Hasta el último buchito
Ciro Bianchi Ross
Hacia 1830, cuando Cuba era todavía una colonia española, los criollos empezaron a tratar de diferenciarse de los peninsulares. Nacía la nacionalidad cubana y el café tinto se imponía al chocolate, se preferían los frijoles negros a los garbanzos y el arroz sustituía al pan que los españoles mojaban en los guisos. Los cubanos desechaban las corridas de toros para decidirse por las peleas de gallo y, con tal de acentuar la diferencia, pintaban las fachadas de sus casas con colores diferentes.
Desde entonces el café ha sido parte de la vida cotidiana del cubano. Al amanecer, el olor del café recién colado invade la casa y se escurre por la vecinería. Muchos podrán prescindir del desayuno, pero no de la taza de café que se necesita para comenzar el día con buen signo. Puede prepararse, y se agradece, a cualquier hora. Y es un rasgo común en todos los sectores sociales de la Isla demostrar hospitalidad con el ofrecimiento de una taza de café. Es rara la casa cubana donde no se brinde al visitante la preciada infusión. El cafecito, como le llaman no pocos con acento cariñoso, que a veces se bebe de pie, en la misma cocina, junto al fogón. El té nunca ha llegado a sustituirlo, la mayoría lo prefiere fuerte y amargo y empina la taza hasta sorber el último buchito
El tabaco era ya cubano cuando llegó Colón. La caña de azúcar fue traída a estas tierras por el propio Almirante. El café, ese otro personaje de categoría en la historia y la vida cubanas, comenzó aquí a cultivarse tarde, cuando ya el tabaco y el azúcar se conocían desde siglos atrás.
Despertaba especial interés. Si se cultivaba en otras islas del Caribe era lógico pensar, dada las semejanzas del clima, que sería también un cultivo apropiado para Cuba. Dice la tradición que el normando Gabriel Mathieu de Clieu, capitán de infantería, compartió, desde Europa a Martinica, su ración de agua con un cafeto. Así llegó el café al Caribe. Desde Martinica pasó a otras islas. Llegó a Haití en 1715 y a Jamaica en 1728. Su recorrido hasta Brasil muestra los avatares del cultivo: en 1727 el primer cafeto se introducía en ese país oculto en el ramo de flores que la esposa del gobernador de la Guayana francesa obsequió al teniente Francisco de Mello Palhera.
A Cuba llegó en 1748. Lo trajo el contador mayor José Gelabert y sembró las primeras plantas en una finca de la localidad habanera del Wajay. El funcionario vino con aquellos primeros cafetos desde la colonia francesa de Saint Domingue, aunque también se dice que la primera planta nos llegó procedente de Puerto Rico, en 1769, lo que parece poco probable. En muy poco tiempo su cultivo se extendió a otros lugares del occidente como Guanajay y Artemisa, a la región central (Trinidad y Sancti Spíritus) y a puntos montañosos del oriente de la Isla.
Desde mucho antes el polvo se expendía en las boticas pues, como en el resto del mundo, fueron los médicos los que contribuyeron a extender su gusto al recetarlo, al igual que el tabaco, para curar casi todos los males.
Las primeras casas de café, las hoy llamadas cafeterías, afloraron en La Habana entre 1762, año de la toma de la ciudad por los ingleses, y 1776, cuando se liberaron las trece colonias británicas de Norteamérica. El primero que existió fue el café Taberna, que hace algunos años, y totalmente restaurado, volvió a abrirse en la Plaza Vieja. Le seguirían otros, pero ya en 1772 la autoridad colonial dictaba un bando que los regulaba. No escapaba a sus ojos y oídos vigilantes que los nuevos locales eran también sitios de reunión para los enemigos del despotismo español. Por eso el sabio Fernando Ortiz, a quien los cubanos consideramos nuestro tercer descubridor, pudo afirmar que el café en Cuba fue espíritu filibustero, hereje, liberal y separatista. Con la importación del hielo, a comienzos del siglo XIX, cobró auge la vida de café. De 1866 data el café El Louvre, en la ciudad central de Remedios, la octava villa que fundaron los españoles en la Isla, y un poco más acá en el tiempo surgía el Gran Café Europa, en la esquina de Obispo y Aguiar, en parte vieja de La Habana. Dos establecimientos que se mantienen abiertos.
Así el café se convirtió en hábito en la Isla. Tiene una función socializadora y equipara gustos y estilos sociales. Aviva las ideas y alivia la fatiga y el cansancio. Asegura, acabado de colar, un nivel más alto de antioxidantes que muchas frutas y vegetales; es laxante y diurético y aleja los riesgos del Alzheimer y el Parkinson. En las religiones cubanas de origen africano deviene elemento aglutinador de fuerzas espirituales y sociales, y sirve también para el “daño” si se mezcla con el sudor de una ceiba, es decir el agua que destila el tronco de ese árbol…
Pasó a la literatura, la plástica, la música. Hay en Cuba cocteles elaborados a base de café y recetas de cocina que lo incluyen. Es el aroma y el sabor que nos acompañan.
3 comentarios
Mar -
. Saludos,
Eduardo Contreras -
Le pido disculpas por la falta de puntuacion pero es que el teclado esta defectuoso
Un abrazo a los hermanos cubanos desde Chile
protasio diaz -