Un traductor llamado Novás Calvo
Ciro Bianchi Ross
Caricatura Laz
Se cumplieron cincuenta y cinco años de la primera publicación en español de El viejo y el mar, la célebre novela de Ernest Hemingway. El acontecimiento lo propició la revista Bohemia, de La Habana, que insertó de manera íntegra el relato en su edición correspondiente a 15 de marzo de 1953. Suceso que se inscribe en la celebración del centenario de Bohemia y en la de los ochenta años de la primera visita a Cuba del gran narrador norteamericano.
La revista Life había dado a conocer en inglés la novela en cuestión antes de que se publicara como libro. Pagó a su autor a razón de un dólar con diez centavos por palabra, lo que permitió al escritor honorarios por casi treinta mil dólares. Bohemia le ofreció cinco mil pesos y Hemingway aceptó a condición de que con ese dinero se compraran televisores para los enfermos del leprosorio de El Rincón, al sur de la capital cubana. Puso otra condición más. El traductor debía ser Lino Novás Calvo.
Hoy aquella edición de Bohemia que incluyó El viejo y el mar es un objeto de culto para coleccionistas y los que se interesan por la presencia de Hemingway en Cuba. Bohemia tenía entonces una tirada que superaba los 259 000 ejemplares y encuestadores independientes estimaban que cada ejemplar era leído por ocho personas. Circulaba no solo en Cuba, sino en todo el continente, con excepciones como República Dominicana, donde el sátrapa Rafael L. Trujillo no la dejaba entrar.
La edición en cuestión lleva en la portada un magnífico retrato del escritor realizado por Orlando Yánez, portadista habitual de la revista. En su interior, numerosas fotografías y dibujos calzan la novela y parecen anticipar la película que a partir de ella se filmara. No se da crédito al fotógrafo ni al ilustrador, pero sí se consigna que la traducción es de Lino Novás Calvo, lo que no sucede en todas las ediciones en español de El viejo y el mar. En muchas de ellas se omite su nombre, aunque hacen constar que se trata de una traducción autorizada por el narrador. Así sucede en la primera edición cubana de la novela en forma de libro, hoy otra rareza bibliográfica que los coleccionistas pagan a precio de oro en los mercados de libros viejos de La Habana.
Fue gracias a la labor de Lino Novás Calvo que William Faulkner comenzó a ser conocido en español, cuando dio a conocer su versión de Sanctuary (Santuario) publicada a instancias del traductor por Espasa Calpe, de Madrid, en 1933. Tradujo asimismo, entre otros veinte títulos, Kangaroo (Canguro) de D. H. Lawrence, y Point Counter Point (Contrapunto) de Aldous Huxley, publicados ambos con el sello de Ediciones Sur, que dirigía Victoria Ocampo, en Buenos Aires.
En unas confesiones que en 1948 hizo Novás al profesor Salvador Bueno, habla sobre su relación epistolar con Sherwood Anderson y Eugene O’Neill y de la influencia que algunos escritores norteamericanos ejercieron en él. Recuerda en ese sentido a Caldwell y Steinbeck y, sobre todo, a Faulkner. Pero al mencionar a Hemingway, cuya influencia también reconoce en su obra, hace una precisión: “Es amigo personal mío”.
¿Cómo se conocieron? ¿En Madrid, en los días de la Guerra Civil, o en La Habana? ¿Cuáles fueron los detalles de esa relación? ¿Lo escogió Hemingway como traductor solo porque era su amigo o porque lo reconocía como la persona más idónea para hacerlo?
Queda mucho por precisar todavía en cuanto a esa amistad, pero algo anticipa Herminia del Portal, la viuda de Lino, en una entrevista que entre 1992 y 1993 concedió en Nueva York a Nedda G. de Anhalt para su libro Dile que pienso en ella. Los presentó en 1946 el crítico y escritor norteamericano Hoffman R. Hays a su paso por La Habana, a donde llegó procedente de Perú con destino a EE UU. Dice Del Portal que Hays había traducido varios cuentos de Novás al inglés y quiso que conociera a Hemingway.
