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Ron

Ron

Ciro Bianchi Ross

 

Gracias a la amabilidad del lector Gerardo Barrera, de Puerto Rico, llega a mis manos un libro muy curioso. Se titula Ron, y ya imaginará el lector sobre lo que trata. Su autor es Dave Broom, y lo ilustran  fotografías espléndidas de Jason Lowe. Un libro caro, de lujo, que aborda en sus páginas la historia, la producción y toda la gama de sabores del ron, uno de los aguardientes más antiguos del mundo. Lo publicó, hace un par de años en su primera edición en español, la editorial Blume, de Barcelona.

            Para hacerlo posible, Broom recorrió el Caribe y llegó a Sudamérica; saboreó cocteles en la Habana, se desmelenó –lo dice así textualmente- en Guyana, vivió el carnaval de la isla de Trinidad… y  reafirmó lo que ya sabía: el ron no es algo plano y único, sino diverso, con infinidad de caras. Cada isla tiene su  propio estilo, cada país aporta  su propio sabor y cada destilería presenta sus propias variaciones, dice, porque, más allá de su sabor,  un buen ron habla de su lugar de origen y cuenta su historia. Una historia de desplazamientos, emigración y creación; colonización y esclavitud.  Una historia fantástica, apasionada y sangrienta porque el ron, como el azúcar, nació del dolor.

            Ningún otro aguardiente ofrece tanta diversidad en su aroma, profundidad y calidad. Rones hay para beber a sorbos y para mezclar. Envejecidos y con un alto contenido alcohólico (overproof). De alambique de retorta, de destilación continua, de barrica única. Rones con sabores y rones especiados. Y cada uno con las características  que le concede su procedencia: el delicado estilo dulce de los rones cubanos, la sutil ligereza de los de Puerto Rico y St. Croix, la  sutileza del ron de Guyana, la elegancia y el empuje del de Jamaica, la fuerza de los añejos de Martinica, la prestancia de algunos rones haitianos…

            Broom, en su recorrido, degustó esos rones. Y, con  su color y paladar,  los describe en un Directorio que incluyó en su libro para concederles enseguida una puntuación que, como la de los hoteles, va desde una a cinco estrellas y asentar así  una gradación  que lo lleva del malo al excepcional, pasando por el regular, el bueno y el excelente. Aunque reconozca que él, como bebedor, se conforma con los buenos.

RONES CUBANOS

No escapan a su aguda valoración los rones cubanos. A algunos de ellos, concede un bajo puntaje. Sube la parada con el ron Varadero 5 Años. Le otorga entre tres y cuatro estrellas y lo valora como “joven, con una interesante complejidad” luego de decir en cuanto a su paladar que es generoso, sabroso, con “un toque seco que aporta una buena estructura”.

Dice sobre el Havana Club: “El original se elaboró por primera vez en 1878. Hoy es la marca de ron más conocida y más respetada de Cuba. Gracias a la empresa conjunta (con Pernod-Ricard) se convirtió en la marca de aguardiente de crecimiento más rápido del mundo”. Y añade entre paréntesis: “Cosa que no gustó nada a Bacardí”.

Broom se deslumbra con los rones de Havana Club. Da entre tres y cuatro estrellas al Añejo Oro y al Añejo Reserva. Califica al Añejo Blanco con tres y, sin vacilar otorga cuatro estrellas a los añejos 3 y 7 Años.

Llega así al Havana Club San Cristóbal de La Habana y al Havana Club Añejo 15 Años.

Del primero, asevera que su paladar es “masticable, amplio y exótico”. Afirma que los rones que se utilizaron en su elaboración tienen una media de doce años y, sin vacilar, lo califica de “excepcional”. Y expresa que  el otro, con textura sedosa,  “golpea el paladar con una oleada de sabores generosos y dulces”  y lo conceptúa como “enorme” antes de decir: “Ron verdaderamente clásico por el que algunos barmans llegarían a matar”.

OTROS RONES

 Es poco entusiasta con la marca Bacardí. Recoge en el Directorio cinco productos de esa firma y no lo  convence ninguno de ellos, salvo  el Bacardí 8yo, al que valora como “encantador” y concede cuatro estrellas.

