Padura o la memoria
Ciro Bianchi Ross
Mucho ha cambiado el periodismo en los últimos años.
El reportaje, el más humano de los géneros, que ofrece la noticia “vestida” y que hace que el lector se sitúe dentro del acontecimiento, ha ido desapareciendo de las páginas donde fue dueño y señor, se relega a las ediciones dominicales o se hace cada vez menos extenso, y pasan por entrevistas meras declaraciones a las que se les inventaron preguntas y que bien pudieran haber ido como una nota simple. Se comenta y se opina en la noticia, con olvido de que el hecho es el hecho y la interpretación viene después y se descubre de pronto que la cualidad más importante de una información no es su veracidad, sino la espectacularidad y el sensacionalismo que posibilitarán venderla mejor. En un intento baldío de competir con la televisión, que muestra el suceso, periódicos y revistas se llenan de fotos cuando deben explicarlo y analizarlo de la manera más profunda posible.
Hoy los directores de los grandes medios no son generalmente periodistas, sino empresarios o políticos. Las escuelas de periodismo, en las que todo el claustro, incluso los profesores de taquigrafía, lo conformaban periodistas en ejercicio, pasaron a ser facultades de comunicación o de comunicación social donde se aprende muy poco de las interioridades del oficio. Aquel redactor jefe, que enseñaba sobre la marcha a los más jóvenes, aun cuando tenga algo que decir anda ahora demasiado apurado siempre para hacerlo. Con la revolución de la electrónica y de las comunicaciones desaparecieron las viejas redacciones y sus salones devinieron “laboratorios asépticos para navegantes solitarios”, y las nuevas tecnologías hacen más fácil ponerse en contacto con alguien que se agazapa en el otro extremo del mundo que conversar con el compañero de mesa. Antes el periodista ligaba a la profesión su vida y ambiciones; era una misión esa que hoy es un empleo más que se puede abandonar en cualquier momento. Los periodistas son ahora comunicadores, aunque esos términos no sean sinónimos, como no lo son tampoco información y comunicación. Comunicar es divertir, interesar, conmover, influir. Informar es razonar, convencer, explicar. La comunicación se dirige a los consumidores, en tanto que la información se ocupa de los ciudadanos, escribió Laurent Joffrin para fundamentar lo que muchos años antes Ernest Hemingway sintetizó en una frase ocurrente: Para enviar mensajes ya está correos, o lo que es lo mismo: Para comunicar está el teléfono.
De esa “deshumanización galopante” de la profesión, que tanto preocupa a figuras como Gabriel García Márquez y Ryszard Kapuscinski, se excluye el periodismo de Leonardo Padura Fuentes. Siendo el narrador exitoso y reconocido que es, el periodismo sigue siendo, sin embargo, otro batiente de su ser, un oficio, dice, que ama, necesita y respeta y que no abandona porque le permite atrapar en el fluir de una vida que pasa el latir de la vida que queda a fin de darle su lugar en la memoria del país.
No otra cosa ha hecho desde que en 1980 se inició en el medio y, sobre todo, a partir de 1983 cuando ingresó como reportero de a pie en el periódico habanero Juventud Rebelde. Fue allí que empezó a escudriñarle las esquinas a la historia, a meterse en sus rincones empolvados y a bucear en trayectorias de personajes perdidos. En ese diario, donde nadie nunca le impuso temas, sino que escribía sobre lo que quería, Padura hizo periodismo como si hiciera literatura y encontró su estilo.
De esa etapa, que se cerrará en 1995, cuando abandona la redacción de La Gaceta de Cuba, en cuyas páginas dejó muchas entrevistas memorables, son sus libros periodísticos El alma en el terreno, que contiene sus diálogos con jugadores de béisbol, la colección de reportajes El viaje más largo, y Los rostros de la salsa, un empeño diverso y coherente a la vez que lo llevó a entrevistar a afamados compositores, cantantes e intérpretes musicales.
Puedo dar fe de lo importante que fueron en la prensa cubana de los 80 los reportajes de Padura; aquella visión suya del tórrido romance de la haitiana Úrsula Lambert y el alemán Cornelio Souchay, su acercamiento a la vida y la muerte del joven proxeneta Alberto Yarini, El Rey, o su incursión en el mundo del tamborero Chano Pozo…Fue precisamente tras la publicación de ese último trabajo que nos conocimos personalmente y recuerdo que en aquella primera conversación Padura me dijo algo que de tanto repetirlo terminé haciendo mío: El destino último de todo lo que uno escribe debe ser el libro. Aludía al periodismo, por supuesto.
No me perderé ahora en una larga disquisición sobre las relaciones entre periodismo y literatura. Hay, es evidente, periodismo y periodismo, periodistas y periodistas. Para algunos es hora ya de que se le reconozca al periodismo su condición de género literario. Alejo Carpentier no establecía distingos entre un periodista, un narrador y un historiador, y Juan Marinello decía que un gran periodista es un gran escritor de dotes específicas. Por ser Padura un escritor entero y verdadero y un periodista siempre eficaz puede abordar la realidad en su contorno evidente y llegar en su vuelo al envés de situaciones y personajes.