En esa fecha, Novás Calvo no era solo un traductor reconocido, y un periodista de prestigio, sino un narrador que con su novela Pedro Blanco, el negrero (Espasa Calpe, Madrid, 1933) había aportado, dice el ensayista Ambrosio Fornet, un nuevo punto de partida a la novelística cubana.
QUEMANDO GASOLINA
Lino Novás Calvo nació en un poblado de La Coruña, Galicia, en 1905, y tenía siete años de edad cuando un tío materno lo trajo a Cuba. Aquí desempeñó los oficios más humildes. No pudo asistir a la escuela, pero ya en 1928 lograba publicar algunos poemas en la importante Revista de Avance. Obtuvo, en 1930, mención en un concurso de cuentos, y al año siguiente la revista Orbe, que publicaba el Diario de la Marina, le encargó su corresponsalía en Madrid. Poco tiempo después desaparecía esa publicación y Novás Calvo, varado en España, lograba, gracias a la recomendación indirecta de Miguel de Unamuno, una plaza de bibliotecario en el Ateneo de Madrid. En la capital española, además de la ya aludida Pedro Blanco, el negrero da a conocer, en 1936, Un experimento en el barrio chino.
El inicio de la Guerra Civil lo sorprendió en Madrid. Se incorporó al Quinto Regimiento y llegó a alcanzar el grado de Oficial de Enlace en la brigada de Valentín González (Campesino). Escribe crónicas y reportajes, entre ellos uno sobre la muerte en combate y el entierro del periodista cubano Pablo de la Torriente Brau, y, por sus conocimientos de los temas militares, se le llega a considerar un analista muy seguro y confiable.
Regresó a Cuba, luego de pasar por Francia, en 1939. Trabajó aquí en el periódico Hoy, órgano del Partido Socialista Popular, al que estuvo afiliado durante un tiempo. Cuando se separó o lo separaron de esa organización política, empezó a trabajar para Bohemia. Por las confesiones que escribió para el profesor Salvador Bueno sabemos por el propio Lino que una de sus tareas en Bohemia era la de traducir de manera íntegra la revista Times a fin de que el director pudiera seleccionar lo que daría a conocer en su publicación. Hacía además otras traducciones que firmaba o no, y escribía las secciones Así va la ciencia y En pocas palabras, que aparecían sin crédito.
En 1942 su cuento “Un dedo encima”, obtiene el Premio Nacional Alfonso Hernández Catá, la distinción literaria cubana más prestigiosa y codiciada hasta 1959. En 1943 su libro La luna nona mereció el Premio Nacional de Cuento, que otorgaba el Ministerio de Educación. Obtuvo además los importantes premios periodísticos Enrique José Varona y Eduardo Varela Zequeira. Este último con el reportaje “Guerra de nervios en Santa Lucía”, publicado en Bohemia sobre las luchas campesinas y el asesinato de Sabino Pupo.
Fue profesor de francés en la Escuela Normal para Maestros de La Habana. En 1954 asumió la dirección de información en Bohemia. En 1960 participó como jurado en el primer concurso Casa de las Américas. En ese mismo año, Miguel Ángel Quevedo pide asilo en la embajada del Perú, en La Habana. Al enterarse de la noticia, Lino Novás Calvo, desconcertado, se comunica por teléfono con Enrique de la Osa, que sustituiría a Quevedo en la dirección de la revista.
-El Director se ha asilado –dijo Lino a Enrique-. ¿Qué haremos ahora?
-Yo me quedo –respondió Enrique-. Haga usted lo que le parezca mejor.
Nadie lo perseguía, pero Lino Novás Calvo pidió protección a la embajada colombiana y salió del país. Trabajó hasta que la salud se lo permitió como profesor de la Universidad de Syracuse. Murió en 1983 en Nueva York.
Otros títulos suyos son: No sé quién soy (1945) Cayo Canas (1946) Cubano de tres mundos (1956) y El otro cayo (1959). En 1990 se publicó en La Habana su Obra narrativa, un volumen de casi 500 páginas, y en 1995 apareció en Santiago de Cuba Ocho narraciones policiales. Una pequeña parte de su quehacer para la prensa está en el libro Lino Novás Calvo: periodista encontrado (2004). Contiene, entre otros materiales, la crónica titulada “Quemando gasolina: confesiones de un botero”, que a ratos parece escrita para nuestros taxistas y carreros actuales.
