Vida, prisión y muerte de Policarpo Soler
Ciro Bianchi Ross
Los que lo conocieron personalmente aseguran que no parecía un sujeto agresivo, sino más bien un político profesional, un hombre de éxito, pródigo en el abrazo y en la convidada, que enfundaba su imponente humanidad en la guayabera de hilo finísimo y el pantalón impecable, siempre con los cabellos y el bigote cuidados y la cara rasurada con esmero… Su semblante apacible y jovial no era el del clásico matón, pero Policarpo Soler lo era y de los peores.
Un largo rosario de crímenes jalonó su existencia desde que a comienzos de los años 40 se le acusó de un homicidio en su natal Camagüey. Pero lejos de condenársele por ello, Policarpo, con el nombre supuesto de Domingo Herrera, empezó a lucir un buen día los galones de teniente de la Policía Nacional. Y en la Policía estuvo hasta el fin del primer gobierno de Batista, en 1944. Dos años después, otro hecho de sangre lo obligaba a salir del país. Es entonces que, en México, estrecha amistad con Orlando león Lemus (El Colorado) y otros adversarios de la Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR) el grupo del extinto Emilio Tro que permanecían exiliados a causa de los sucesos del reparto Orfila, el 15 de septiembre de 1947. Regresa a Cuba y en septiembre del 48 se ve implicado en el asesinato de Noel Salazar, jefe de la Policía del Ministerio de Educación, y en abril del año siguiente en la muerte de Justo Fuentes Clavel, vicepresidente de la Federación Estudiantil Universitaria y miembro de la UIR. Es en ese mismo mes, el día 19, que Policarpo ejecuta su primer atentado contra Wichy Salazar, vinculado también a la UIR, que lo buscaba para vengar la muerte de su hermano. A partir de ahí Wichy vivió como un condenado a la última pena sin plazo fijo. Policarpo lo acechaba y en la calle Ayestarán esquina a 20 de Mayo lo fulminó a quemarropa con una ametralladora. En julio del 50, en la esquina de San Rafael y San Francisco, ocurre otro atentado contra miembros de la UIR; deja un saldo de dos muertos y varios heridos. Testigos del incidente vieron a Policarpo disparar su ametralladora a través de la ventanilla de un automóvil en marcha.
EL PACTO DE LOS GRUPOS
A mediados de 1951 los muchachos del gatillo alegre que dirimían sus diferencias en una vendetta interminable, son convocados por el gobierno del presidente Carlos Prío a un acuerdo de paz. Se darían facilidades a los miembros de los grupos de acción para que se reintegraran a la vida normal y se “resolvería” su permanencia en el exterior si decidían abandonar el país. Es al calor de ese pacto de unidad, del que no quedó constancia escrita, que Policarpo Soler, siguiendo instrucciones de Orlando Puente, Secretario de la Presidencia de la República, se instala en la ciudad de Matanzas, con las garantías de que no sería molestado, y comienza a preparar su postulación como Representante a la Cámara en las elecciones de primero de junio de 1952.
Pero Policarpo es apresado en Matanzas, por la Guardia Rural, luego del atentado que sus partidarios perpetran contra un grupo de la UIR que se dedicaba a arrancar los carteles que anunciaban la candidatura del pistolero al Parlamento. Más que como a un detenido, en la cárcel matancera se le trató como un huésped de honor. Se le alojó en el salón de recreo de la jefatura del penal y se le permitió recibir a cuantos visitantes quisieron saludarlo. Algunos visitantes llegaban directamente desde el Palacio Presidencial y a la vuelta trasmitían al Ejecutivo los recados amenazadores del gángster: Policarpo haría revelaciones sensacionales en caso de que fuera presentado ante un tribunal.
POR TU MADRE, NO TE VAYAS
Una noche, luego de conversar en la jefatura con amigos que fueron a visitarlo, se quitó la chaqueta y dijo:
-Déjenme colgarla aquí porque hoy no pienso salir.
Todos rieron, hasta los custodios, y Policarpo añadió:
-Tengo sueño. Hace seis años que no duermo bien. Estoy cansado de esta vida agitada. La gente me cree lo que no soy.
