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Hemingway, ciudadano de Cojímar

Hemingway, ciudadano de Cojímar

Ciro Bianchi Ross

Caricatura de Laz

 

Sucedió en el ya desaparecido Palacio de los Deportes, en Paseo y Mar, en el Vedado, cerca de donde se edificó después el hotel Havana Riviera, el 17 de noviembre de 1955. Ernest Hemingway acudió al lugar con el fin de recibir  la medalla de  San Cristóbal de La Habana, que le concedería el gobierno habanero  en reconocimiento a sus méritos de escritor y por  su larga residencia en la capital,  y vio en exhibición una caricatura que mucho lo disgustó. En ella, el autor de El viejo y el mar aparecía como un dios Neptuno –con tridente y su correspondiente trago en las manos- emergido de los mares. Junto a la caricatura se hallaba su creador, Conrado W. Massaguer,  y Hemingway, sin perder un minuto, se abalanzó sobre el artista y lo agarró por el cuello al tiempo que lo amenazaba con su puño derecho.

            -¡Oiga, deténgase! ¡Usted no puede tratar así a ese hombre que es un gran caricaturista y una gloria de Cuba!

            Hemingway, sin soltar a Massaguer, miró a quien lo interpelaba.

            -¿Y usted quién es?

            -Soy Juan David, el caricaturista.

            La furia de Hemingway no parecía disminuir, más bien se acrecentaba. Se olvidó de Massaguer y, puños en alto, se volvió hacia su interlocutor. David, con más de seis pies de estatura y más joven que Hemingway, se puso también en guardia.

            -¿Y viene a hacerme otra caricatura?

            -No, vengo a hablar de negocios –respondió David.

            El escritor hizo entonces  un gesto como de quien pide tiempo y dijo enseguida:

            -Pues vamos al bar.

            El negocio era el siguiente: Bohemia, de La Habana, quería publicar en una sola entrega  y de manera íntegra El viejo y el mar, al igual que lo había hecho la revista Life antes de que la novela apareciera en forma de libro. “Contacta con Hemingway y dile que no podemos pagarle tanto como Life, pero que tenemos mucho interés en dar a conocer esa obra en Cuba”, pidió Miguel Ángel Quevedo, director de Bohemia a David. La revista norteamericana pagó a Hemingway un dólar diez centavos por palabra –la novela tiene unas 27 000- lo que redondeó la bonita suma de casi 30 000 dólares. Bohemia ofrecía 5 000.

            El narrador, ya repuesto del encuentro inesperado que acaba de tener consigo mismo en el espejo revelador de la caricatura de Massaguer, aceptó la oferta, recordaba David muchos años después. Pero puso dos condiciones. La traducción debía hacerla Lino Novás Calvo, el gran novelista de Pedro Blanco, el negrero y La noche de Ramón Yendía, un español que se avecindó en La Habana, murió en EE UU, y forma parte de las letras cubanas. Pidió además que la suma ofrecida se donara en beneficio de los enfermos del leprosorio de El Rincón.

CINCO MILLONES EN DOS DÍAS

Quise recordar esta anécdota poco conocida y siempre mal contada ahora que El viejo y el mar cumplió 55 años de haberse publicado por primera vez.  Cuando apareció, Hemingway no las tenía todas consigo. La crítica lo había vapuleado, y muy duro, tras la publicación de A través del río y entre los árboles (1950) una novela sentimental, se dijo, que relata el amor del viejo y gastado Cantwell por una muchacha, Renata. Era, en lo esencial, una historia autobiográfica; mientras recorría en el norte de Italia los escenarios de Adiós a las armas, el gastado Hemingway se había enamorado de la condesa Adriana Ivancich. Insistió en traerla a Finca Vigía, su casa habanera, y Mary, la cuarta esposa del narrador, que podía comprender el romance, pero no aquella convivencia, estalló en una crisis de celos homérica.

            Las críticas desfavorables a su libro lo hirieron hondo y ante ellas hizo lo que uno supone  no haría un escritor de su estatura: se justificó, se defendió. Pero no abandonó su tarea. En el otoño de aquel mismo año de 1950 reanuda el trabajo en lo que llamaba The Sea Book y que nunca llegaría a publicar. De ahí se desprendió El viejo y el mar. Alguien lo convenció de que lo diera a conocer como una obra independiente. Hemingway se negó al comienzo, pero terminó haciéndolo.

