Nada presagiaba la tragedia que se le venía encima.
El vehículo en el que desde Bayamo viajaron Caíñas y sus acompañantes aparcó frente al edificio. Silva y Tamayo se apostaron en la puerta de entrada del inmueble, y Caíñas, de guayabera y pantalones blancos y el rostro oculto por el ala del sombrero de jipijapa, se lanzó pistola en mano, seguido por Llorente, escaleras arriba. Empujó mamparas y recorrió las salas del bufete hasta encontrarse cara a cara con Arturo Vinent que todavía discurría plácidamente con dos colaboradores. Vinent, desarmado, no podía enfrentarlo y trató de escabullirse. Una columna le sirvió de escudo, pero hizo un movimiento, asomó medio cuerpo y ofreció un blanco insuperable a su adversario. Una sola bala fue suficiente. Le penetró entre la sien y el ojo derechos y se le alojó en el cerebro.
El atacante, cumplido su objetivo, se precipitó, seguido por su guardaespaldas, escaleras abajo y disparaban para dificultar cualquier intento de persecución. En la calle, Silva y Tamayo hacían lo mismo. Desde el balcón del bufete también hacia uso de su pistola uno de los colaboradores de Vinent. Un policía fue víctima casual de la refriega. Silva escapó hacia el Gobierno Provincial y Tamayo, al timón del automóvil, se alejó con destino desconocido. Caíñas y Llorente atravesaron el café La Cubana y el primero ganó la entrada lateral del club San Carlos. Un policía quiso detenerlo, pero alegó su inmunidad parlamentaria. Ya en la cantina pidió un vaso de agua, que bebió con pulso firme, y encendió un cigarrillo. Mintió a los que se interesaban por conocer los detalles del suceso: “Sí, fui a buscar a Vinent para darle dos ‘galletas’ por lo que me publicó hoy en el Diario de Cuba y me hizo un disparo al verme entrar. Entonces yo también disparé mi pistola… Debe estar herido pues se escondió detrás de una columna”.
Ya policías y soldados arribaban a las inmediaciones del parque Céspedes, desalojaban a la multitud que se iba congregando y cubrían las entradas del San Carlos. Poco después el senador Luis Caíñas Milanés era trasladado, bajo protección, al cuartel Moncada. Cuando todos pensaban que se hallaba detenido en esa instalación militar, el presidente Grau enviaba a Santiago un avión Douglass, del Ejército, para trasladarlo a La Habana y de nuevo el matador de Arturo Vinent era custodiado por una tropa de aforados a lo largo de la avenida de Crombet y en el aeropuerto de San Pedrito. La muerte de Vinent no significaría la muerte política de su asesino. Ya lo veremos la semana venidera.
3 comentarios
mario j cainas -
mario j cainas -
Luis F Cai~as -
Yo soy el nieto del caballero senador Cai~as Milanes, siempre habian otros factores, que al parecer no los sabes, o lo sabes y no los publicas, no hay justicia.Saludos.Luis F Cai~as