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Reynaldo González: "Quiero escribir para después"

Reynaldo González: "Quiero escribir para después"

Ciro Bianchi Ross

Lúcido e indispensable, el autor de Contradanzas y latigazos y La fiesta de los tiburones acaba de merecer, por la obra de su vida en ese campo, el Premio de Periodismo Cultural José Antonio Fernández de Castro 

 

Reynaldo González, Premio Nacional de Literatura 2004, es, como se ha dicho, “un escritor sin fronteras”. Su inquietud y curiosidad carecen de límites. Se ha metido en la narrativa, el ensayo, la investigación antropológica, el testimonio. Hace poco sorprendió con su primer poemario, hecho de corazón y de memoria… Ahora acaba de merecer  el Premio de Periodismo Cultural José Antonio Fernández de Castro, que reconoce la obra de su vida en ese campo.

            Tiene en su haber un libro sobre el tabaco, El bello habano; un recetario de cocina tradicional cubana, Échale salsita, y hasta un libro para viajeros, Cuba, una epopea metticcia, publicado hasta ahora solo en italiano y que más allá de esos volúmenes para turistas con sus descripciones de plazas y edificios y el recuento de leyendas que acumulan más mitos que realidades, propicia al visitante un recorrido por los conflictos y las contradicciones que armaron la sensibilidad del cubano, ese perfil que el trato con el extranjero tamiza u oculta. Sus más entrañables obsesiones, que van desde la pintura renacentista hasta incidentes y torceduras de la actualidad, sin olvidar a Lezama Lima, están en su título más reciente, Espiral de interrogantes.

SOY UN PREGUNTÓN

Para Manuel Vázquez Montalbán, este escritor “forma parte de la conciencia más lúcida de los intelectuales que prosiguen en la Isla la tarea de hacer la revolución a la medida del hombre y no a la inversa”, en tanto que Lisandro Otero, luego de calificar como indispensables algunos de los títulos de Reynaldo González, le alaba su indeclinable buen humor y su condición de hombre de principios, consecuente con sus afinidades, solidario en la adversidad, tesonero organizador y campeón de la amistad. Para César López, el compromiso de los libros de González refleja su posición ante la vida, y añade: “Alta literatura de Reynaldo González en cuanto revela… verdades que por pertenecer a nuestra historia a veces oculta, no dejan de transformarse en cultura fundamental e imprescindible”.

            Nació en la ciudad de Ciego de Ávila, a unos 400 km al este de La Habana, en 1940. Fue un niño pobre –perdió a su padre casi al nacer- que para ayudar al sostenimiento familiar vendió aguacates, billetes de lotería y tamales, y que tuvo, sin embargo, una formación insólita. En un ambiente cambalache y maracas, mientras las victrolas dejaban escuchar la voz de Rolando Laserie y los muchachos de su edad se enredaban  acaso con los comics, él leía a Kafka, a Sartre, a Goethe… Lecturas que le llevaron a concluir que era “un hombre torcido, con un destino diferente”. Libros para niños y adolescentes los conocería después a fin de recuperar un pedazo perdido de su infancia. De niño fue un preguntón que incordiaba a su madre con interrogantes que a veces ella no podía o no creía conveniente responder, y que le hicieron recurrir al ardid de contestarle: “No sé, hijo, sus razones tendrán”.

            -De mayor y llegado a la rara e inquietante tercera edad sigo siendo un preguntón –dice el autor de Lezama Lima, el ingenuo culpable y Cuba, una asignatura pendiente, y explica así sus múltiples aristas creativas: “Mi forma de ser no me permite encasillarme; me impulsa siempre a hacer otra cosa”. Por eso hace mucho periodismo, que es su modo de apropiarse de vidas ajenas, y fue editor, que es una manera de hacer propio el libro de otro. “A los 50 años de edad, y luego de casi 30 como periodista y editor, di un salto y me fui a dirigir la Cinemateca de Cuba, donde permanecí durante once años, y me metí así en un mundo que apenas intuía”.

