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Su foto al minuto

Su foto al minuto

Ciro Bianchi Ross

 

Antes eran muchos y se les veía donde quiera que hubiera afluencia de público: la Fuente de la India, el Parque Central, la Plaza de la Fraternidad, los jardines del Capitolio… Cubanos y chinos, en una feroz competencia, controlaban  el negocio. Hoy los chinos desaparecieron y solo unos pocos cubanos se concentran frente al último de los lugares mencionados. Saben que todo el que pasa por La Habana quiere ver ese edificio, el más fastuoso de la capital, con su imponente escalinata y su cúpula  que se alza a 94 metros desde el nivel de la acera, y que en su estilo solo es superada   por la de San Pedro, en Roma, y la de San Pablo, en Londres, con 129 y 107 metros de alto respectivamente. El  sitio impone  al visitante a tomarse una foto, y para eso están ellos allí, en espera de quien desee que sus máquinas misteriosas lo perpetúen.

            Son, así se llaman ellos mismos, los fotógrafos minuteros,  capaces de tomar, revelar e imprimir una foto en cuestión de minutos, y de hacerlo con un equipo que parece tener más de magia que de técnica. Una simple caja a la que incorporaron elementos de cámaras fotográficas desactivadas o en desuso, soviéticas e incluso norteamericanas,  y que tiene adosada una manga por la que el fotógrafo trastea en el interior del aparato. Porque esas cámaras antediluvianas, de trípode, ajenas a  cualquier invento reciente, tienen su laboratorio dentro. Antes eran de un tamaño mayor y la manga estaba confeccionada con un retazo  de tela negra. Ahora la manga puede ser   un pedazo de la pata de un pantalón de mezclilla y desaparecieron de los costados de la caja aquellas fotos en forma de corazón o de flores que tanto llamaban la atención de determinados clientes.

            Su principio es el de la cámara oscura. No usa rollo. Se vale de papel fotográfico virgen donde, al abrir el fotógrafo el lente, queda atrapada en negativo la imagen que quiere captar. Lograrla es todo un arte. Sitúa el fotógrafo a su objetivo, lo acomoda en el pedacito de Capitolio que escogió para la foto,  le arregla, si es preciso,  algún detalle de la ropa y, ya en posición detrás de la cámara, le pide que no se mueva. Aprieta entonces el disparador y empieza a contar: uno, dos, tres, cuatro… y a los diez segundos deja de oprimirlo. Por la manga introduce la mano en la cámara. Dentro hay dos cubeticas; una con el revelador y con el fijador la otra. Mete el papel que atrapó la imagen en la primera de ellas y cuenta hasta llegar al minuto, cuando lo pasa a la otra cubeta para darle un minuto más. Todo es cuestión de tiempo más que de vista. Pero con el ojo pegado a una pequeña abertura puede el fotógrafo seguir el proceso mientras que por una ventanita de vidrio especial  que hay al costado del aparato y que abre y cierra a discreción, deja entrar la luz suficiente para ver al sujeto fotografiado sumergido en los pozuelos. Cuando saca el papel, lo seca con una pequeña toalla. El proceso está a punto de concluir. Basta solo llevarlo  a positivo. Lo coloca entonces en una tablita frente a la cámara y, con un lente de acercamiento, lo consigue.

            Ya está lista la foto. La prisa con se hizo conspiró contra su calidad y no es raro que esté desenfocada. Pero el fotografiado paga sin chistar el precio pactado y sonríe contento y  agradecido. Quizás la foto pudo hacérsela él mismo, con esa cámara fenomenal que le cuelga del cuello. Pero se ha dado el gusto de que lo fotografíen con una cámara que no encontrará en ninguna otra parte del mundo y teniendo como fondo el Capitolio de La Habana,  un coche tirado por caballos o una de esos automóviles  imprevisibles que conforman el museo rodante de la ciudad.   

           

1 comentario

Eduard Boada -

Los has definido muy bién... minuteros. En este mundo cada vez más digitalizado supongo que es de agradecer poder saborear algunos de estos prodigios de la artesaria y el buen oficio.

Y si... un edificio imponente que alberga en su interior mucha más majestuosidad...

Un abrazo,

http://eduardboada.blogspot.com/