A BELLERGAL Y PESADILLA
En su entrevista con Anhalt, Herminia del Portal recordaba al que fue su esposo. Dice: “Lino no era un ser normal. Tenía obsesiones. Terrores. Se sentía acorralado. Perseguido”. Dice además: “Vivía en el terror. Embrujado. Poseído”. Lo cierto es que después de su regreso a Cuba, tras el fin de la Guerra Civil española, vivirá en una angustia existencial y creativa inenarrable. Quizás no podía ser de otra forma en un hombre que, en los días de esa contienda, pasó toda una noche en un calabozo, en espera de que lo fusilaran, y se vio libre a la mañana cuando se comprobó que había víctima de una calumnia.
El 9 de abril de 1945 escribía a su amigo José Antonio Portuondo: “[…] Hay que vivir con los defectos ajenos. La razón está en que yo vivo, ahora más que nunca, en un perenne mal humor, con angustias, miedos, afanes, temores, depresiones y baches de todo tipo. Estoy a Bellergal y pesadilla…”
Nada lo entusiasma. Dice que en Herminia del Portal encontró la mujer ideal, pero, señala, tiene sus mismos defectos. La pequeña hija de ambos le causa tanta alegría como preocupación. Apenas tiene ganas de escribir. Siente que le falta idioma porque el lenguaje “está manido, viciado, emporcado por el uso; todas las imágenes están asendereadas y todos los giros gastados”, y siente además que le sobran técnicas porque las nuevas formas de expresión obligan al narrador a buscar toda suerte de recursos que al final forman en su cabeza un dédalo de posibilidades sin una posibilidad real. Los libros que tiene en proceso editorial, más que alegrarlo, lo inquietan. Sabe que se les hará el vacío crítico más completo y le buscarán animosidades. “Entre escribir y romper, dice, en eso se entretiene uno”. Escribe también: “En vez de hacer novelas, habría que hacer nación. Lo malo es que nadie se pone de acuerdo sobre cómo se hace eso”.
En realidad, a Lino Novás Calvo le duele Cuba; le duele la sociedad en que vive. Sabe, con Lezama Lima, y lo dice explícitamente, que si la cultura cubana no tiene “propósito y misión” es porque tampoco los tiene el país. “Vuelve uno la vista en derredor y analiza. ¿Y qué encuentra? Encuentra maldad, envidia, deslealtad, veneno, egoísmo, pretexto, calumnia, mentira, insidia, simulación. Entonces se huye en estampía, y cada uno trata de salvarse como puede”, dice en otra carta de 1947. Y en otra, del año siguiente: “Nos estamos encuevando. O quizás sea que nos están encuevando. Tú sabes, estorbamos. Todo el que quiera hacer algo y decir algo con sinceridad, estorba. El campo está en poder de los simuladores: los Mañach, los Ichaso, los Marquina, los Lázaros, las Saras…” En una carta de 1946 concluye: “Nos falta un ideal, un designio, un destino, un propósito que nos saque de estos remolinos, rencillas, resquemores, personalismos, narcisismos y crónicas sociales”.
Conoce Lino el por qué de sus carencias. Escribe: “Me falta una misión, la misión de estar identificado con algún sector humano en marcha, con fe, con generosidad, con idealidad, con amor, con sacrificio, con pasión, y con un propósito y contra algún estorbo. Esto viene a ser militancia en arte”. Pero él ya no milita. Cree que el partido al que perteneció tendría una salvación: “repudiar a la URSS y quedarse como partido de clase puramente cubano, y americano, que mira sobre todo por los intereses directos o inmediatos de esa clase […] Pero las señales son otras. Ah, y desde luego, tendría que soltar unos cuantos gomígrafos y discos y clichés y aceptar la verdad donde quiera que la encontrara. Y jugar más limpio y menos fríamente con los hombres, y los sentimientos, y los valores morales. Menos estrategia y menos táctica y menos funcionalismo y más alma y humanidad. Pero también eso es difícil”.
MÁS DESVALIDO QUE NUNCA
La vida de Lino Novás Calvo parece una novela. Una vida llena de contradicciones, dudas, vacilaciones, inconsecuencias, miedos.
