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Un cubano en el Polo Norte

Un cubano en el Polo Norte

Ciro Bianchi Ross

Caricatura de Laz

 

Un cubano radicado en Estados Unidos llegó al Polo Norte, en una expedición de salvamento, en 1881. Se llamaba José Joaquín Castillo Duany, se había graduado en la Universidad de Pennsylvania y, aunque su incorporación a aquella gesta fue voluntaria, prestaba servicio como médico en la Marina de Guerra norteamericana. A su regreso, en 1882,  se le aclamó en California como a un héroe y fue objeto de numerosos honores y reconocimientos. Años después, como integrante del Ejército Libertador, ganaría los grados de General de Brigada en la guerra de Cuba contra España.

            En esa época el Polo Norte era todavía una aventura retadora que apasionaba a marinos y científicos, escribe René González Barrios, biógrafo de Castillo Duany. Una aureola de misticismo envolvía el tema. Se hacía necesario estudiar las vías seguras de navegación en los alrededores del casco Ártico y el sentido de las corrientes polares. El medio era enigmático por lo desconocido y adverso y hostil por la crudeza del clima.

            Nada de eso fue obstáculo para que el explorador, geógrafo y geólogo sueco Adolf Eirk Nordenskjöld se dejara ganar por la empresa. Fue el pionero. En julio de 1878, zarpó de Noruega, a bordo del buque Vega, con la idea de bojear el océano Ártico por las vías del noreste. Pero cuando se acercaba al estrecho de Bering, el barco fue atrapado por los hielos y permaneció inmóvil hasta julio del 79, cuando el deshielo lo liberó y pudo arribar a Alaska.

            La falta de información sobre la expedición del Vega, de la que se hacían los peores pronósticos, llevó a James Gordon Bennett, figura notable del periodismo norteamericano y propietario del diario New York Herald, a alistar su barco Jeannette a fin de localizar y rescatar a los hombres perdidos. Después de las autorizaciones pertinentes, el Jeannette zarpó de San Francisco, California, el 8 de julio, y, al pasar el estrecho de Bering, su tripulación conoció que Nordenskjöld y los suyos estaban con vida. Fue entonces que George De Long, que capitaneaba el barco de Bennett, decidió marchar más al norte que el marino sueco y hacer el viaje polar en sentido contrario.

            Pero el 6 de septiembre, el Jeannette quedó aprisionado en los hielos. Los vientos y la corriente lo llevaron a la deriva hacia la zona ártica de congelación permanente. Allí estuvo durante 21 meses hasta que, comprimido, terminó hundiéndose, el 23 de junio de 1881,  a 150 millas del delta del río Lena, al norte de la Siberia rusa.

            Como había sucedido con el Vega, el destino del Jeannette intranquilizaba también al pueblo norteamericano, y el Senado aprobó la suma de 175 000 dólares para  rescatar a sus hombres si era posible. Cuatro expediciones de socorro se organizarían con ese dinero, y se prepararían excursiones que, en trineos, se acercarían a aquellas zonas donde los esquimales pudieran brindar información sobre los desaparecidos. En una de esas expediciones, la que viajaría al Ártico a bordo de vapor Rodgers,  se enroló el cubano José Joaquín Castillo Duany.

FRÍO, HAMBRE Y ESCORBUTO

Había nacido en Santiago de Cuba, el 1 de mayo de 1858. Se graduó como médico  cirujano en 1880 y ese mismo año se presentó a una convocatoria de la Marina de Guerra norteamericana que buscaba cubrir veinte plazas de médico. Más de cien profesionales respondieron al aviso e hicieron los exámenes correspondientes, pero el cubano estuvo entre los primeros seleccionados.

            El Rodgers salió de San Francisco, el 16 de junio de 1881. Fue incansable la búsqueda por bahías y tierras heladas. Recorrió varias estaciones polares sin hallar indicio alguno del Jeannette. Luego de rastrear Alaska, el barco tomó rumbo a la Siberia. Cerca del delta del Lena una explosión accidental incendió el Rodgers y sus treinta y cinco tripulantes quedaron a la deriva en el inhóspito territorio polar ruso. Supieron al fin que los hombres que buscaban habían muerto congelados. 

            A los expedicionarios del Rodgers no esperaba una suerte mejor. Lucharon durante diez y seis meses contra la adversidad, pero la mayoría murió de frío, hambre y escorbuto. Escribe René González Barrios: “El joven médico cubano aprovechó la dramática experiencia para, de su convivencia con los habitantes del Ártico, elaborar algunos apuntes científicos que una vez concluida la apasionante aventura, publicaría en un libro titulado Los hábitos y la higiene de los esquimales”.

            De aquellos treinta y cinco expedicionarios, solo Castillo Duany y dos compañeros sobrevivieron. Atravesaron  la Siberia rusa hasta llegar a la península de Kamchatka. Cruzaron el estrecho de Bering y arribaron  al poblado de Sitka, en Alaska. Su próxima escala  sería  San Francisco, de donde habían partido. Nadie los esperaba. Cuando se supo la noticia,  los tres hombres fueron acogidos como héroes. Pero una página más heroica aún escribiría José Joaquín Castillo Duany en su patria.