            En abril de 1951, recordaba el periodista cubano Fernando G. Campoamor, tenía listo el borrador y lo remitió a Charles Scribner, su editor, en marzo del año siguiente. Su publicación en Life, el 1 de septiembre de 1952, fue una prueba. La revista vendió 5 325 447 ejemplares en 48 horas. El 8 de septiembre la casa Scribner puso a la venta la primera edición de la novela y ese mismo día dispuso la segunda edición. De inmediato, El viejo y el mar ganó la selección del Book of the Month Club, donde se le calificó como un libro “destinado a graduarse entre los clásicos de la literatura norteamericana”. Al año siguiente se alzó con el importante premio Pulitzer. Fue la antesala del Nobel que se le concedería a su autor, por el conjunto de su obra, en 1954.

            Desde entonces se ha traducido a todos los idiomas y se llevó al sistema Braille para ciegos. Se adaptó al cine y a la TV. Más de cinco décadas después de su publicación inicial, El viejo y el mar sigue siendo un éxito en librerías y bibliotecas, aun cuando es ya uno y varios libros a la vez: incompleto, resumido, ilustrado, mal traducido, pirateado… A veces, en las ediciones en español, el nombre de Lino Novás Calvo se sustituye con un seco: “Traducción autorizada por el autor”.

EL DIOS DE BRONCE

 

Con la publicación de El viejo y el mar, Ernest Hemingway se ratificó como el dios de bronce de la literatura norteamericana. Todo un coro se alzó en su honor. William Faulkner dijo, sencillamente, que con esa novela su autor había encontrado a Dios. Campoamor, cubanísimo, tiró a choteo su verdad al afirmar: “Hemingway sabía de química y de geografía, de numismática y economía, de historia militar y de violines, e inventó el daiquirí especial al igual que inventó el monte Kilimanjaro, el idioma inglés y los casteros”.

            Hemingway dijo: “Traté de hacer un viejo real, un muchacho real, un mar real, un pez real y tiburones reales. Pero si los hice bien y suficientemente verdaderos, pueden significar muchas cosas. Cuando se escribe bien y con sinceridad de una cosa, esa cosa significará después muchas otras cosas”. Añadiría que en su novela el mar es el mar, el viejo es el viejo y el pez es el pez… no hay en ella ningún simbolismo. No hay en sus páginas más que un viejo que pescaba solo en un bote en la Corriente del Golfo y hacía 84 días que no cogía un pez…

            Puede suponerse que el autor leyó El viejo y el mar más de 200 veces. A esa conclusión se llega tras conocer la carta en la que dice: “Ahora las pruebas del libro están listas y no volveré a leerlo durante diez años. Porque cada vez que lo leo siento las mismas cosas que he sentido y 200 veces son suficientes”.

            La anécdota de la novela es muy conocida. Su sentido es bien evidente. Hemingway lo pone en boca de Santiago, su protagonista: “El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”.

            El escenario de la novela es el mar y la lucha del viejo contra los tiburones, es la del hombre por la vida. Hay en ella alusiones a Cuba, como las hay, con mayor o menor  extensión, en otros libros del escritor. En Verdes colinas de África recuerda a Cuba como una “isla larga, hermosa y desdichada”. Diría en alguna parte: “Amo este país y me siento como en casa; y donde un hombre se siente como en su casa, aparte del lugar donde nació, ese es el sitio al que estaba destinado”. Idea esa que reiteró cuando se supo ganador del Premio Nobel: “Este es un Premio que pertenece a Cuba, porque mi obra fue pensada y creada en Cuba, con mi gente de Cojímar, de donde soy ciudadano. A través de todas las traducciones está presente esta patria adoptiva donde tengo mis libros y mi casa”.

            Tras la publicación de El viejo y el mar, Hemingway estaba en deuda con los pescadores de Cojímar, la pequeña localidad marina del este de La Habana. Cuando la cervecería Modelo, de El Cotorro, le rindió homenaje por el Nobel, aquellos hombres fueron los invitados de honor de la fiesta. Tras la publicación de la novela estaba en definitiva en deuda con la Isla, y eso explica quizás su decisión de ofrendar la medalla del Premio a la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba.

           

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