Se le tuvo por hijo ilegítimo hasta que, a los siete años, su madre se enteró de que el padre lo había reconocido en secreto. En Madrid mariposeaba con los marxistas, pero era un escritor conservador y católico, José María Chacón y Calvo, quien le pagaba el Ateneo para que tuviera calefacción y pudiese trabajar en su biblioteca. En España peleó al lado de la República pese a que, desde el comienzo de la contienda, estuvo convencido de que los republicanos perderían la guerra contra Franco. Sin ser comunista, se vio un día afiliado a ese partido por la mera razón de pertenecer al Quinto Regimiento…
Muy caro le costó, ya en La Habana, expresar en público su desacuerdo con el pacto Hitler-Stalin. Fue uno de nuestros grandes periodistas, pero hacía su trabajo con desgano. Se desempeñaba como profesor auxiliar de francés en la Escuela Normal para Maestros y los alumnos, que le apodaban Hirohito por su parecido con el Emperador de Japón, le ponían rabo.
El hombre que para vivir, durante los primeros años de su estancia en Cuba, fue mandadero y dependiente de fondas, carbonero y cortador de paños, taxista, contrabandista de alcoholes y boxeador hasta que lo noquearon, y que convivió en España con la muerte, no pudo nunca imponerse al alumnado. Lezama Lima le aconsejó que lo enfrentara, que mentara madres si era preciso. Lino siguió el consejo y le mentó la madre a un estudiante. Mejor hubiera sido que no lo hiciera. Se echó a llorar y se vio consolado y compadecido por aquellos mismos jóvenes que minutos después siguieron haciéndolo blanco de sus burlas.
Aun, sin embargo, no había vivido lo peor. Sobrevino un cambio de ministro y el nuevo titular de Educación se empeñó en racionalizar plazas en la Escuela Normal. Y Novás Calvo, que dominaba el inglés y el francés y había traducido algunas obras de Balzac, se vio de patitas en la calle, cesanteado.
Los evaluadores no se contentaron con quitarle la plaza, sino que lo humillaron al calificarle con dos puntos sobre cien aquella ingente labor de traducción. Lino tenía todas las de perder porque carecía de título universitario. Pecado mortal en un país con tantos títulos sin profesionales. Aún así apeló al Ministro. Le concedieron la cita. Y ya en el antedespacho del funcionario un ujier le advirtió que no se entraba en aquella oficina con el sombrero puesto y, sin darle tiempo a reaccionar, se lo sacó de un manotazo. El incidente precipitó a Lino Novás Calvo en el derrumbe total. Terminó por convencerse, ya de manera definitiva, de que nada valía ser un escritor de su talla en un país donde un conserje podía permitirse, impunemente, un atrevimiento semejante.
Diría a Salvador Bueno:
“Así comienza una nueva época para mí, la más desdichada que recuerdo. Por inesperado, por injusto, por incomprensible, el despojo me dejó gravemente averiado. Se me han multiplicado los reveses […] //Todos mis planes y trabajos quedaron paralizados […] //Lo único que pudo hacer ahora es traducir para Bohemia y hacer algunas secciones fijas de humor y ciencia. Mi trabajo es ahora mucho más lento, debido a los calmantes que debo tomar a diario, en grandes dosis. Este acto me ha demostrado que tampoco valen nada los méritos ni esfuerzos culturales. Tal demostración me ha dejado psicológicamente más desvalido que nunca. Se me han caído los últimos asideros. Ahora no me queda nada, salvo Dios, al que he vuelto silenciosamente”.
FINAL LENTO CON SUICIDIO
Recordemos que Hemingway pidió que aquellos cinco mil pesos que le ofreció Bohemia por la publicación de su novela se destinaran a la compra de televisores para los enfermos de El Rincón. En 1953, esa suma alcanzaría para adquirir en un comercio minorista unos diez aparatos de televisión.