            Los otros cuatro quedan por debajo y a veces muy por debajo. Del Bacardí White (dos-tres estrellas) dice que tiene buen equilibrio, es suave en el centro y ligero antes de catalogarlo como “bien elaborado, pero no parece ron”. El Bacardí Gold (tres estrellas) lo recomienda para combinar, en tanto que al Bacardí Limón y el Bacardí O, ambos, a su juicio,  con categoría de dos estrellas, los califica explícitamente de “regular”.

            Rones buenos, tan buenos como el Havana Club, hay en todo el Caribe y en América.   Y este Directorio  es ilustrativo al respecto. Entre ellos, la gama de El Dorado, de Guyana, y  Flor de Caña nicaragüense en sus diferentes versiones.  El R. L. Seale’s 10yo, de Barbados y el guatemalteco Zacapa Centenario.  Los Don Q, puertorriqueños, y el Cristal Lime, de Santa Lucía. El Bermúdez 150, de República Dominicana, y el Appleton Extra, de Jamaica…

            Un ron, a su entender, muy equilibrado, suave y sedoso, con peso y complejidad extra es el Barbancourt Special Rerserve 5 Star 8yo, de Haití. En la destilería Barbancourt, fundada en 1862, el ron se elabora con un método más parecido al del coñac, con destilación doble y  roble francés en las barricas.

BREVÍSIMA HISTORIA

“Barbados fue la primera; Jamaica añadió su propio toque en la forma de hacer las cosas, mientras que Martinica y Guyana insinúan sus propios encantos seductores al consumidor. Pero la isla que primero elevó el ron de una condición de espirituoso a clásico fue Cuba”,  se afirma en este libro. Nuestro país entró tarde en el panorama de los rones, pero con pasos rápidos. En 1778 exportó 230 000 litros de aguardiente y la cifra superó los cuatro millones y medio de litros a comienzos del siglo XIX. En 1861 funcionaban aquí 125 destilerías.

            Lo que hoy se conoce como ron cubano es el tercer gran estilo, en orden de aparición, en lo que al ron se refiere. Hacia 1860 se podía beber toda una gama de rones “británicos”, elaborados, con melaza y  en alambiques de retorta, en Jamaica, Guyana y Barbados. Fue entonces que en Cuba se adoptó una  tecnología en forma de alambique continuo o de columna, que no solo aumentó la producción, sino que dio vida a un nuevo estilo de ron, más ligero y dulce.

            Cuba, por otra parte, es la cuna de la mayoría de los cocteles de ron que se conocen y hogar de algunos de los mejores barmans del planeta. El daiquirí figura en la lista de los diez mejores cocteles del mundo.

Dice Broom en su libro que el turista que viene a Cuba en viajes organizados por las agencias “no se mezcla con la gente, no recorre las calles de Santiago, Trinidad y Cienfuegos y, sobre todo, los maltrechos callejones de La Habana Vieja […] nunca experimentará un poquito de la dura vida, aunque romántica, de la auténtica Cuba. Jamás bailará con extraños por la noche (como dice la canción) en el Malecón de La Habana ni beberá a la luz de la luna el ron que te deja el pecho helado y te eleva el espíritu hasta las estrellas”.  Mi lector canario Juan Arroyo me decía hace un tiempo: “Yo he bebido chispa ‘e tren y bájate el blumer a pico de botella debajo del puente de la Lisa, y te juro que no es fácil”.

De rones no destinados a la exportación, también conoció Broom en la Isla.   Porque la  peregrinación por bares y cantinas de La Habana llevó a ese escritor tanto al mítico Floridita y a La Bodeguita del Medio  como al bar Actualidades, al lado del cine del mismo nombre,  limpio y acogedor, pero lejos de los todos los circuitos turísticos capitalinos. Sus preferencias se centraron, sin embargo,  en el bar Monserrate que, asegura, “sigue siendo uno de mis preferidos en todo el mundo”. Un bar donde se comparte la barra, las familias comen tranquilamente, las conversaciones surgen de manera espontánea y la música,  ensordece, mientras que desde la calle entra el humo que despiden los ómnibus y el ruido de viejos automóviles que suenan como tanques de guerra. “Y donde uno se emborracha, pero no de ron (aunque algo ayuda) sino de la misma fuerza de la vida”.

