Los nombres de Cuba
Ciro Bianchi Ross
Durante los primeros siglos de su historia, descubridores, colonizadores, monarcas, cartógrafos, cronistas y marinos se empeñaron en sustituir el nombre con que los aborígenes designaron a nuestro país. De esa manera, durante años, los topónimos de Juana, Fernandina, Alpha, Fernandina del Puerto del Príncipe y Ave María, entre otros, lucharon por imponerse, sobre la voz arahuaca que le dieron a Cuba por nombre sus primitivos pobladores.
Los nombres de Cuba y el contenido semántico de esa palabra fueron tema de un interesante ensayo del doctor Antonio Núñez Jiménez que glosaré ahora.
El 21 de octubre de 1492 el nombre de Cuba entró a figurar en la historia universal. Ese día, el almirante Cristóbal Colón escribió en su Diario: “… y después, partir para otra isla grande mucho, que creo debe ser Cipango (Japón) según las señas que me dan estos indios que yo traigo, a la cual ellos llaman Colba”. Y apenas mes y medio después, al referirse al territorio que ya visitó, Colón la llama Juana o Cuba.
“Desde el reciente bautizo de Cuba con el nombre de Juana, apunta el geógrafo Núñez Jiménez, comienzan las dudas en el propio Almirante y la llama, como él mismo dice, Cuba o Juana, estableciéndose a partir de entonces y hasta el siglo XVII una lucha por el predominio de uno de aquellos dos nombres o de los otros con que fue rebautizado nuestro país. El nombre de Juana fue puesto por Colón a Cuba en memoria del Príncipe de Castilla, hijo de los Reyes Católicos”.
Recuérdese, por otra parte, que Juana se llamaba también la hija de esos monarcas. Fue reina de Castilla, en 1504, y casó con Felipe, El Hermoso, archiduque de Austria. De esa unión nació el emperador Carlos V. Al enviudar, perdió la razón y pasó a la posteridad con el sobrenombre de La loca.
El 28 de febrero de 1515, muerta ya la reina Isabel, Fernando, El Católico, dispuso, mediante Real Cédula, dar a Cuba su propio nombre en la forma de Fernandina. Este topónimo fue también poco afortunado pues se vio rechazado hasta por los historiadores oficiales. Curiosamente, apunta Núñez Jiménez, los cronistas se referían en ocasiones a Cuba y a Fernandina como a dos territorios diferentes y, en otras, mencionaban ambos nombres, ayudando de esa manera a mantener el original.
¿Qué significa, en la lengua de los taínos, la palabra Cuba? El geógrafo precisa que acerca del contenido semántico de ese nombre escribieron Rocha, Macías, Geoje, Fernando Ortiz, José Juan Arrom y Juan Bosch, entre otros.
Núñez Jiménez descarta las exposiciones de Rocha (1681) y de Macías (1885). El primero afirma que Cuba deriva de Acuba, que fue uno de los descendientes de Annón, hijo de Esdras, y alude así a un inaceptable poblamiento precolombino de Cuba por emigraciones de países bíblicos. El segundo, entretanto, lo hace derivar del griego: “Nos hemos decidido por afirmar que Cuba se derivó de cuba (en el sentido de barrigón) procedente del ablativo singular de cupa, ae cuba o tonel, vocablo original del griego kupe, es decir, cavidad”.
Para Fernando Ortiz, a quien, por sus investigaciones, los cubanos consideran el tercer descubridor de la Isla, Cuba y ciboney tienen la misma raíz: la voz ciba, que equivale a piedra, montaña, cueva. Aunque no se ha podido probar que ciba (o siba) signifique montaña o cueva, afirma Núñez Jiménez que es muy probable que tuviese la misma raíz de ciboney (o siboney) es decir, el hombre que habita en la piedra o en una país pedregoso, y también de siboruco o seboruco, equivalente a piedra.