Poco antes, con la mayor insolencia, declaraba a la prensa:
-He sido víctima de las maquinaciones de mis enemigos que hacen creer que soy un monstruo para hacerme cargar con la culpa de todos los hechos que se han registrado durante los seis años en que aparezco como prófugo de la justicia. Pero tengo la seguridad de que la verdad se abrirá paso.
En esa ocasión expresó además su preocupación por el destino de los doscientas o trescientas familias que recibían su apoyo económico y que podían verse perjudicadas por su detención –el grupo de Policarpo, según una denuncia del abogado Fidel Castro ante el Tribunal de Cuentas (4 de marzo, 1952) disfrutaba de unas seiscientas “botellas” o sinecuras en diferentes ministerios- y aseveró que persistiría en sus aspiraciones políticas. Dijo que había dado su palabra a Prío de que no participaría en actos de violencia, y recalcó:
-El Presidente de la República es mi amigo. Yo le prometí gestionar la terminación de la guerra de grupos. Hevia es mi candidato presidencial; es un cubano serio y honesto. Aspiro a Representante por el Partido Auténtico y soy uno de los “dieguitos”… (Es decir, partidario de senador Diego Vicente Tejera).
Una tarde Policarpo comunica a Florencio Sáinz, jefe del penal matancero, que lo visitarían Tony Varona, senador y primer ministro del gobierno, y un oficial del Ejército. Pero otros serían sus visitantes de ese día. Carlos Gil, dirigente obrero de la fábrica de jarcias, y varias personas más piden permiso para saludar a su “amigo Policarpo”. Se les niega la entrada, insisten en medio de un escándalo tremendo, y se lo conceden. De manera simultánea, Gil entra en la prisión y Policarpo avanza hacia la reja exterior, que permanece abierta, mientras que una mujer que también había pedido autorización para verlo, se le acerca y le entrega una pistola calibre 45. Ya armado, Policarpo empuja al oficial que lo conduce y sale de la cárcel. En la calle los acompañantes de Gil lo protegen con sus ametralladoras. Sucede entonces lo increíble. Una escena grotesca. Florencio Sáinz, jefe de la prisión, se abraza al fugitivo al tiempo que le dice:
-¡Policarpo, por tu madre, no te vayas! Mira que me perjudicas…
Policarpo sin embargo se mantiene en sus trece, sordo a las súplicas.
-Chico, no soy yo quien se quiere ir; son mis amigos los que me llevan.
SOY EL COLORADO
Policarpo se instala tranquilamente en La Habana. En su casa del reparto La Sierra lo visitan los ministros Sergio Megía y Ramón Zaydín, más conocido como Mongo Pillería. Todas las noches sale a la calle con una ametralladora oculta en una jaba. Alguien increpa al Director General de Aduanas por permitirle acceder a drogas y granadas de mano, pero el hombre niega la imputación y afirma que solo le ha hecho llegar materiales de propaganda para su campaña política.
Es entonces que se produce una revelación impresionante. Policarpo, del brazo del Secretario de la Presidencia y ante la tolerancia de funcionarios judiciales y agentes del orden que custodiaban el local acude a la Junta Municipal Electoral del Este para obtener su cédula. Dice llamarse Policarpo Soler Cué y tener cuarenta y uno años de edad. Ofrece además su dirección: calle Santa Clara No. 14, en el barrio habanero de San Francisco.
Miembros de la UIR facilitan al Servicio de Inteligencia Militar (SIM) la localización de Policarpo, que la Policía decía desconocer. Las autoridades, luego de pensarlo mucho, lo detienen y los internan en el Castillo del Príncipe. De ahí también se fugaría el día en el custodio de una de las garitas que da a la calle G se vio rodeado de pronto y como por arte de magia por tres hombres, que lo hicieron al suelo, y uno de ellos, alto, flaco, pelirrojo, le dijo:
-¿No me conoces? Soy El Colorado, y vengo a buscar a mi hermano. No te muevas porque te mato…
CERTIFICADOS MÉDICOS
A Policarpo se le recluyó en el Castillo del Príncipe bajo severas medidas de seguridad; se le prohibieron las visitas y no se le permitía tomar el sol en la azotea del presidio. Pero bien pronto su aislamiento se vio quebrado por las largas conversaciones que sostenía en la prisión con el ministro Megía, el senador Diego Vicente Tejera y otros representantes de gobierno. En cuanto a la prohibición de salir a la azotea, el propio Policarpo reclamó ese derecho que asistía a todos los reclusos, y se le pudo ver en ella todos los días, por las mañanas.