Añade: “La vida en Cuba, como sucede en gran parte del Caribe, no es fácil. Y tampoco ayuda el boicot económico estadounidense. El ron forma parte de ese boicot”, dice Broom para adentrarse en la guerra Bacardí-Havana Club.

Precisa que una de las razones de que Bacardí se transformara en una empresa global fue porque se percató de que el futuro estaba en las marcas internacionales. Contaba además con el mercado del ron blanco. Así fue hasta 1993, año en que Pernod Ricard y Havana Club se asociaron para comercializar en el mundo esa marca cubana.

“Aunque Bacardí había colocado en 1959 una pancarta en la que se leía ‘Gracias, Fidel’, la compañía se convirtió en el enemigo del régimen. Las ventas de Havana Club eran, en esa fecha,  ridículas en comparación con las de Bacardí, pero Havana Club fue la marca de mayor crecimiento en el mundo”.

Bacardí no solo tuvo un rival en lo referido a la distribución internacional, sino que se trataba de un rival cubano y se desató la confrontación.  “Una guerra sórdida e indigna”, dice Dave Broom,  cuando Bacardí lanzó la marca Havana Club en Estados Unidos y Washington cambió la ley para permitirla.  

  

   

           

  

           

Vivir del "Chisme"

Vivir del  "Chisme"

Los 40 años de Ciro Bianchi en el periodismo demuestran que la historia es más creíble y humana cuando se baja de los pedestales por DANAY GALLETTI HERNÁNDEZ y MARIO CREMATA FERRÁN, estudiantes de Periodismo

El entrevistador por excelencia se convirtió en entrevistado. La habitual Tertulia «Barraca de Feria» que mantiene el periodista Ciro Bianchi Ross desde hace un año, el tercer jueves de cada mes, tuvo en la tarde de ayer una ligera variación.Un grupo de amigos encabezados por Jaime Sarusky —Premio Nacional de Literatura—, el escritor Leonardo Padura y el director de La Gaceta de Cuba, Norberto Codina, decidieron festejar las cuatro décadas en la profesión de este imprescindible en el periodismo cubano. «Hemos venido aquí, no a hacerle un homenaje al amigo, pues a su edad no está preparado todavía. Nos reunimos para conversar sobre determinados aspectos del periodismo, de la labor de Ciro, que escapa de los estereotipos, demuestra su responsabilidad con la historia y defiende la cultura sin dejar de producir textos amenos y bien escritos», expresó Padura. También se refirió a su trabajo en los diarios cubanos, en la Agencia Latinoamericana de Noticias Prensa Latina, en la revista Cuba, y a sus colaboraciones, pasando por todos los géneros y especializándose en las buenas entrevistas. «Ciro es sin discusión, un magnífico entrevistador. Su claridad es impresionante. Fue referencia para el periodismo literario que en los 80 hicimos un grupo de jóvenes», agregó.«Escribe libros de periodismo, pero no pensados como tal. Sus trabajos saltan de la vida efímera de un periódico o revista, hacia las páginas de una obra mayor, porque trascienden al universo literario y artístico». Por su parte, Jaime Sarusky destacó que Ciro logra una comunicación con el lector, y su manera exhaustiva de investigar llena los agujeros negros de nuestra memoria y enriquece enormemente los conocimientos históricos, particularmente los de la historia nacional no contada.Norberto Codina comentó acerca de sus colaboraciones para La Gaceta de Cuba por más de 20 años, con artículos nada superficiales. «Por el brillo de sus ojos tal parece que fue testigo de primera línea de los acontecimientos pasados que relata o cuenta. Es un enamorado de su profesión, de corazón caliente y un poco apasionado, con diálogo transparente y un periodismo decantado, sintético, altamente profesional». El agasajado habló de la que fuera su escuela: la revista Cuba Internacional. Para ella escribe hace 35 años, aunque sus primeros trabajos vieron la luz en el periódico El Mundo, allá por 1967, cuando tenía solo 18 años.Además, comentó sobre sus artículos para la revista Sol y Son, de la que fue fundador en 1986; de su crónica semanal en Juventud Rebelde desde hace un lustro, hasta la columna que inició hace muy poco en El Nuevo Día, de Puerto Rico.Infinidad de anécdotas como la odisea para entrevistar al escritor Gabriel García Márquez amenizaron la tarde. Después de varios intentos fallidos, logró su propósito, en un insólito lugar: el baño de la casa de modas La Maison.También contó detalles de sus encuentros con intelectuales de renombre como José María Chacón y Calvo, José Lezama Lima, Octavio Cortázar, Augusto Monterroso, el padre Ángel Gaztelu y el Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal Spengler, a quienes entrevistó.En conversación con este diario, Codina manifestó su pasión por la obra de Bianchi desde hace 30 años, y la satisfacción por haber sido su editor. Confesó compartir con él otras aficiones, como el gusto por la buena comida y la bebida.«Lo conozco desde fines de los 70, cuando empecé a publicar en El Caimán Barbudo. Desde entonces, mantenemos una sólida amistad y afinidad. Lo respeto muchísimo, y de alguna manera fue también mi «modelo». Ciro forma parte de esos grandes periodistas que ha dado Cuba; por ser una fuente de cultura, por el rescate a los olvidados, por su conocimiento de la técnica del periodismo, que a pesar de las revoluciones tecnológicas sigue siendo el mismo», dijo Padura a JR.Jaime Sarusky aseguró que el estudio sistemático de la obra de Ciro, ayuda a preparar a la joven generación de periodistas que necesitamos. «Él cuenta pequeñas historias que forman parte de la idiosincrasia del cubano, que no se pierden con el tiempo, reivindica esa memoria. Tiene la virtud de que la mayor parte de sus crónicas pueden desarrollarse y convertirse en magníficos guiones de cine».Los aportes de Ciro Bianchi a la cultura cubana son innegables. Decir 40 años de ejercicio profesional resulta fácil, pero mantenerse en esta profesión que el propio Sarusky calificara como la principal causa de infartos en el mundo, es una tarea de grandes.

