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Otra visita a Dulce María Loynaz

Otra visita a Dulce María Loynaz

Ciro Bianchi Ross

  

La obra de Dulce María Loynaz desarma a la crítica y seduce a públicos cada vez más diversos y numerosos. Es el suyo un mundo real y estilizado a la vez. El amor está presente en sus páginas, y también lo están Cuba y un vasto mundo de seres poéticamente reales, como “la mujer estéril”, que halla en Dulce María un canto digno de su angustia.

En sus poemas iniciales parece advertirse la huella de Juan Ramón Jiménez y de Tagore, pero ella fue haciendo un  verso cada vez más suyo hasta llegar a la sencillez y  perfección de Poemas sin nombre (1953). Otros poemarios que dio a conocer  son Juegos de agua (1947) Carta de amor a Tut-Ank-Amen (1953) Últimos días de una casa (1958) Poemas náufragos (199l) Bestiarium y La novia de Lázaro (ambos de1993). En 1955 publicó en Madrid, su Obra lírica, y hay ediciones cubanas de sus obras completas.

            Se evidencian vasos comunicantes entre la poesía de la Loynaz y Jardín (1951)  su “novela lírica”, expresión del rico mundo real e imaginario de Bárbara, la protagonista. Un verano en Tenerife (1958)  conjuga felizmente descripción y narración, fantasía y lirismo, mientras  que con Fe de vida (1995) evocación del que fuera su esposo, Pablo Alvarez de Cañas, la autora, de algún modo, adelantó sus memorias que nunca llegó a escribir.

            Volví en estos días a la casa donde, en la barriada habanera del Vedado,  vivieron Dulce y Pablo, y en la que radica el centro cultural que lleva el nombre de la escritora y que se ocupa de coordinar la promoción literaria en el país. Estuve por primera vez allí en 1980. Se decía entonces, y no era del todo infundado, que la Loynaz, que cuando estaba casada con Álvarez de Cañas, bien pagado  cronista social del periódico El País, ofrecía allí recepciones hasta para mil personas, no recibía ya ni concedía entrevistas porque se había enterrado en vida. Aun así, la llamé por teléfono y me recibió en la tarde siguiente. Me dijo: Joven, usted que vive en el mundo, cuénteme qué pasa fuera. Yo acopiaba entonces información para mi libro sobre los días cubanos de García Lorca y le pedí que me contara sobre lo cierto y lo falso en su relación con el poeta andaluz. Lo hizo con lujo de detalles. Creo que fui el primer periodista cubano que la entrevistó después de 1959.  

 Me habló mucho sobre Pablo, de quien llegaron a comentarse  romances reales o supuestos con una ex Primera Dama de la República y con una de las figuras más conspicuas de la aristocracia cubana. Dulce María ignoraba lo que hubo de cierto en esos amores; sí que Pablo, que no contaba con el favor de la familia de la escritora,  pasó 26 años  pretendiéndola sin desmayos  hasta que logró que  lo aceptara cuando ella tenía ya 44. Era un hombre con suerte, me dijo. No fumaba, y los fabricantes de puros lo hicieron promotor internacional de los habanos; no sabía una palabra de inglés y se le confiaban campañas publicitarias en Estados Unidos, y en cuanto a escribir… jamás lo vi escribir una línea. Sus asistentes  le escribían las  crónicas, y él fijaba la precedencia  de los invitados a un acto, distribuía y calibraba los adjetivos… En 1999 se publicó en Canarias el álbum de boda de Dulce y Pablo; una joya bibliográfica.  

En la entrada principal, a ambos lados del vestíbulo, están los salones Dorado y Colonial, ambientados, al igual que la capilla, como cuando Dulce María era dueña y señora de la casa. Se muestran en esos tres aposentos más de 200 objetos que le pertenecieron, entre ellos, la muy valiosa colección de abanicos de la escritora. En ese vestíbulo, próxima a la puerta entreabierta, ya en sus últimos años, se sentaba  a partir de las cinco de la tarde en medio de una soledad de muerte en espera de un visitante ocasional que a veces no llegaba hasta el día en que el recinto comenzó a llenarse de admiradores que querían además ser sus amigos.

Dulce María Loynaz nació en La Habana, en 1902. Su padre, Enrique Loynaz del Castillo, fue general de la  Guerra de Independencia (1895-98). Por la línea materna descendía de una de las familias más acaudaladas de Cuba en el siglo XIX, los Muñoz Sañudo. Sus abuelos fueron muertos a hachazos por un hombre que penetró en su casa con el propósito de robarles;  uno de los crímenes más sonados de la etapa colonial y que quedó sin esclarecer.  Presidió la Academia Cubana de la Lengua y mereció el Premio Nacional de Literatura en 1987. Cinco años después se le confirió el Premio Miguel de Cervantes, el más importante que se concede a un escritor iberoamericano, y lo recibió, ya en sillas de ruedas, de manos del rey Juan Carlos de España,  en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. Murió en La Habana en 1997.

  

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