Sus amigos del Palacio Presidencial no lo abandonaban a su suerte. Desde las alturas se presionaba a los magistrados del Tribunal de Urgencia a fin de que no lo condenaran por las dos causas que tenía pendiente ante esa instancia judicial, y como los jueces no se plegaron y resistieron el asedio, se varió la conducta a seguir: un certificado médico tras otro obstruía la presentación de Policarpo a la justicia. Los dos primeros se expidieron a causa de un supuesto cólico hepático; el tercero, por un pólipo nasal. Se adujo que debía ser intervenido quirúrgicamente a causa de esa dolencia y se le internó en la enfermería del penal. Era un requisito táctico indispensable para la fuga. La enfermería se hallaba en la azotea, y cerca de ella se ubicaba la galera 21, donde, desde 1947, guardaban prisión algunos de los implicados en la masacre de Orfila, que acompañarían a Policarpo en la huída.
APÚRATE, GORDO
Fugarse del Castillo del Príncipe resultaba imposible sin la complicidad de los custodios, o su negligencia. Se imponía ganar primero las dependencias interiores de la prisión y bajar luego un muro de cien pies bajo la mirada de un centinela. Seguidamente debía atravesarse el foso, subir el elevado muro exterior que contaba en cada ángulo con una garita de vigilancia y, por último, descender los otros cien pies que separan la base de la fortaleza de la calle. Tan complicada y riesgosa operación la realizaron Policarpo y sus compañeros en cuestión de minutos en aquella ya lejana mañana del 25 de noviembre de 1951.
Luego de que El Colorado y sus hombres inmovilizaron al custodio de las garitas 5 y 6 que daban a la calle G –anótese: un solo custodio para dos garitas- el grupo de Policarpo, que seguía la escena desde la azotea, entró en acción. Alcanzó la plataforma que da al foso y allí ató a una ventana la escala enorme por la que descenderían sin molestia alguna. Ya en el foso, los fugitivos lo atraviesa a todo correr. Les falta franquear el último muro, la contraescarpa que se alza sobre la calle, pero lo hacen con relativa facilidad gracias a la escalera de mano que El Colorado y sus amigos tenían situada ya allí. Policarpo, a causa de su voluminosa anatomía, resbala una y otra vez en el ascenso.
-¡Apúrate, gordo! –le grita El Colorado, y el aludido responde que no puede hacerlo más rápido porque la gordura se lo impide. Añade: ¡Es la buena vida!
Lo demás fue más fácil todavía. El grupo se escurrió por el ángulo de la fortaleza que da a la calle C, atravesó los patios de algunas de las casas colindantes y abordó los vehículos que aguardaban a pocos pasos de la Novena Estación de Policía.
¡ESTO ES UNA TRAICIÓN!
Segundo Curti, ministro de Gobernación en el gabinete del presidente Prío, no tardó en hacerse presente en El Príncipe. Aparatoso, gesticulante, soberbio, exclama una y otra vez: ¡Esto es una traición! Y agregaba:
-Esta gente no podía haber salido sin complicidad interior. Nunca se había producido una fuga tan escandalosa, tan absurda, a la luz del día. Las medidas de seguridad que habíamos tomado eran fantásticas.
Pero más que medidas fantásticas, decía Enrique de la Osa en su reportaje de la sección En Cuba –de donde tomo estos datos- se requería de medidas reales para impedir la fuga. Lo cierto es que la guarnición del castillo se hallaba deprimida en aquellos días. Acababan de decretarse más de quince cesantías entre los custodios y de los veintitrés soldados que conformaban la guarnición, solo dos estaban de servicio. De los más de cien vigilantes que conformaban la nómina de la fortaleza, muchos estaban en comisión y otros no lucían en las mejores condiciones para su tarea, en lo esencial por cuestiones de edad.
