María Félix, fría y distante en La Habana
Ciro Bianchi Ross
Buscando en crónicas de hace más de cincuenta años, en periódicos apolillados y fotos descoloridas, el cronista reconstruye un momento de María Bonita en La Habana: un hecho insólito y lamentable cuando una cálida mano masculina provocó el estremecimiento de su cuerpo maravilloso de mujer fatal.
Lo cuenta el poeta Nicolás Guillén en una de sus crónicas: “¡Qué Sarah Bernhardt en sus buenos tiempos, ni qué Raquel Meyer en los suyos! ¡Qué Pastora Imperio, ni Matilde Moreno, ni la Mayendía, ni la Barrientos, ni toda la corte terrestre o celestial de tiples, bailarinas, pugilistas, toreros, tenores, actrices de rango o canzonetistas de cartel prefabricado! La Habana olvidó por unos momentos sus urgentes ocupaciones y galopó hacia el aeropuerto de Rancho Boyeros. Desde las 12 del día hasta la llegada de María Bonita, la sudorosa comitiva fue engrosando sin cesar; llenó los amplios salones de recibo, se desbordó luego por la pista de aterrizaje hasta donde las fuerzas de la policía pudieron permitirlo; invadió las azoteas aledañas y aún se alineó en la carretera, bajo un sol que dejaba caer barretas encendidas…”
Escribe un cronista social de aquellos días: “Llegó deslumbrante. La sonrisa, al aparecer en la escala del avión, iluminó todas las bocas. Fue una exclamación unánime y espontánea: ¡Qué bella es! Cuando nos hicieron la gracia de pasarnos, la pista estaba invadida. Invadida de público. En su mayoría dignísimo, discreto, curioso de ver de cerca la espléndida belleza mexicana que nos visitaba. Pero, ¡ay!, había de todo en aquella vorágine humana. Había de todo. ¡De lo peor también! ¡Hasta carteristas!”. Vuelve Nicolás Guillén: “Y no solo carteristas –añadiremos por nuestra cuenta y por cuenta de María Félix-. Ello fue cuando esta apenas había dado unos pasos, detúvose pálida y confusa. Luego enrojeció hasta la raíz del cabello. ¡Pero es imposible!, murmuró al cabo. ¿Qué había ocurrido? Algo insólito y lamentable. Aprovechando la jadeante confusión, una cálida mano masculina se deslizó de modo inconveniente por el cuerpo de la artista, que apenas pudo reprimir un grito de asombro, pero que por supuesto no reprimió su desagrado”.
Comenta Ramón Vasconcelos –la llamada pluma de oro del periodismo cubano- en su periódico Alerta: “Se cuentan cosas que nos ridiculizan y deprimen. Con el pretexto de conservar souvenirs suyos, hubo quienes le tiraron del cabello, quienes intentaron arrancarle pedazos del traje, llevarse un adorno a viva fuerza; y lo que es más bochornoso, hacerla objeto de exploraciones groseras…”
¿Qué ocurrió? Digámoslo de una vez. Un hecho infame y oprobioso. A María Félix le habían palpado el glúteo en plena pista de aviación. Era el mes de octubre de 1950, y María Bonita, La Doña, estaba por primera vez en La Habana.
MÍRENME
Ya en el edificio de la terminal aérea conversó con la prensa. Venía en viaje privado y con la intención de descansar. Había reservado una suite en el Hotel Nacional y, aunque le llovieran invitaciones, ella solo quería dormir en paz. El presidente Carlos Prío, al día siguiente de su llegada, la recibió en el palacio de gobierno. Y pronto se supo que veinte y cuatro horas después ofrecería un coctel en su honor. Alfredo Hornedo, “el muy ilustre senador Hornedo”, como se le llamaba siempre en El País, un periódico de su propiedad, la invitó a una cena de gala en su club Casino Deportivo. La Doña no acudió a la cita con Hornedo y, con la justificación de un malestar repentino, le dejó servido el champán a Prío, cuya esposa, Mary Tarrero, imitaba sin recato, se decía, a la actriz mexicana, lo que no necesitaba hacer en absoluto porque fue una de las mujeres más bellas de Cuba.
Acudió, sí, al cabaret Tropicana. Escribe, a propósito, Nicolás Guillén en su crónica: “Cuando apareció, deslumbrante de belleza, pasada ya la media noche, y tomó asiento frente a una mesa espléndidamente preparada para ella, el gran mundo allí reunido la saludó con una tempestad de aplausos y exclamaciones. Muchas voces le suplicaban que saliera a la pista a decir algunas palabras, no ya de gratitud, sino de mera cortesía, pero se negó en redondo. La audiencia se rompía las manos aplaudiendo y enronquecía gritando… Nada. Intervino entonces el empresario de María Bonita […] y solo consiguió que la artista se pusiera de pie y saludara fugazmente con una sonrisa lejana, como desprendida de Sirio, a la concurrencia alborotada.