Cuánto debe su narrativa al periodismo es asunto que otros deberán dilucidar. Baste decir ahora que ese saber suyo de agarrar al lector desde el inicio y mantenerlo sujeto hasta el final, es una ganancia del periodismo en su narrativa. Fue en el reportaje donde el escritor aprendió a valerse de ese gancho y a tender los necesarios puentes de entendimiento que hacen que quien lo lee no quede perdido en las páginas de sus novelas
El periodismo, afirmaba Vázquez Montalbán, crea adicción. Los que creían a Leonardo Padura Fuentes perdido para el periodismo tras su salida de La Gaceta de Cuba se equivocaron de calle. Durante los diez años transcurridos desde entonces, él, que se aplica sobre sus libros de domingo a domingo y es el más disciplinado de los escritores cubanos, puede apartarse de la novela en la que trabaja para seguir haciéndolo. Lo ha hecho durante todo ese tiempo en la revista Cultura y Sociedad, de IPS, y este libro es prueba de ello.
Los que le exigían una y otra vez una nueva colección de reportajes como la de El viaje más largo y otras entrevistas con peloteros y músicos, hallarán temas afines en estas crónicas escritas entre dos siglos y otros temas más porque sólo el cronista, y no el reportero, al decir de Graham Greene, puede permitirse el lujo de creer en Dios.
Si para sus reportajes de ayer se refugió en la historia, donde los conflictos son más evidentes y se puede trabajar con una visión conflictiva de hechos y personajes, en las crónicas que siguen Padura se mete de lleno en su realidad –artística y social- cotidiana. Lo hace desde dentro, con una honestidad a toda prueba y rescata el lado más humano del periodismo. Con una visión aguda, pero amorosa y cálida que quiere razonar, convencer, explicar y. sobre todo, ayudar a pensar y que quedará como una memoria de este tiempo “arduo y cambiante” que vivimos y como expresión de lo mejor del periodismo de esta época.
Santa Amalia, 17 de octubre, 2005
(Prólogo a Entre dos siglos, de Leonardo Padura)
16 comentarios
Ricardo -
Un hombre acude a la consulta del médico para un examen rutinario. El doctor después de reconocerlo y consultar las pruebas le dice que se siente.
Doctor.- Tengo que darle una mala noticia, tiene una enfermedad mortal y solo le queda un año de vida.
Paciente.- ¿Y qué puedo hacer doctor?
Doctor.- Le voy a dar unos consejos. ¿Fuma usted?
Paciente.- Si
Doctor.- Terminantemente prohibido fumar a partir de ahora ¿Bebe usted?
Paciente.- Si. Me gusta una cervecita cuando aprieta el calor o comiendo, me gusta tomar un vaso de vino, un whisky al atardecer leyendo. Como verá en realidad no soy un gran bebedor.
Doctor:- Pues a partir de ahora ni eso. Terminante prohibido una sola gota de alcohol. ¿Le gusta el café?
Paciente.- Si
Doctor.- A partir de ahora ni una gota de café. Una pregunta más. ¿Le gusta a usted el sexo?
Paciente.- Mucho doctor. Me encanta.
Doctor.- Pues lo mismo le digo. A partir de hoy mismo ni se le ocurra hacer el amor.
Paciente.- Oiga doctor y siguiendo sus consejos voy a vivir mas años?
Doctor.- Para serle sincero, no. Va a vivir solo el año que le dije, pero le aseguro que le van a parecer diez.
A Leonardo con afecto.
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
Ricardo -
Dos holandeses los señores Strauss y Perlowitz inventaron una ruleta y sobornaron al gobierno para que autorizara su uso comercial. La maquina se llamaba straperlo derivada del nombre de sus inventores. Se conocieron los sobornos al gobierno y se formó un gran escándalo político que lo obligó a dimitir.
Mas tarde en la posguerra había carencia de todo tipo de alimentos y la gente empezó a llamar estraperlo al comercio ilegal o mercado negro de alimentos. Comprar un pan ilegal fuera del racionamiento era un pan de estraperlo. Ya la gente no sabía llamar al contrabando de alimentos de otra forma que no fuera estraperlo.
La Real Academia de la Lengua Española la incluyó dentro de su diccionario. Dice así:
Estraperlo (De straperlo, nombre dado a cierto juego fraudulento o de azar, que se intentó implantar en España en 1935)
-Comercio ilegal de artículos intervenidos por el Estado o sujetos a tasa.
-Conjunto de artículos que son objeto de dicho comercio
-Chanchullo, intriga
-Comprado o vendido en el comercio ilegal así llamado
-Dicho de comerciar ilegalmente, de manera clandestina
Padura en su novela La Neblina del Ayer explica como dentro del estraperlo, hay personas sin escrúpulos pero también otras de una gran honestidad y amor por su país y solo actúan ilegalmente llevados por la necesidad.
En las bolsas negras, en el estraperlo, hay buenos y malos no los metamos a todos en la misma bolsa .. negra.
Ricardo -
El español que compró el libro a José Rodríguez era un empresario, un especulador, un usurero. Igual abuso hubiera cometido con un español que con un cubano, los buitres no tienen fronteras.
El pueblo español sufrió la usura de esta gentuza en la posguerra civil. Se inventó un nombre para este comercio: el estraperlo.
Los estraperlistas comerciaban con el hambre del pueblo español. Muchos de ellos amasaron fortunas. Por culpa del bloqueo internacional y de la política económica de autarquía España se moría de hambre, no murió mas gente gracias a la ayuda de Argentina y México.
En aquellos años de hambre el pueblo se mostró solidario auxiliándose cuanto podían. El pueblo español es hospitalario. La gente humilde le hubiera ayudado sin aprovecharse de su situación. Los que se aprovechan son precisamente los que mas tienen: los ricos.
Ricardo -
Me deja mal sabor de boca que el abusador fuera un español. Me causa vergüenza ajena.
Es triste pero es la verdad que en la tierra de Don Quijote ya quedan pocos caballeros.
Ricardo -
¡Viva Mario Conde!