 

Regalo de fin de año

Ciro Bianchi Ross

 

Yo no sé bien qué es lo que pasa. El año, al menos para mí, empezó, como quien dice, ayer, y se acabará dentro de pocos días. Llega la Nochebuena y en un abrir y cerrar de ojos vendrá el Año Nuevo a tumbarnos la puerta. Quisiera entonces hacer a los lectores un regalo. ¿Qué tal si hablamos de los cocteles cubanos?

            Bueno, en este punto, mejor sería decir de cocteles cubanos. Hablar sobre todos es imposible ya que nuestra coctelería en muy numerosa y variada. Alejo Carpentier lo dijo hace ya muchos años cuando afirmó que La Habana era la ciudad del mundo que mayor variedad de bebidas podía ofrecer al paladar curioso del viajero. El autor de esta página en su peregrinar por bares y cantinas, como dice el célebre bolero que interpretaba Orlando Contreras, llegó a acopiar más de 300 recetas de cocteles. Las había de todas partes del país: de La Habana, sobre todo, pero también de Baracoa y Viñales porque si de algo se precia y enorgullece este escribidor es el de haber recorrido Cuba –y muchos de sus cayos- de punta a cabo. Pero las fórmulas son ciertamente muchas más: en la computadora del Floridita, que es uno de los bares más famosos del mundo, había hace ya algunos años unas 450. Y no eran todas.

            Claro que a un coctel lo refrenda el tiempo. Surge en cualquier bar y se impone o no en la preferencia de los bebedores. Así, hay cocteles cubanos que nadie recuerda o que aunque se recuerden no se degustan, mientras que otros se popularizan y dan la vuelta al mundo. El gusto del buen bebedor es, en esto, particularmente sabio.

            Cuando se habla de los grandes cocteles cubanos, se alude al Saoco, al Mulata, al Mary Pickfords, al Presidente y al Mojito. Y también al Cuba Libre, al Santiago, al Isla de Pinos y, por supuesto, al Daiquirí, que es el rey de los cocteles cubanos. Así lo reconocen los entendidos.

            Cantineros ilustres hay también muchos en Cuba, gente que hizo de su oficio un arte. La relación, en esta línea, la encabeza, sin duda, Constantino Ribalaigua, el propietario del Floridita, el Constante de Islas en el golfo, la novela de Hemingway. Nació en España, se nacionalizó cubano y falleció en La Habana, en 1952. Es el creador del Mary Pickfords, inspirado en la actriz norteamericana conocida como La Novia de América –América tendría después otra novia más nuestra, Libertad Lamarque-, y el Havana Special, que tomó su nombre del de una línea naviera cuyos barcos hacían la travesía entre Tampa y la capital cubana. Constante asimismo se asocia al Daiquirí y al Presidente, aunque no los creara.