El ministro Curti acusó directamente al comandante Ismail, jefe de la Policía del penal, de complicidad en la fuga. La misma opinión exteriorizó Federico de Córdoba, director del Príncipe y recordó que días antes Ismail le había comunicado que le ofrecieron quince mil pesos si dejaba escapar a Policarpo, lo que dijo no haber aceptado. Yo creo que fue una coartada de Ismail, que estaba preparando el terreno para justificarse a posteriori, recalcó Córdoba. Hubo complicidad y soborno, repetía Segundo Curti, y el comandante Ismail, sin darse por implicado, afirmaba lo mismo. Curti y Córdoba presentaron de inmediato sus renuncias, pero el presidente Prío no se las aceptó.
Con Policarpo huyeron del Príncipe José Fallat (o Fallat) alias El Turquito, asesino de Emilio Tro y de Aurora Soler en los sucesos de Orfila. También El Guajiro Salgado y Luis Matos Silbes que, a las órdenes de Mario Salabarría, participaron también en la agresión contra la casa de Morín Dopico. Se fugó asimismo Wilfredo Lara García, sentenciado a treinta años de cárcel por el asesinato del estudiante Justo Fuentes Clavel y para quien se solicitaba otra condena por la muerte de Wichy Salazar. Huyó además Juan Díaz Acanda, un preso común. Del grupo, solo José Ríos Vence, implicado asimismo en lo de Orfila, no logró su propósito al fracturarse ambas piernas durante la aventura.
En declaraciones a la prensa, El Colorado negó de inmediato su participación en los sucesos del Príncipe, pero no ocultó la alegría que le causaba saber libre a su amigo Policarpo. Policarpo conversó también con los periodistas. Dijo que la fuga había sido obra de un grupo de sus activistas políticos y que hubiera sido poco delicado de su parte rehusar acompañarlos. Aseveró: Esto me obliga a aplazar la liquidación y esclarecimiento de mi situación con la justicia. Ahora vuelvo al combate…
MUERTE
Luego de su fuga, Policarpo que, como un Houdini criollo, tenía el don de aparecer y desaparecer a su antojo, se esfuma. Depuesto el presidente Prío, reaparece en España. Escribe al respecto Raúl Aguiar en su libro El bonchismo y el gangsterismo en Cuba: “… El golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 no pareció afectar la buena estrella de Policarpo Soler. Cuando se le suponía acosado, perseguido, y con los talones atropellados, en el esfuerzo por presentar su captura como un trofeo, su amplio círculo de amistades le facilitó el traslado a España a mediados de 1952. Los viajeros llegados de Madrid comentaban que el gángster se paseaba, como un turista, por la Puerta del Sol”. En un artículo titulado Frente a todos, publicado en Bohemia, el 8 de enero de 1956, Fidel Castro afirmaba: “El régimen de Batista embarcó a Policarpo Soler para España repleto de dinero”.
De España, Policarpo pasó a Venezuela y de ahí a Santo Domingo, donde actuó como matón a sueldo del generalísimo Trujillo. A partir de enero de 1959 las versiones se confunden. Se dice que Trujillo no vio con buenos ojos las relaciones entre Batista y Policarpo. Otros afirman, sin embargo, que el cubano quiso darle la mala al sátrapa dominicano con el dinero –un millón de dólares de los tres exigidos por Trujillo- que Batista entregó en pago de la estancia suya y de sus hombres en la República Dominicana.
Sobrevinieron las desavenencias y Policarpo, sabiéndose en desgracia, quiso poner tierra por medio. Trujillo no le dio tiempo. Un día llegó a la casa de Policarpo sin escolta y con un pañuelo blanco en la mano, en señal de paz. Charlaron y bebieron como en los viejos tiempos y se despidieron con un abrazo. Entonces sus hombres, que se habían apostado convenientemente durante la visita, abrieron fuego contra Policarpo y los suyos.
Los acribillaron a balazos. Solo quedó viva Caridad, la mujer de Policarpo, para contar la historia.
En ese punto las versiones vuelven a confundirse. Porque Delio Gómez Ochoa, expedicionario de Constanza y Comandante del Ejército Rebelde, asegura que vio cómo fusilaban a Policarpo Soler en la cárcel de Las Cuarenta.
2 comentarios
Gustavo Vies -
Según la revisa Bohemia, Policarpo Soler fue fusilado en La Cabaña, luego de ser encontrado culpable por un comité revolucinario.
palavas -