FUNDADOR DE LO FUNDABLE

-A partir de 1959 me convertí en fundador de todo lo fundable: las milicias, los sindicatos, la Asociación de Jóvenes Rebeldes, la Unión de Jóvenes Comunistas… Participé en la Campaña Nacional de Alfabetización, pasé escuelas de instrucción revolucionaria, fui dirigente sindical; me integré al proceso tanto como lo estoy ahora –enfatiza González y añade que como escritor se ubica entre la gente que nació a la literatura con el triunfo de la Revolución.

            Su título inicial, Miel sobre hojuelas, libro de cuentos que publicó en 1964, hizo que se le considerara “un narrador de la Revolución”. Su libro siguiente, Siempre la muerte, su paso breve (1968) se alzó con la primera mención en el concurso de la Casa de las Américas de ese año, alcanzó ediciones en el exterior y fue muy celebrado por la crítica, al punto de considerársele como una de las novelas más importantes de la época. Sin embargo, pasarían 33 años para que Reynaldo González diera a conocer Al cielo sometidos, su segunda novela.

            ¿Por qué?

            -Porque supuse que no tenía la cultura necesaria para acometer la obra que quería. Me propuse una obra que debía sustentarse en una cultura sólida y me dediqué al ensayo mientras me preparaba para escribirla.

            De Al cielo sometidos, merecedora del Premio Ítalo Calvino y con ediciones en Cuba y otros países, señala la crítica que devuelve la carnalidad a quienes acompañaron a Colón en su empresa. Es una novela histórica que se emparenta con la de aventuras y con la picaresca. Una inmersión total, sicológica y física en una realidad virtual reconstruida pacientemente en un laboratorio, con escenas de fuerte erotismo y un lenguaje que no es, por supuesto, el de la época, pero que se apropia de sus giros, términos, apotegmas y frases sueltas valederas en el espíritu de entonces para ofrecer una sintaxis diferente y actual en una expresión novelesca distinta a la del siglo XV y a la de nuestros días. Una novela que admite una lectura contemporánea. El autor ve en ella al prostíbulo como el espejo del mundo y “es como si ese ámbito de inevitable o necesaria marginalidad fuese a la vez el mundo natural, el verdadero reino de este mundo, pero mediado y maniatado por un poder que encarna la misma fuente de toda corrupción”.

LLORAR ES UN PLACER

González recalca siempre su condición de autodidacto. “No hice estudios superiores, pero cada uno de mis libros es una carrera universitaria; cada uno de ellos me llevó a la universidad” dice para puntualizar que la cultura más general está en  El bello habano, en tanto que la Cuba del siglo XIX aparece en Contradanzas y latigazos, libro en el que acusa a Cirilo Villaverde, el autor de Cecilia Valdés, de racista y lo califica de novelista de poca imaginación. Las décadas iniciales del siglo XX se hallan en La fiesta de los tiburones, que transcurre en el batey de un central azucarero que es, en definitiva, la misma paila bullente de un país completo. Los años 40 y 50 de la centuria pasada se abordan en Llorar es un placer, dedicado a la radionovela, un mundo que pobló la infancia y adolescencia del escritor de buenos fantasmas, capaces de despertar, con sus mensajes  múltiples, el sueño y el delirio y al que parece negar ahora el pan y la sal.

            -No precisamente. Mi planteo es que la radionovela y su pariente la novela de televisión deben hacerse de manera diferente y llevar a su público otro contenido, y no, como es habitual, la falsía de la vida y esa visión de que la existencia es una batalla sentimental.

            “Puede llegar a ser un vehículo de información, una vía que propicie al oyente o al espectador una visión más amplia del mundo. Hay intentos en ese sentido, pero el propio medio lastra el contenido. El hombre dedica más tiempo al trabajo y a mejorar su condición que al amor. El amor es cosa de horas libres y en la radio-telenovela se le coloca por encima de la realidad. Quise poner en evidencia en mi libro cómo la radionovela deformó a más de una generación de cubanos, pero no negarle, como usted asevera, el pan y la sal”.

