El médico chino
Ciro Bianchi Ross
“A ese no lo salva ni el médico chino...” “Eso no lo arregla ni el médico chino...”
Son frases que se transmiten de generación en generación y quedaron en el imaginario popular para ejemplificar, la primera, la gravedad extrema e irreversible de un enfermo, más cerca ya de la muerte que de la vida, y, la otra, lo insoluble de un problema.Los que escuchamos o repetimos cualquiera de esas dos frases damos por descontado que ese médico chino que pasó al folclore cubano fue, como es cierto, un ente real. Lo que quizá sorprenda a muchos lectores sea saber que en la Cuba del siglo XIX hubo por lo menos dos médicos chinos famosos. Uno en La Habana —ejercería también en la ciudad de Matanzas y en Cárdenas—, y el otro, en Camagüey, y que cualquiera de ellos pudo dar pie a la popular y socorrida expresión.Para un historiador como Emilio Roig de Leuchsenring, ese galeno ilustre fue Cham Bom-biá. Para un poeta como Roberto Méndez, estudioso de la fábula que alienta en el pasado camagüeyano y fabulador él mismo, el personaje en cuestión fue Juan de Dios Siam Zaldívar.En una estampa que dio a conocer en la revista Carteles, el 26 de marzo de 1939, y que se reproduce en el libro Artículos de costumbres (2004) que nos permitimos recomendar, Roig de Leuchsenring afirma: “Hablaré... del famosísimo Cham Bom-biá, el médico chino, cuyas curaciones fueron tan extraordinarias que de él ha quedado en nuestro folclore la frase ponderativa de la suprema gravedad de un enfermo: ‘No le salva ni el médico chino’”.Méndez asevera en su Leyendas y tradiciones del Camagüey. (2003) que de Siam “ha quedado en el habla popular, a través de la expresión coloquial, extendida por todo el país, (la frase): Eso no lo arregla ni el médico chino”.
CHINOS EN CUBA
El 3 de junio de 1847 arribaban por el puerto de La Habana 206 culíes chinos de los 300 que 142 días antes embarcaron por el puerto de Amoy en la fragata Oquendo con destino a la Isla. Albergaban la ilusión de que la suerte les sonreiría en Cuba y que retornarían a su tierra cargados de riquezas. No venían ciertamente como esclavos, pero era casi lo mismo. Un contrato oneroso los obligaba a servir aquí durante ocho años con un salario de cuatro pesos mensuales. La trata negrera confrontaba cada vez más dificultades, la industria azucarera requería de mano de obra y esos chinos “contratados” sufrirían en los campos condiciones similares a las de los esclavos.Diez días después del Oquendo entraba en La Habana otro barco con 365 chinos a bordo, y ya en 1853 sumaban 5 000 los culíes “contratados” y eran 132 435 veinte años después, asegura Leonardo Padura en su reportaje “El viaje más largo”. En 1877 un tratado suscrito entre China y España suspendió la contratación de culíes, pero no la inmigración.En 1855, al cumplirse sus ocho años en Cuba, muchos lograron librarse del contrato, pero muy pocos pudieron regresar a China, y es por esa misma fecha cuando comienzan a llegar a la Isla, procedentes de California, en Estados Unidos, algunos chinos con capital suficiente para establecerse como pequeños o medianos comerciantes. En 1858, dice Padura, en Zanja esquina a Rayo abre sus puertas una pequeña casa de comida china y a partir de ahí chinos que vendían de puerta en puerta los artículos más variados, buscan asiento en las calles Zanja, Dragones, San Nicolás y Rayo para dar vida al después muy populoso Barrio Chino de La Habana.