LOCOS POR EL DAIQUIRÍ

El Presidente -¡asombro!- fue idea del mayor general Mario García Menocal. El entonces primer mandatario llegó una tarde al Floridita y pidió a Constante que en un vaso de mezcla pusiera hielo, gotas de curazao, vermut blanco italiano y ron carta oro. Dijo que lo revolviera y se lo sirviera en una copa alta, de bacará, adornada con una guinda y un pedacito de cáscara de naranja. Constante comentó entonces: “General, aquí tiene su Presidente”.

            Hay quien dice que en sus inicios el Daiquirí se llamó Canchánchara, la bebida preferida entre las tropas independentistas cubanas. Nuestros libertadores, cuando podían, la degustaban, endulzando el aguardiente con miel de abeja, para alejar las penas, los dolores y la fatiga. Pero en verdad el Daiquirí nació en las minas de hierro del mismo nombre del oriente del país, y se popularizó en el hotel Venus, de Santiago de Cuba; el antiguo hotel Venus, el que se hallaba frente al parque Céspedes y se derrumbó cuando el terremoto de 1932.

            En esa instalación hotelera, sin embargo, el Daiquirí se preparaba al rumbo, sin medidas exactas, según la inspiración del cantinero, y se enfriaba con trozos de hielo. Fue Constante, entonces, en el Floridita, quien estableció la norma exacta para cada uno de los componentes de ese coctel.

            Comenzó a enfriarlo con hielo frapé y descubrió que el trago no tolera sino onza y media de ron; si se le echa menos,  la batidora protesta, si se le echa más, queda aguado. Descubrió también que no se podía dejar en la batidora más de un minuto y se percató por último del sabor que le confería el marrasquino.

            Hemingway inmortalizó el Daiquirí en su narrativa. Otros escritores importantes tampoco lo han pasado por alto en sus textos y en sus vidas.

            García Márquez, Premio Nobel de Literatura al igual que Hemingway, se refiere al Daiquirí como a “una combinación de ron diáfano de la Isla con polvo de hielo y jugo de limón”. Y otro Nobel, aunque rechazara el galardón, Jean Paul Sartre, en su Huracán sobre el azúcar, el apasionante reportaje que escribiera sobre Cuba en 1960, lo menciona como “una especialidad cubana que nos agrada por el leve gusto a ron y de su limón diluido en hielo”. Graham Greene, que mereció diez veces el Premio Nobel aunque nunca se lo dieron y que fue, al decir de García Márquez, un inventor de cocteles diabólicos, lo degustaba, y de qué manera, durante sus estancias en La Habana. García Lorca se entusiasmó con el Daiquirí del Floridita. Lezama Lima rememoraba el día en que acompañó a Miguel Ángel Asturias, notable novelista guatemalteco y Premio Nobel por añadidura, a ese bar-restaurante. Nos deleitamos, aseguraba el autor de Paradiso, con aquella bebida helada que es como el néctar de los dioses. El argentino Julio Cortázar lo tenía como el primero en lo que a cocteles cubanos se refiere. Así lo confesó al autor de esta página que bebió su primer Daiquirí en la compañía siempre grata y estimulante del novelista de Rayuela.

FRANCIS DRAKE Y EL MOJITO

El Saoco tiene, de seguro, origen campesino. Solo en el campo cubano puede haber surgido esa mezcla mágica de ron blanco y agua de coco y que se sirve en el envase natural del fruto. El Cuba Libre nació en el Floridita, cuando todavía ese bar se llamaba La Piña de Plata, en los días de la instauración de la República (1902). El Isla de Pinos incluye en su fórmula el zumo de esa maravilla de las frutas cubanas que es la toronja. Y el Santiago se prepara con dos líneas de ron blanco y un golpe de curazao rojo. El Mulata tiene que haber sido creado po un barman español. Rinde tributo como pocos a la belleza y distinción de la cubana. Se elabora con ron añejo, lo que le da un toque de superioridad único.