Norberto Fuentes, en su libro Hemingway en Cuba, afirma que no está claro que pasó finalmente con esos honorarios, pero más adelante asevera en la misma página que “la historia termina con los televisores instalados”. Fuentes asegura haber visto en los archivos de Finca Vigía, la residencia cubana del escritor, una docena de documentos que evidencian irregularidades. En algunas de esas cartas, la administración de la revista se apresura a informar a Hemingway que los televisores serán adquiridos en fecha próxima, y en otras, que los equipos en cuestión están a punto de ser instalados. Se conserva asimismo una carta de Lino a Hemingway en la que le aclara que no tiene nada que ver con las demoras de la administración y añade que le preocupa el largo silencio del escritor para con él y que no responda a sus llamadas. Al final, todo se resolvió y el hospital de El Rincón dispuso de los televisores.
Bohemia convirtió a Miguel Ángel Quevedo, su director-propietario, en una figura poderosísima, alguien con influencia ilimitada en la vida nacional, al punto de que llegó a decirse que la dirección de Bohemia era la segunda posición de la República.
La relación con Francisco Saralegui, el zar del papel en Cuba y administrador de la revista, llevó a Quevedo a hacer grandes inversiones en los años finales de la década de los 50. Bohemia estrenó un nuevo edificio en la Avenida de Ranchos Boyeros y adquirió las revistas Carteles y Vanidades, propiedad de Alfredo T. Quilés. Al triunfar la Revolución tenía deudas que superaban los dos millones y medio de pesos. Enterado de esa situación, el comandante Fidel Castro mandó a decirle por intermedio del capitán Antonio Núñez Jiménez que el Gobierno Revolucionario asumiría ese compromiso.
Quevedo se negó a aceptar el ofrecimiento. A mediados de 1960 se fue del país.
Sobreviene entonces un periodo de su vida que en Cuba se ha conocido de manera insuficiente y tergiversada. Al llegar a Nueva York encontró que la salida de Bohemia estaba asegurada, y que tenía además a su disposición una gran oficina y un gran apartamento. Allí estaba Bebo Saralegui, uno de los hijos de su antiguo socio, y no tardaría en aparecer Carlos Mauricio Castañeda. El grupo se completaría con la llegada de Lino Novás Calvo y su esposa, que había dirigido en Cuba la revista Vanidades.
Le supongo a Quevedo la inteligencia suficiente para percatarse que aquella revista de lujo en que se convirtió Bohemia, aquella gran oficina, aquel gran apartamento, todo aquel aparataje que permitía asumir la revista, estaban financiados por la CIA. Pero no se percató que Saralegui, Castañeda y Herminia del Portal y no sé hasta qué punto Lino Novás Calvo se confabularon en su contra empeñados, como estaban, en dejar a Bohemia de la mano, cada vez con una tirada más reducida, y echar a andar y fortalecer otra revista, Vanidades Continental, lo que consiguieron.
Cuando Quevedo se percató de la traición nada podía hacer. Quiso entonces salir de EE UU y para hacerlo debió reconocer a la CIA una deuda de casi cinco millones de dólares. Se estableció al fin en Caracas. Pensó que la sociedad con los Capriles y los De Armas, grandes distribuidores de revistas, le asegurarían la salida de Bohemia. Nuevo fracaso. Bohemia no era ya ni la sombra de lo que fue y para hacerle el trago más amargo se vio convertido en empleado de los que creyó sus socios. Era el director nominal de la revista. Pero no se le permitía decisión alguna y llegó a impedírsele la entrada a su propia oficina.
Circuló por ahí una carta, muy publicitada por los medios anticubanos, en la que Miguel Ángel Quevedo se reprochaba el papel que había hecho asumir a Bohemia en los días de la dictadura batistiana. Es una carta patética, pero hay que decir enseguida que también es apócrifa. Quevedo nunca se arrepintió de nada. La escribió, plenamente consciente de su falsedad, Carlos Alberto Montaner padre. Lo cierto es, me aseguran fuentes autorizadas del entorno íntimo de Quevedo, que Fidel al enterarse de su angustiosa situación en Caracas le dejó saber, a través del canciller Raúl Roa, que las puertas de Cuba estaban abiertas para él.
Como la vez anterior, tampoco aceptó Quevedo en esta ocasión el ofrecimiento del jefe de la Revolución. Y terminó suicidándose. Era un mal hereditario. También su padre se había privado de la vida.
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