En el teatro América no la haría mejor. Subió al escenario y dijo solamente: “Mírenme”. Pero el público allí congregado pudo mirar y admirar a su antojo a María Félix en su triunfante imagen de hembra en celo, con aquellos ojos negros y grandes, la boca pulposa, las caderas firmes y altas, los senos discretos, los muslos poderosos.
Pese a tanto calor y color, La Doña, al igual que lo hacía en México, se mostró en La Habana fría y distante, transcurrió en un limbo estratosférico e inalcanzable, sin importarte que la opinión pública se mantuviera en vilo con su presencia y pendiente de su altivez y sus silencios.
Recuerda Guillén: “¿El béisbol con su eterna rivalidad entre rojos y azules, el Habana y el Almendares? ¿El billar, con la victoria de Hoppe, el campeón mundial de los tacos, sobre Mundito Campanioni, nuestro campeón nacional? ¿La política, con el desenfrenado duelo entre Chibás, líder oposicionista, y el doctor Varona, jefe del Gobierno, tan lleno de insultos patibularios, dicho sea con perdón de los señores reos de muerte? ¿Las finanzas, con el empréstito de 200 millones de dólares que el presidente Prío quiere que el pueblo le cuente como strike, cuando es una bola baja y afuera? ¿El orden público, en fin, con un plante de dimensiones gigantescas en la cárcel de La Habana, donde los presos insubordinados pasearon como dramática bandera el cadáver todavía tibio de un recluso muerto a palos por los escoltas? Pues no, señores… Todo es apenas una dulzona melcocha informativa frente al plato de subido condimento que con su presencia nos sirvió la felina hembra mexicana…”
USTEDES DIRÁN
Con los periodistas fue más amable, si bien se hizo esperar durante una larga hora con doce minutos para comparecer en la conferencia de prensa que se había convocado. El escritor Orlando Quiroga, que entonces quería ser periodista –y lo fue, y muy bueno, en el mundo de la farándula- recuerda en sus memorias aquella tarde y dice que María entró al salón sin mirar a los reporteros que la aguardaban y sin dar excusas por su tardanza. Levantó aún más la ceja cuando abrió su pitillera de oro, sacó un cigarrillo largísimo, dejó que alguien se lo encendiera con un mechero también de oro, cruzó las piernas con elegancia, y, tras una bocanada como las de Pedro Armendáriz, ordenó: “Ustedes dirán…”
La acosaron a preguntas, algunas de las cuales la actriz respondió con un seco “eso no interesa”. Habló de sus proyectos cinematográficos; de su hijo; de su relación con Agustín Lara quien, enamoradísimo, le había dedicado aquello de “acuérdate de Acapulco, María Bonita, María del alma…” Expresó su concepto sobre la belleza y confesó su preferencia sobre el alacrán, “un animalito que me entusiasma y que los indios amaestran en México”. Dijo también que le gustaba el azul. Rectificó a una periodista que alabó su bello vestido mexicano. “Pues no, es un bello vestido cubano”.
Quiroga la había esperado a la entrada de la sala de conferencias para pedirle una fotografía. No lo miró desde su altura. Con la ceja levantada y el talle cimbreante –se decía, recuerda Quiroga, que se había hecho operar las dos costillas inferiores para hacerlo más fino- le dijo con voz hombruna: “Pídasela a mi secretaria”. Muchos años después, Quiroga le escribió a México: “Soy aquel jovenzuelo que un día le pidió una foto en el Hotel Nacional. Ahora tengo muchos años más, como usted, y le agradezco aquel gesto de ceja alzada, porque si me hubiera sonreído, me habría desilusionado”.
Precisa Nicolás Guillén: “María Félix ha sido toda una enseñanza para el desbordante temperamento de los criollos antillanos; un modelo de contención casi polar. Cuando pase otra vez por La Habana seguramente encontrará los ánimos más templados, los aplausos menos propicios, las invitaciones más restringidas y hasta -¿por qué no?- las manos que se atrevieron a provocar un estremecimiento en su maravilloso cuerpo de mujer fatal, menos agresivas y exploradoras”.
Volvió dos veces más y así fue, en efecto.
12 comentarios
ARMANDO ARIAS -
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Maria, assim as melhores mãos foram as de Agustín: " mis pobres manos alas quebradas" ...