            ¿Y el Mojito? Asegura don Fernando G. Campoamor que el corsario británico Francis Drake es el creador de un coctel que hasta bien entrado el siglo XIX fue muy demandado en las latitudes antillanas. Se elaboraba con aguardiente y se llamaba Drake. Tenía, se dice, propiedades curativas. Al menos en su novela El cólera en La Habana (1838) Ramón de Palma hace decir a uno de sus personajes: “Yo me tomo todos los días a las once un draquecito y me va perfectamente”. Es el antecedente del Mojito.

            Desde 1910 comienza a hablarse del Mojito batido, pero habría que esperar a la década de los 30 para que apareciera el Mojito actual. Surge en el bar del balneario de La Concha, pasa a otros bares habaneros, se populariza, y llega a la Bodeguita del Medio, donde adquiere carta de ciudadanía internacional. No tiene la prestancia del Daiquirí ni el empaque del Presidente ni el barroquismo del Mary Pickford ni la altanería del Mulata, pero es uno de los diez clásicos de la coctelería cubana junto al Saoco, el Isla de Pinos, el Santiago, el Havana Special y el Cuba Libre.

            En estos días de fiesta escoja uno de estos cocteles, prepárelo y bébalo con calma y moderación en compañía de familiares y amigos. Agradecerá este regalo de fin de año.

 

Padura o la memoria

Padura o la memoria

Ciro Bianchi Ross

 

Mucho ha cambiado el periodismo en los últimos años.

            El reportaje, el más humano de los géneros, que ofrece la noticia “vestida” y que hace que el lector se sitúe dentro del acontecimiento, ha ido desapareciendo de las páginas donde fue dueño y señor, se relega a las ediciones dominicales o se hace cada vez menos extenso, y pasan por entrevistas meras declaraciones a las que se les inventaron preguntas y que bien pudieran haber ido como una nota simple. Se comenta y se opina en la noticia, con olvido de que el hecho es el hecho y la interpretación viene después y se descubre de pronto que la cualidad más importante de una información no es su veracidad, sino la espectacularidad y el sensacionalismo que posibilitarán venderla mejor. En un intento baldío de competir con la televisión, que muestra el suceso, periódicos y revistas se llenan de fotos cuando deben explicarlo y analizarlo de la manera más profunda posible.

            Hoy los directores de los grandes medios no son generalmente periodistas, sino empresarios o políticos. Las escuelas de periodismo, en las que todo el claustro, incluso los profesores de taquigrafía, lo conformaban periodistas en ejercicio, pasaron a ser facultades de comunicación o de comunicación social donde se aprende muy poco de las interioridades del oficio. Aquel redactor jefe, que enseñaba sobre la marcha a los más jóvenes, aun cuando tenga algo que decir anda ahora demasiado apurado siempre para hacerlo. Con la revolución de la electrónica y de las comunicaciones desaparecieron las viejas redacciones y sus salones devinieron “laboratorios asépticos para navegantes solitarios”, y las nuevas tecnologías hacen más fácil ponerse en contacto con alguien que se agazapa en el  otro extremo del mundo que conversar con el compañero de mesa. Antes el periodista ligaba a la profesión su vida y ambiciones; era una misión esa que hoy es un empleo más que se puede abandonar en cualquier momento. Los periodistas son ahora comunicadores, aunque esos términos no sean sinónimos, como no lo son tampoco información y comunicación. Comunicar es divertir, interesar, conmover, influir. Informar es razonar, convencer, explicar. La comunicación se dirige a los consumidores, en tanto que la información se ocupa de los ciudadanos, escribió Laurent Joffrin para fundamentar lo que muchos años antes Ernest Hemingway sintetizó en una frase ocurrente: Para enviar mensajes ya está correos, o lo que es lo mismo: Para comunicar está el teléfono.

  

De esa “deshumanización galopante” de la profesión, que tanto preocupa a figuras como Gabriel García Márquez y Ryszard Kapuscinski, se excluye el periodismo de Leonardo Padura Fuentes. Siendo el narrador exitoso y reconocido que es, el periodismo sigue siendo, sin embargo, otro batiente de su ser, un oficio, dice, que ama, necesita y respeta y que no abandona porque le permite atrapar en el fluir de una vida que pasa el latir de la vida que queda  a fin de darle su lugar en la memoria del país.