            En opinión de Manuel Vázquez Montalbán, un libro como Llorar es un placer figurará en una Historia Universal de la Sentimentalidad que se escribirá, sin duda, algún día. Con sus acercamientos al bolero, Reynaldo González reclama también su inclusión en esa historia. Es un género, dice, “que enraíza los valores de la sociedad y que, en lo que se refiere a los sentimientos, revitaliza la cultura popular en sus arquetipos violentos de machismo y hembrismo, aunque hay también boleros ambiguos, andróginos, que se escriben sin marcar sexos. En el bolero la mujer es hoy santa y mañana, puta, e ilustra además la apertura de la permisibilidad de la pareja. El bolero ventila todas las situaciones sentimentales en la América Latina y registra las palpitaciones de la vida”.

ESE OJO QUE NOS VE

Como escritor, Reynaldo González hunde sus raíces y evidencia amplios puntos de contacto con el periodismo, género que por otra parte, ha ejercido desde su inicio en la letra impresa, con sus colaboraciones aurorales en el periódico Adelante, de Camagüey, hasta la actualidad, cuando hizo célebre su columna de los jueves en el diario habanero Juventud Rebelde.            Entre una etapa y otra, González fue jefe de redacción de la revista Pueblo y Cultura, dirigió la página cultural del periódico Revolución y estuvo entre los fundadores de la revista Revolución y Cultura, donde ha colaborado de manera sistemática e ininterrumpida con páginas que recogió después en libros como La ventana discreta y Cine cubano: ese ojo que nos ve.

Por si fuera poco, ha colaborado en Bohemia, Unión, Granma, El Caimán Barbudo, Casa de las Américas, Revista de la Universidad de La Habana y Cine Cubano. Y en publicaciones de Alemania, España, EE UU, Francia, Italia y México.

Libros medulares suyos como La fiesta de los tiburones y Llorar es un placer no ocultan su impronta periodística: el investigador, devenido reportero y entrevistador, escudriña hechos y paisajes e interroga a testigos y protagonistas para recrear, en el primero de esos títulos –crónica de costumbres, crítica social, reconstrucción histórica, literatura testimonial-  la memoria de una época, y en el otro, develar el fraude artístico y la intencionada torcedura de la psicología popular que se esconde tras las radionovelas.

Un periodismo el suyo que se da la mano con la literatura. Un ejercicio periodístico de altos atributos con una deleitosa información que se traduce en reseñas, comentarios, notas  impregnadas por el amor a la cultura cubana y donde ancestros, mestizaje y música convergen para nombrar y recrear lo inefable. Una capacidad narrativa y descriptiva que denota Reynaldo González para expresar sus ideas y exorcizar el texto árido y plomizo, alambicado y tortuoso, y que lo hace exponente de lo mejor y más acabado del periodismo cultural cubano.

NECESITO DISTANCIARME

Trabaja ahora en un libro sobre Félix B. Caignet, el célebre autor de El derecho de nacer,  y que complementará su libro sobre la radionovela. Lo hace además en una novela que se sitúa en el siglo XIX, entre 1812y 1844. Dijo en una ocasión que “no amo la narrativa apegada en exceso a la inmediatez”.

            -Necesito la distancia. Lo publicado es letra que queda; lo inmediato muere. Cuando se aborda lo inmediato, el escritor se deja llevar por la pasión del momento. El periodismo tiene su campo, que es el de la actualidad, y la novela histórica tiene el suyo, la posterioridad. Yo quiero escribir para después. Requiero ocuparme de un campo cerrado para tener así todos los elementos al alcance. La cercanía de ese pasado me lo la el estudio. Aspiro a la novela total en la que esté todo y se hable de todos. La realidad cubana cambia mucho, se mueve todo el tiempo y a mí me hace falta distanciarme de lo que escribiré.

  

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