POR CUBA LIBRE

En 1883, ya casado, vuelve a instalarse en Santiago de Cuba. Ejerce como médico y conspira contra España. Cuando, en julio de 1890, el general Antonio Maceo visita la ciudad, Castillo Duany organiza un banquete en su honor al que asisten las más notables figuras del independentismo en la región. En voz baja se reiteran los brindis por Cuba libre y los asistentes  se conjuran para respaldar los planes insurreccionales de Maceo. Escribiría el General: “Los hermanos Dr. Joaquín y Demetrio Castillo Duany se habían comprometido, a petición propia, a formar barricadas, el primero, en la ciudad, para secundar mis planes, como él decía, y batirse en las calles, mientras que el segundo, lo verificaría en las minas de Juraguá, aniquilando una guarnición de veinte hombres que había en aquel lugar, para incorporarse luego a los combatientes de la ciudad…”

            Aquel movimiento, que pasó a la historia con el nombre Del Manganeso,  se frustró al fin, pero dio paso a un sentimiento de admiración y simpatía  entre Maceo y el médico explorador. Cuando en 1892 Martí funda en Estados Unidos el Partido Revolucionario Cubano, Castillo Duany viaja a Nueva York y recibe órdenes directas del Apóstol de la Independencia de Cuba. Será en su ciudad natal  uno de los pilares de la guerra que se prepara y que estalla el 24 de febrero de 1895. El 1 de julio está ya Castillo Duany en el campo de batalla. Combate, por separado, bajo las órdenes de los hermanos Maceo, José, también general,  y Antonio. Como delegado de la región oriental de la Isla asiste a la Asamblea Constituyente de Jimaguayú y el gobierno de la República en Armas lo designa subsecretario de Hacienda. Pero Castillo Duany está hecho para la acción. Renuncia al alto cargo y acompaña a Maceo en la invasión hacia occidente. Ostenta ya el grado de general y es jefe de Sanidad del Ejército Libertador.

OTRA VEZ EN EE UU

Por órdenes de Maceo debe salir al exterior. Lo hace por el puerto de La Habana, burlando la férrea vigilancia española. Quiere el general Antonio que en Santo Domingo contacte con el presidente Hereaux y otros políticos y militares que simpatizan con la independencia cubana y recabe su apoyo. Pasa después a Estados Unidos y en Nueva York se le designa subdelegado del Partido Revolucionario Cubano y asesor de su Departamento de Expediciones. Envía hombres y pertrechos bélicos a la Isla, y lo hace con éxito, y no es extraño que venga él mismo a bordo de alguna de aquellas frágiles embarcaciones utilizadas para el trasiego de armas y combatientes. “Navegó seguro Castillo Duany, desafiando esta vez no la inhóspita soledad de los mares del norte, sino las fuertes corrientes del Golfo de México y un mar infestado de barcos de guerra españoles a la caza de expediciones mambisas”, escribe su biógrafo González Barrios.

A LA LUZ DEL MORRO

La organización de esas expediciones le cuesta persecución y cárcel en Estados Unidos. Pero le vale la admiración y el respeto de sus compatriotas. Impresionada por su audacia e intrepidez, decía la revista Cuba y América: “Va y vuelve, impertérrito, tenaz, sin darse cuenta de que hace algo maravilloso. Como si fuera un sajón de raza, apenas sonríe; suele enrojecer por algún elogio vivo, y su modestia, que pasa de raya tal vez, le ha conquistado todas las simpatías y ya le ha ceñido el laurel de César en todos los corazones cubanos”.

Impacta por su osadía cuando logra el desembarco de una expedición por la playa de Boca Ciega, a pocos kilómetros al este de la capital. Un viejo patriota, curado ya de espanto por los largos años de guerra y exilio, escribía al respecto: “Lo de Castillo fue una hombrada. Nadie había jamás pensado se metiera una expedición por la Vuelta Abajo y, después de entregada a Maceo, volver por otras, fracasar dos veces en aguas americanas… y al fin poner la segunda en la misma Habana a la luz de la farola del Morro y al alcance de los cañones de los castillos… Este Castillo Duany se ha convertido en una fortaleza”.

MUERTE EN PARÍS

 

El 25 de mayo de 1898 está otra vez en Cuba. Vino en el vapor Florida, que trae a bordo a unos trescientos combatientes. La Guerra de Independencia se acerca a su final. Estados Unidos ha declarado la guerra a España y decide intervenir en la contienda que libran cubanos y españoles. Castillo Duany y su hermano, el general de división Demetrio, reciben órdenes de asegurar el desembarco del ejército interventor. A la vanguardia de sus tropas garantizan la invasión estadounidense por la playa de Daiquirí, el ataque al poblado de Siboney y la toma de la loma de San Juan. Pero, escribe René González Barrios, los hermanos Castillo Duany fueron de los primeros decepcionados y de los primeros también en percibir la humillación a que los norteamericanos sometían al aguerrido y heroico Ejército Libertador. Una vez derrotada España, el general de división Demetrio Castillo Duany fue el único jefe cubano al que se le permitió entrar en la ya rendida plaza militar de Santiago de Cuba, el 17 de agosto de 1898. Lo hizo en compañía del general Shafter y el contralmirante Sampson, jefes del ejército de ocupación.

            Ya en la paz, José Joaquín asumió la dirección del Hospital Civil de Santiago de Cuba. Más de diez mil santiagueros lo eligieron como  delegado a la asamblea que redactaría la Constitución de 1901. No aceptó la representación. Prefirió el ejercicio de la cirugía. Pero estaba ya muy enfermo y quebrantado. Con la esperanza de restablecerse, viajó a París, escenario de sus días de infancia y juventud. Esfuerzo inútil. Allí falleció el 20 de noviembre de 1902. El Hospital Militar de Santiago lleva su nombre.

  

           

           

           

           

           

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