            No otra cosa ha hecho desde que en 1980 se inició en el medio y, sobre todo, a partir de 1983 cuando ingresó como reportero de a pie en el periódico habanero Juventud Rebelde. Fue allí que empezó a escudriñarle las esquinas a la historia, a meterse en sus rincones empolvados y a bucear en trayectorias de personajes perdidos. En ese diario, donde nadie nunca le impuso temas, sino que escribía  sobre lo que quería, Padura hizo periodismo como si hiciera literatura y encontró su estilo.

            De esa etapa, que se cerrará en 1995, cuando abandona la redacción de La Gaceta de Cuba, en cuyas páginas dejó muchas entrevistas memorables, son sus libros periodísticos El alma en el terreno, que contiene sus diálogos con jugadores de béisbol, la colección de reportajes El viaje más largo, y Los rostros de la salsa, un empeño diverso y coherente a la vez que lo llevó a entrevistar a afamados compositores, cantantes e intérpretes musicales.

            Puedo dar fe de lo importante que fueron en la prensa cubana de los 80 los reportajes de Padura; aquella visión suya del tórrido romance de la haitiana Úrsula Lambert y el alemán Cornelio Souchay, su acercamiento a la vida y la muerte del joven proxeneta Alberto Yarini, El Rey, o su incursión en el mundo del tamborero Chano Pozo…Fue precisamente tras la publicación de ese último trabajo que nos conocimos personalmente y recuerdo que en aquella primera conversación Padura me dijo algo que de tanto repetirlo terminé haciendo mío: El destino último de todo lo que uno escribe debe ser el libro. Aludía al periodismo, por supuesto.

            No me perderé ahora en una larga disquisición sobre las relaciones entre periodismo y literatura. Hay, es evidente, periodismo y periodismo, periodistas y periodistas. Para algunos es hora ya de que se le reconozca al periodismo su condición de género literario. Alejo Carpentier no establecía distingos entre un periodista, un narrador y un historiador, y Juan Marinello decía que un gran periodista es un gran escritor de dotes específicas. Por ser Padura un escritor entero y verdadero y un periodista siempre eficaz puede abordar la realidad en su contorno evidente y llegar en su vuelo al envés de situaciones y personajes.

            Cuánto debe su narrativa al periodismo es asunto que otros deberán dilucidar. Baste decir ahora que ese saber suyo de agarrar al lector desde el inicio y mantenerlo sujeto hasta el final, es una ganancia del periodismo en su narrativa. Fue en el reportaje donde el escritor aprendió a valerse de ese gancho y a tender los  necesarios puentes de entendimiento que hacen que quien lo lee no quede perdido en las páginas de sus novelas

  

El periodismo, afirmaba Vázquez Montalbán, crea adicción. Los que creían a Leonardo Padura Fuentes perdido para el periodismo tras su salida de La Gaceta de Cuba se   equivocaron de calle. Durante los diez años transcurridos desde entonces,  él, que se aplica sobre  sus libros de domingo a domingo y es el más disciplinado de los escritores cubanos, puede apartarse de la novela en la que trabaja para seguir haciéndolo. Lo ha hecho durante todo ese tiempo en la revista Cultura y Sociedad, de IPS, y este libro es prueba de ello.

            Los que le exigían una y otra vez una nueva colección de reportajes como la de El viaje más largo y otras entrevistas con peloteros y músicos, hallarán temas afines en estas crónicas escritas entre dos siglos y otros temas más porque sólo el cronista, y no el reportero, al decir de Graham Greene, puede permitirse el lujo de creer en Dios.

Si para sus reportajes de ayer se refugió en la historia, donde los conflictos son más evidentes y se puede trabajar con una visión conflictiva de hechos y personajes, en las crónicas que siguen Padura se mete de lleno en su realidad –artística y social- cotidiana.  Lo hace desde dentro, con una honestidad a toda prueba y rescata el lado más humano del periodismo. Con una visión aguda, pero amorosa y cálida que quiere razonar, convencer,  explicar  y. sobre todo, ayudar a pensar y que quedará como una memoria de este tiempo “arduo y cambiante” que vivimos y como expresión de lo mejor del periodismo de esta época.  

 

Santa Amalia, 17 de octubre, 2005

 (Prólogo a Entre dos siglos, de Leonardo Padura)