El abanico
Ciro Bianchi Ross
Vuelve a ponerse de moda en La Habana el abanico. Señoras ya con cierta edad no lo abandonaron nunca. Pero ahora se ve cada vez más entre las jóvenes que, junto con el teléfono celular, lo incorporan a sus accesorios. Tradición y modernidad juntas en el mismo bolso. No solo es un adminículo propicio para espantar el calor, sino que acompaña y añade un toque especial a la coquetería femenina.
La cubana de ayer vivió entre grandes golpes de abanico. Los mejores y, por tanto, más caros, eran los que al abrirse y al cerrarse dejaban escuchar un chasquido que era casi una detonación. Y con qué sorprendente destreza lo manejaban para trasmitir un mensaje. Porque hay un idioma de los abanicos en el que fueron muy versadas nuestras antecesoras.
Un abanico bien esgrimido es capaz de trasmitir un mínimo de treinta y seis mensajes. Posibilitaba la comunicación entre los enamorados en una época en que el encuentro a solas de dos que se simpatizaran mutuamente era casi impensable. El abanico fue entonces un arma secreta. Así, si una dama pasaba el dedo índice por las varillas de su abanico indicaba a su enamorado que le urgía decirle algo, y si se retiraba el cabello de la frente con los padrones, el mensaje era casi una súplica pues le pedía que no la olvidara. La cosa se ponía fea para el amante si la dama se abanicaba con la mano izquierda ya que estaba celosa y si lo hacía muy despacio, el mensaje equivalía a indiferencia.
Nada son los abanicos, dice Eusebio Leal, Historiador de La Habana, si no los despliega una mano de mujer en gesto de suave caricia, rubor escondido, seña propicia, altivez, desprecio, tentación.
El origen del abanico se pierde en la noche de los tiempos. Era de uso corriente, entre ciertas capas sociales, en el antiguo Egipto hacia el año 3000 antes de nuestra era. Luego, lo encontraremos en representaciones etruscas, griegas, romanas y chinas, desde luego. En América se conoció antes de la llegada de los españoles pues el emperador de los aztecas, entre otros presentes, congratuló a Cortés con seis abanicos de plumas. Ya para entonces Colón había obsequiado una de esas piezas a la reina Isabel la católica. Aparece en las manos de las esclavas en las pinturas murales de las tumbas faraónicas, acompaña a los césares romanos y, en las procesiones, a los pontífices de la Iglesia…
Con todo y aunque no quede constancia de ello, el primer abanico fue muy anterior. Lo confeccionó el hombre con hojas de árboles o de palmas, tal como siguen haciéndolo hoy, con la fibra finamente tejida, los hombres del campo.
Se trataba siempre de abanicos rígidos. El abanico plegable o de varillas apareció en Japón en el siglo VII. Lo creó un comerciante de ese país luego de observar minuciosamente el batir de las alas de un murciélago. Por eso se le denominó komori, palabra japonesa que identifica a ese quiróptero. Un buen día se expandió por Europa, llegó a España en el siglo XV, pero no es hasta el siglo XIX cuando en Valencia se inicia una producción importante y orientada a la exportación. Los hay finísimos y caros, confeccionados con lacas negras y pinturas de oro puro, y también de plata, marfil y conchas nacaradas, y están los muy populares y corrientes, fabricados en serie,
cuya manufactura se abarata tanto que los políticos y las casas comerciales pueden incorporarlos a sus campañas promocionales.
En los fondos del Museo de la Ciudad, en el Palacio de los Capitanes Generales, de La Habana, obra una impresionante colección de abanicos. Va desde 1850 a 1900. Piezas preciosas y de un gusto exquisito.
En estos días de ardiente verano, jóvenes cubanas han recordado que el abanico existe. Y aun sin que manejen su idioma ni sepan nada de los chasquidos con que sus abuelas sabían abrirlo y cerrarlo, su uso las hace más elegantes y atractivas.
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raisa -