EL HERBOLARIO
Es precisamente en 1858, dice Emilio Roig, cuando apareció en La Habana Cham Bom-biá. Clientela no le faltaría entre sus compatriotas. Españoles y criollos quizá lo vieran en los primeros momentos como un curandero, pero bien pronto, gracias a su agudo ojo clínico y a su sapiencia, se reveló como “un notable hombre de ciencias de amplia cultura oriental, que mezclaba sus profundos conocimientos de las floras cubana y china, como sabio herbolario que era, con los adelantos de la medicina occidental”.Otro historiador, Herminio Portell-Vilá, que acopió testimonios sobre Cham, lo describe así: “Hombre de elevada estatura, ojillos vivos y penetrantes, algo oblicuos; con luengos bigotes a la usanza tártara, larga perilla rala pendiente del mentón y solemnes y amplios ademanes subrayando su lenguaje figurado y ampuloso; vestía como los occidentales, y en aquella época en que no se concebía en Cuba al médico sin chistera y chaqué, él también llevaba con cómica seriedad su holgada levita de dril”.Por motivos que no se precisan, Cham salió de La Habana e instaló su consultorio en Matanzas —calle Mercaderes esquina a San Diego—. En 1872 se trasladó a Cárdenas y se estableció en una casa cercana al cuartel de bomberos. Volvió a sobresalir por su absoluto desprendimiento. Cobraba sus servicios a los que podían pagarle y atendía de manera gratuita a los más pobres. Un día lo encontraron muerto en la casa donde siempre vivió solo. Nunca se conoció la causa del deceso. Algunos apuntaron a la posibilidad del suicidio; otros insinuaron que murió envenenado por algún colega envidioso de su fama.
VERACRUZ
Siam, el otro médico chino, oriundo de Pekín, apareció en la ciudad de Camagüey en 1848 y despertó de inmediato la curiosidad de los vecinos.“Hombre ceremonioso y cortés, pronto ganó prestigio con las curaciones que realizaba, a pesar del temor y la ignorancia de muchos principeños que al principio lo consideraban como un hechicero y de los comprensibles celos de varios galenos locales, a los que iba sustrayéndole clientela”, escribe Roberto Méndez en Leyendas y tradiciones del Camagüey.Años antes de la llegada de Siam se había descubierto en aguas de Nuevitas una caja de madera con una sola inscripción: Veracruz. Dentro había una imagen de Cristo crucificado. Los pescadores que hicieron el hallazgo lo dieron por milagroso. Nunca se dio una explicación coherente sobre esa imagen, que podía estar destinada a algunos de los templos de la Villa Rica de Veracruz, en México, o que podía contar con algunas astillas de la “vera cruz”, el madero donde se dio tormento a Jesús. Se pensó que la caja había caído de algún barco o que fue arrojada al agua durante alguna tormenta para que, según la tradición, aplacara la furia de los elementos.La imagen, que ganó fama de milagrosa y que con el tiempo se perdió para siempre, no fue llevada a templo alguno, sino puesta en venta. La adquirió un acaudalado matrimonio, de rancia estirpe principeña: Ignacio María de Varona y Trinidad de la Torre Cisneros. Durante la Semana Santa sus propietarios la llevaban a la Parroquial Mayor de la ciudad y de ahí salía en procesión el Viernes Santo.
SORPRESA
Puntualiza Méndez que el Viernes Santo de 1850 mientras la procesión de la Veracruz recorría las calles más céntricas, “apareció súbitamente Siam, ataviado con ricas vestiduras orientales, y, solemnemente, se arrodilló en medio de la vía, delante de la imagen... el misterioso brujo se había convertido al cristianismo”. Al día siguiente visitó a los esposos Varona de la Torre y les expresó su deseo de recibir el bautismo. “¿Era sincero el personaje o había encontrado esta vía para alejar de sí los malignos rumores e incorporarse mejor a la sociedad en la que iba a residir y ejercer su profesión? No es posible discernirlo”, concluye Méndez.En los archivos de la Parroquial Mayor consta que el médico recibió allí el bautismo, el 25 de abril de 1850 y adoptó el nombre de Juan de Dios Siam Zaldívar.Llegó a amasar una fortuna cuantiosa. Solía desplazarse en un carruaje lujoso y vestía, al modo occidental, de traje negro. En 1879 en el Padrón de vecinos se dice que tiene 68 años de edad y está casado. Falleció el 23 de marzo de 1885. El diario El Camagüeyano, en su sección Flores y Espinas, dio cuenta del suceso: “El lunes por la tarde se dio sepultura al cadáver de don Juan de Dios Siam, hijo del celeste imperio, que había ejercido entre nosotros con buen éxito la ciencia de Galeno”.Cham Bom-biá y Juan de Dios Siam... ¿cuál de los dos dio pie a la frase: “A ese no lo salva ni el médico chino”?
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mari carmen -