José Juan Arrom, en su opúsculo Historia y sentido del nombre de Cuba (1964) al estudiar la obra de C. H. Geoje, recuerda que este autor registra en Surinam la palabra da kuban, equivalente a mi campo, mi terreno. Koba (o Kuba), afirma Arrom, debe ser, por consiguiente, la voz que Colón oiría y eso vendría a explicar las vacilaciones del Almirante al registrarla, abriendo y cerrando la vocal de la primera sílaba, primero como Colba y luego como Cuba.
LLAMARSE CUBANO
Pero si los pobladores primitivos llamaron Cuba a nuestra Isla, ellos mismos no se llamaron cubanos. Tardaría mucho en aparecer ese gentilicio. Lo mismo sucedió en el resto de América. Cuando en estas tierras comenzaron a nacer los descendientes de españoles, no se supo cómo llamarlos, si naturales o criollos, insulanos o indianos. Con eso de insulanos, los diferenciaban de los isleños o nativos de las islas Canarias, en tanto que lo de indianos los distinguía de indios y aborígenes.
Recuerda Núñez Jiménez que el cosmógrafo Juan López de Velasco, autor de Indias, islas y tierra firme del mar Océano de los reyes de Castilla (1571) tachó en su manuscrito un párrafo que le pareció conflictivo. Aludía en él a los nacidos en el Nuevo Mundo.
Decía:
“… Pero los que nacen de ellos [de los españoles] que llaman criollos y en todo son tenidos y habidos por españoles, conocidamente salen ya diferenciados en la color y tamaño, porque todos son grandes y la color algo baja declinando a la disposición de la tierra; de donde se toma argumento, que en muchos años, aunque los españoles no se hubiesen mezclado con los naturales, volverían a ser como ellos, y no solamente en las calidades corporales se mudan, pero en las del ánimo suelen seguir las del cuerpo, y mudando él se alteran también…”
Gentilicio es el adjetivo que denota la patria o localidad de origen de una persona. Para que surja un gentilicio se impone que en un determinado territorio que tenga nombre nazcan y vivan individuos que se identifiquen con él.
El gentilicio cubano comenzó a usarse ampliamente en la primera mitad del siglo XIX. A partir de 1830, escribe el erudito Juan Pérez de la Riva, el cubano no pierde oportunidad de diferenciarse del español, y con la afirmación de la nacionalidad llega aparejado un cambio en los gustos. Entonces tomar café tinto y comer arroz blanco con frijoles negros eran maneras de distinguirse de los peninsulares, que preferían el chocolate, la paella y los garbanzos. Esa cubanía se reflejó además en la forma de vestir del cubano y en los colores con los que pintaba su casa, así como en la poca afición a las corridas de toros, que dejan de ser, poco a poco, el entretenimiento preferido.
Aun así, todavía en 1842, cuando se publica La flor del Almendares, colección de poesías cubanas dedicadas al bello sexo, no se llama cubanos a los poetas incluidos, sino “naturales de la Isla”.
Pero sería precisamente un poeta quien, entre los primeros, se llamó a sí mismo, y por escrito, cubano. Se llamaba Juan Antonio de Frías y su obra “Al sol de Cuba” se publicó en la revista El Palenque Literario, de La Habana, el 5 de noviembre de 1882, aunque la escribió alrededor de 1853.
Cintio Vitier y Fina García Marruz, en su bellísima Flor oculta de poesía cubana (1978) rescatan a ese interesante y desconocido poeta. Muy poco se sabe acerca de su vida, salvo que fue esclavo y que nació, presumiblemente, en Camagüey, en 1835. Es autor además de un poeta tristísimo, “El esclavo”, y de un soneto en el que canta a la proclamación en pleno campo insurrecto de la Constitución de Guáimaro. Murió el poeta fusilado por los españoles.
Dice Juan Antonio de Frías en “Al sol de Cuba”:
Ígneo cimiento del alcázar divo Del Creador soberano. Admite los obsequios de un cubano, Oye la voz de un infeliz cautivo.
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Loret chaira castro -