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Antonio, pintor de ciudades

Antonio, pintor de ciudades

Ciro Bianchi Ross

  

Antonio Díaz es el  pintor de una ciudad real e  imaginada al mismo tiempo,  intuida y, sin embargo,  conocida  hasta el detalle. Un artista que plasma en sus lienzos una ciudad inventada que siendo la suya es también  la ciudad colonial latinoamericana que cualquier habitante del continente puede reconocer e identificar como parte de sus vivencias.

Una muestra de su quehacer fue, en noviembre pasado, muy bien valorado en México, y hondo impacto causó otra exposición que, sin permitirse apenas reposo,  presentó en diciembre en La Habana, mientras que, en la misma fecha, en  Sancti Spíritus, en la región central de la Isla, se le rendía homenaje durante la celebración de la Semana de la Cultura,  y La Gaceta de Cuba, periódico de la Unión de Escritores y Artistas, incluía en su entrega más reciente  una larga entrevista con el pintor. Ahora  algunas de sus piezas se llevarán al proyecto Imagen Múltiple  para que sean  reproducidas y repetidas  en superficies tan diversas como tazas de café, cortinas de baño, paraguas, camisetas… 

            Nació en 1942,  en Sancti Spíritus, una tierra de paisajistas. Allí se cultivó un paisaje que se agotó en sí mismo y que Antonio, antiguo y contemporáneo a la vez, rescató desde otra perspectiva. En su pintura se  ve la ciudad desde arriba, primero en una visión panorámica, como un sereno mar color terroso,  luego en un tejado, después en una teja, a la que Antonio arranca todas sus posibilidades plásticas. La huella humana  se hace presente de alguna manera en esos paisajes y  bajo las  tejas se advierte al hombre con  sus fobias y  filias, sus convicciones, agonías, certezas y esperanzas.

            Los tejados, las arcadas y las puertas coloniales,  recurrentes en Antonio, hicieron  que alguna vez empezara a llamársele El Pintor de la Ciudad, y la frase se acuñó de tal manera que el Gobierno espirituano decidió otorgarle dicho título de manera oficial. Aunque gusta  que se le reconozca como tal, no se encasilla en dicho tema y son frecuentes asimismo en su pintura los paisajes rurales y marinos. De ahí que, sin desconocer la importancia de ese  sello personal, más que pintor de la ciudad o pintor de los tejados, como también se le llama, Antonio prefiera que se le vea como el paisajista en el sentido amplio de la palabra. Un pintor que ama el paisaje porque ama la vida. 

            Largo ha sido el camino que recorrió hasta hoy, desde que, siendo un  niño, solía extasiarse ante  las imágenes citadinas  y las erguidas palmas que sus coterráneos Fernández Morera y Mariano Tobeñas  solían apresar respectivamente  en sus pinturas. Bien pronto se percató de que para copiar la realidad,  tal como se ofrecía ante sus ojos,  estaba ya la cámara fotográfica, y que él, como artista, debía empeñarse en convertir la realidad en su realidad y hacer que el espectador de sus cuadros la viera como si existiera. Por ese camino, dice el crítico Manuel Echevarría, Antonio terminó entregando la ciudad otra, que siendo la nuestra, es tributo de su imaginación y sus vivencias, absolutamente original sin perder el sello de su autoctonía y genuina en su dimensión artística.

            Afincado en  su ciudad natal, anclado a ella,  permanece Antonio. Su intenso quehacer está plasmado en más de mil piezas. Obras suyas forman parte de colecciones públicas y privadas de Cuba, Estados Unidos, Portugal,  Rusia, Japón y Venezuela. El supuesto localismo de este espirituano irreductible se hace universal.

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